Charles Perrault fue el primero que recogió la historia de Caperucita Roja, aunque llevaba dando tumbos oralmente por Europa desde la Edad Media, y la incluyó en un volumen de cuentos en mil seiscientos noventa y siente.
Más tarde, Los Hermanos Grimm le dieron otro aspecto, rescribiéndola a partir de la versión de Perrault y, al parecer, de otra escrita en mil ochocientos por Ludwig Tieck: Leben und Tod Rotkäppchens: enin Tragödie (Vida y muerte de la pequeña Caperucita Roja: una tragedia).
Después de hacer este mejunje, Los Hermanos Grimm escribieron una versión más inocente y con menos elementos eróticos que en las versiones anteriores, además le añadieron un final feliz; porque las versiones anteriores no acaba bien para la protagonista.
¿Elementos eróticos? — Es cierto, ¿de qué crees que nos está hablado el cuento? ¿Acaso crees que habla del peligro de que te ataquen lobos en el bosque? ¿un lobo representado casi siempre como un ser bípedo que habla y se resiste a devorar a la niña nada más verla?
Lo cierto es que, en la Europa pobre y rural de aquella época, era frecuente que los niños tuvieran que hacer recados de una granja y otra, atravesando bosques, o entre pueblos, y eran presa fácil de pederastas y tarados. Ahí está el verdadero peligro sobre el que alerta el cuento. La prueba de ello es que no sólo habla de un extraño que se presenta con buenas palabras y malas intenciones en medio del bosque, sino que cuenta cómo el lobo («el hombre es un lobo para el hombre») se acaba disfrazando de abuela de Caperucita, un familiar, para ganarse su confianza y atacar desde ahí. Para más señas, el lugar que elige para atacarla es la cama; así es como esta historia advierte de que la amenaza puede estar instalada en la propia familia; hecho habitual en estos casos, ya que un porcentaje muy alto de los abusadores son familiares o amigos; alguien de confianza, incluido en el círculo más próximo a la víctima.
La película germana-hispano-suiza El cebo (Ladislao Vajda,1958), una obra maestra (nada que ver con el remake dirigido por Sean Penn en 2001), se sirve de muchos de los elementos reconocibles del cuento de Caperucita, pero los conjuga de forma diferente:
Ya no necesita al «lobo» tal y como se presenta en la fábula, y muestra el aspecto real de la amenaza, sin tapujos. Quizá, sea porque, en el caso la película, no es necesario maquillar la historia principal con otra fantasiosa, para amortiguar su crudeza.
Tampoco es que haya una norma establecida para esto, pero en el relato (o en la película) se trata más bien de mostrar una historia y la fantasía empleada no sirve ‒ni debe‒ para ocultar algo o suavizarlo, por ser un tema delicado o tabú, sino para hacer un engrudo con la realidad.
En el caso de El cebo, «Caperucita» deja de ser la protagonista y se convierte en un personaje secundario, mientras el «cazador», ahora protagonista, trama un plan despiadado para atrapar al «lobo».
La esencia de la fábula sigue ahí, todos sus elementos son identificables pero están conjugados de forma diferente para formar un relato que cuenta otra cosa; algo cuyo cometido no es moralizar, ni siquiera advertir, sólo mostrar.
No conocía la película de Vajda, pero como ilustración del origen del mito suena bien.
En cuanto a la evolución del cuento desde el origen hasta la versión de los Grimm, éste es uno más entre tantos. Probablemente incluso hubiera alguna versión anterior (tradicional e, incluso, oral), como la había de tantos otros cuentos que antes fueron mitos. Así, hay varias versiones diferentes según la localización geográfica. La sexualidad (más que el erotismo) está presente en muchos de ellos de una u otra manera, que tratan (o revelan) la condición femenina. Recuerdo, por ejemplo, el tema del incesto en “Piel de asno”.
Los libros de Vladimir Propp (“Morfología de los cuentos de hadas” y “Mito y realidad”) son muy interesantes.
De momento, mi versión cinematográfica favorita sigue siendo “En compañía de lobos” de Neil Jordan, basada en el relato del mismo título de Angela Carter (quien, por cierto, escribió sus personales versiones de cuentos tradicionales en “La cámara sangrienta”).
Muy interesante el artículo. Gracias.
La sexualidad y sobre todo la violencia son dos elementos que están muy presentes en muchos de los cuentos folklóricos, de forma más o menos directa o velada. Hoy en día todo eso se ha dulcificado, en buenda medida por papá Disney, y contar los cuentos tradicionales de la forma original se considera políticamente incorrecto. Pero como dice Carlos en su artículo esos cuentos cumplían una función muy concreta: advertir a los niños de los peligros del mundo. Y eso, por desgracia, no ha perdido vigencia.
Cuánto mal ha hecho Disney al cuento tradicional. Y, entre nosotros, ahora que no nos oye nadie, cómo detesto eso de “políticamente incorrecto”.
Y no, no ha perdido vigencia la advertencia aunque ahora tenga que ser mucho más clara. Es una lástima.
Super buena la lectura. Me gusta.