Afrodita de William Bouguereau

Afrodita de William Bouguereau

   La vida es bella – BSO

   Hoy más que nunca necesito recordar a este mágico personaje, en el que tanto he pensado en los últimos días. Me gustaría transmitir en la medida de lo posible una pequeña parte de toda la magia de este personaje, porque, a veces, la literatura es estremecedoramente similar a la realidad, y es entonces cuando podemos pensar que realmente todo estaba escrito, que el mundo es un libro secreto donde está prohibido leer, como afirmaban Bacon, Emerson o Carlely; o a la inversa, como decía Mallarmé: El mundo existe para llegar a un libro. Poco importa cuál sea el orden.

   De Remedios la bella, personaje que Gabriel García Márquez perfila maravillosamente en Cien años de soledad lo primero que se destaca es su belleza. El hecho de que García Márquez utilizara la palabra «bella» o no otras como «hermosa» o «preciosa» no es casual, ya que «bella» apunta etimológicamente a la belleza del alma. Para referirse a la belleza física se utiliza la palabra «hermosura». En efecto, a Remedios la bella se la describe como la criatura más bella que se había visto en Macondo. En un primer momento el lector puede caer en un error común y pensar que se refiere únicamente a una belleza física, pero después de leer algunas páginas encuentra la respuesta evidente: Remedios la bella debe su belleza física a la belleza de su alma.

   Remedios la bella, siempre paseándose desnuda por su casa, sin ninguna malicia, evocando un tiempo en el que Adán y Eva iban desnudos, un tiempo de pureza absoluta, donde no había lugar para la maldad, porque la bondad más absoluta lo ocupaba todo. Eso es Remedios la bella, la bondad absoluta. Un ser lleno de belleza, ajeno al infinito número de pretendientes que la rodean y la increpan, muriéndose «por sus huesos». Los hombres quedaban completamente fascinados ante este personaje, caían rendidos a sus pies, dispuestos a emprender las locuras más tortuosas para conseguir una sola mirada.

   De Remedios la bella dice García Márquez: no era un ser de este mundo. Esta frase pone en evidencia las fuentes que García Márquez había tomado para contruir el personaje de Remedios la bella. Juan Rulfo ya había escrito en Pedro Páramo, de su personaje llamado Susana San Juan: Una mujer que no era de este mundo. Está claro que el personaje de Remedios la bella está basado en el de Susana San Juan, pero García Márquez ha transformado de cierta manera el personaje, hasta tal punto que ha conseguido superar el modelo previo. Rulfo tiene tendencia a crear en Pedro Páramo personajes dobles, por lo que Susana San Juan manifiesta una doble cara: por un lado tiene una inocencia absoluta, pero por otro lado parece esconder una cara lujuriosa y salvaje, que se manifiesta en sueños. García Márquez ha depurado el personaje, librándolo de su lado oscuro completamente. Tal vez se pueda pensar que así ha simplificado enormemente el personaje, pero desde luego, no cabe la menor duda de que lo ha llenado de un halo misterioso, de una bondad silenciosa, de una inocencia perturbadora, capaz de volver locos a los hombres.

   Añade además García Márquez: (…) Era completamente simple. Parecía como si una lucidez penetrante le permitiera ver la realidad de las cosas más allá de cualquier formalismo. Ese era al menos el punto de vista del coronel Aureliano Buendía, para quien Remedios, la bella, no era en modo alguno retrasada mental, como se creía, sino todo lo contrario. (…) Úrsula, por su parte, le agradecía a Dios que hubiera premiado a la familia con una criatura de pureza excepcional (…). Más adelante añade: (…) Remedios, la bella, fue la única que permaneció inmune a la peste del banano. Se estancó en una adolescencia magnífica, cada vez más impermeable a los formalismos, más indiferente a la malicia y a la suspicacia, feliz en un mundo propio de realidades simples. No entendía por qué las mujeres se complicaban tanto la vida con corpiños y pollerines, de modo que se cosió un balandrán de cañamazo que sencillamente se metía por la cabeza y resolvía sin más trámites el problema del vestir, sin quitarle la impresión de estar desnuda, que según ella entendía las cosas era la única forma decente de estar en casa (…).

   Una de las características más impresionantes de Remedios la bella es el olor que desprende: (…) Hombres expertos en trastornos de amor, probados en el mundo entero, afirmaban no haber padecido jamás una ansiedad semejante a la que producía el olor natural de Remedios, la bella. En el corredor de las begonias, en la sala de las visitas, en cualquier lugar de la casa, podía señalarse el lugar exacto en que estuvo y el tiempo transcurrido desde que dejó de estar. Era un rastro definido, inconfundible, que nadie de la casa podía distinguir porque estaba incorporado desde hacía mucho tiempo a los olores cotidianos, pero que los forasteros indentificaban de inmediato (…). Hasta el punto de que llega a afirmar del cadáver de uno de sus muchos pretendientes aquello tan impresionante de: (…) Estaba tan compenetrado con el cuerpo, que las grietas del cráneo no manaban sangre sino un aceite ambarino impregnado de aquel perfume secreto, y entonces comprendieron que el olor de Remedios, la bella, seguía torturando a los hombres más allá de la muerte, hasta el polvo de sus huesos (…).

   Pero una de las escenas más impresionantes de Cien años de soledad es el momento en que Remedios la bella asciende por los cielos. No se puede decir que Remedios la bella muera, porque en ningún momento se menciona la palabra “muerte”. Lo que ocurre es que asciende a los cielos, como el ángel que siempre fue, demostrando una vez más que no era de este mundo:

   Más tarde, cuando Úrsula se empeñó en que Remedios, la bella, asistiera a misa con la cara cubierta con una mantilla, Amaranta pensó que aquel recurso misterioso resultaría tan provocador, que muy pronto habría un hombre lo bastante intrigado como para buscar con paciencia el punto débil de su corazón. Pero cuando vio la forma insensata en que despreció a un pretendiente que por muchos motivos era más apetecible que un príncipe, renunció a toda esperanza. Fernanda no hizo siquiera la tentativa de comprenderla. Cuando vio a Remedios, la bella, vestida de reina en el carnaval sangriento, pensó que era una criatura extraordinaria. Pero cuando la vio comiendo con las manos, incapaz de dar una respuesta que no fuera un prodigio de simplicidad, lo único que lamentó fue que los bobos de familia tuvieran una vida tan larga. A pesar de que el coronel Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que Remedios, la bella, era en realidad el ser más lúcido que había conocido jamás, y que lo demostraba a cada momento con su asombrosa habilidad para burlarse de todos, la abandonaron a la buena de Dios. Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas había empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa.

   -¿Te sientes mal? -le preguntó.

   Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.

   -Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.

   Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerones y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.

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