Erinias por Doré

Erinias por Doré

   Las Erinias son divinidades griegas de horrible aspecto cuya función principal es la de mantener el orden social castigando, preferentemente a homicidas, y a criminales en general. Posteriormente fueron asimiladas a las Furias romanas. Su origen es preolímpico, es decir, anterior a Zeus. En Hesíodo (Teogonía, 185) y en Apolodoro (Biblioteca, I, 1, 4) nacen de las gotas de sangre cuando Crono cercena los testículos de Urano; aunque Esquilo (Euménides, passim) y Virgilio (Eneida, VII, 478) las llaman hijas de la Noche, debido a su carácter infernal. Son por lo tanto divinidades que están presentes en el mundo desde el mismo momento en que Cielo y Tierra se dividen, y forman parte de ese orden primitivo y de alguna manera imperfecto que después Esquilo pondrá en duda, sobre todo en el enfrentamiento entre los dioses antiguos y los dioses jóvenes y olímpicos, como observa bien José Alsina Clota. De todos modos, en Ovidio sí aparece el sometimiento de las Furias a Zeus, y casi se indica cómo estas divinidades terribles comienzan a extenderse por toda la Tierra por orden del propio Zeus cuando Licaón comete el primer crimen:

Una casa ha caído, y no es la única que merecería perecer;

por donde se extiende la tierra, reina la fiera Erinis; se diría

que hay una conjura para el crimen; que todos paguen

rápidamente el castigo que merecen: ésa es mi sentencia.

 

Ovidio, Metamorfosis, I, 240-244

   Aquí se perfila la función principal de las Erinias, como divinidades castigadoras. Heíodo no concreta sus nombres, pero Apolodoro ya indica que son tres: Tisífone, Alecto y Megera. Según Pierre Grimal estas divinidades serían análogas a las Parcas o Destinos, pero esta observación se debe tomar con precaución. La relación que existe entre estas divinidades sería la del origen preolímpico y la de estar al margen de las leyes de los dioses jóvenes. Este enfrentamiento se muestra sobre todo en Esquilo, y en el juicio que hay por el asesinato de Clitemestra. Aunque esta relación no siempre está tan clara, como se ve en Ovidio o en Virgilio.

   Desde Homero las Erinias aparecen con una doble función, que en realidad son variantes de la misma: castigar al culpable y actuar como divinidades infernales torturando a las almas por una parte, y sembrar el odio por otra. Su morada reside en el Tártaro, lugar del infierno reservado a las almas malditas: allí muestra Virgilio a Tisífone en su función de demonio infernal, y hasta allí baja Juno requiriendo sus servicios ya sea en Virgilio o en Ovidio. De ahí que no quede del todo clara la independencia que existe entre las Erinias y las divinidades olímpicas, ya que en estos dos autores aparecen como seres al servicio de la diosa Juno. En el caso de Ovidio (Metamorfosis, IV, 416-542) esa función de vengar crímenes casi queda eclipsada por los meros caprichos de una Juno ofendida y furiosa. Aquí Tisífone actúa enloqueciendo a Ino no por un crimen, sino debido al odio que Juno le tenía; como ocurre también en la actuación de Alecto en Virgilio cuando enloquece a la reina Amata y a Turno con el furor de la guerra. Luego el enfrentamiento en estos casos parece no ser tal, sino más bien un sometimiento de las Erinias a la voluntad de la diosa Juno, a pesar de que ésta requiere sus servicios siempre como favores:

«Oh virgen, hija de la Noche, acúdeme:

¡un favor tuyo, un valeroso esfuerzo,

e impides que mi honra se quebrante!

No sufras que a Latino los Enéadas

logren ganar con ofrecerle bodas,

si que finquen en tierras italianas.

tú puedes aun a hermanos siempre unidos

a las armas lanzar, puedes con odios

transformar las familias, tienes teas

y azote con que asaltas los hogares,

y artes y suertes mil para tus daños.

¡Un golpe al fértil pecho! ¡desconcierta

la ya sentada paz, siembra denuncias

que fructifiquen guerra! ¡que a las armas

corra la juventud, y que las pida,

y, si no se las dan, las arrebate!»

 

Virgilio, Eneida, VII, 478-493

   Pero en un principio la función de las Erinias es la de mantener el orden social castigando a los criminales, sobre todo a los que comenten el crimen contra su propia sangre. En Esquilo y en Eurípides aparece como un orden primitivo y precario. Esto se refleja fundamentalmente en el mito de Orestes. La madre de Orestes, Clitemestra, traiciona a su marido Agamenón y lo asesina. Apolo indica a Orestes que debe vengar el asesinato de su padre matando a su madre, y así lo lleva a cabo. Tras el asesinato de Clitemestra, las Erinias se ciernen sobre Orestes, torturándole y clamando venganza por su crimen. Hay una clara oposición entre Apolo, como símbolo de la Razón, y las Erinias, como divinidades vengadoras primitivas, entre el Sol y las hijas de la Noche. Orestes actúa asesinando a su madre llevado por la Razón —era la pena que su traición exigía—, y al hacerlo las Erinias vengativas caen sobre él. Habría que ver el juicio que se lleva a cabo en el templo de Atenea como el conflicto interior de Orestes, que se debate entre la Razón y la Locura. Finalmente Apolo, la Razón, obtiene la victoria, y Orestes consigue salvarse, purificándose de su crimen.

Orestes de Wiliam Bouguereau

Orestes de Wiliam Bouguereau

   La función de las Erinias como Locura es tal vez la más significativa de todas, sobre todo en Esquilo:

Sobre la víctima nuestra,

este canto, que es delirio

y un extravío mortal

de la mente, himno de Erinia

que las almas encadena,

un himno sin lira que

va marchitando los hombres […]

[…] Para mí reservé

la total destrucción

de los hogares, cuando

algún Ares doméstico

asesina algún deudo.

Entonces nos lanzamos

en su persecución

y por fuerte que sea,

al fin lo aniquilamos

con el peso de la sangre derramada.

 

Esquilo, Euménides

John S. Sargent. Orestes perseguido por las Furias

John S. Sargent. Orestes perseguido por las Furias

   Pero sin lugar a dudas, donde mejor se observa este conflicto interior entre la Razón y la Locura es en Eurípides:

   Aquí yace tendido sobre el lecho y la sangre de su madre lo transporta vertiginosamente en ataques de locura. Pues no me atrevo a nombrar a las diosas Euménides que rivalizan en aterrorizarlo. Este es ya el sexto día desde que murió mi madre a golpes de espada y su cuerpo quedó purificado por el fuego. Durante estos días no ha admitido alimentos por su garganta, no ha bañado su piel. Oculto bajo los mantos llora, cuando la enfermedad alivia su opresión y recobra la razón, pero otras veces salta del lecho y echa a correr, como un potro que huye del yugo.

   Eurípides, Orestes

   Finalmente Apolo triunfa y Orestes consigue recobrar la cordura. Podría considerarse a las Erinias como una especie de reflejo de los remordimientos del ser humano que ha cometido un crimen, y que se debate interiormente entre dos estados emocionales. Pero el orden que pretenden implantar las Erinias está cargado de violencia y malditismo. En Esquilo son incapaces de plantearse el crimen de Clitemestra contra su esposo Agamenón, y tan sólo son conscientes de las culpas de Orestes. Este juicio en el templo de Atenea es tremendamente representativo en cuanto que el autor se niega a aceptar el orden impuesto por las divinidades: el destino final de Orestes es decidido por votación de hombres, y finalmente triunfan Apolo y la Razón.

   También llama la atención la descripción que hacen de las Erinias Virgilio y Ovidio. Como bien indica Grimal se las suele comparar con perras debido fundamentalmente a que rastrean a la presa que atormentan oliendo su sangre, como en el caso de Orestes. La función que tienen las serpientes en las Erinias serviría para introducir la noción de pecado, de culpa y de crimen cometido. Pueden actuar a través de la picadura de serpientes o a través de una antorcha encendida. La antorcha por otra parte relaciona la Locura que despiertan con el odio pasional, como se ve en Virgilio. En esta función de las Erinias como símbolo de la Locura existe una relación con la Locura báquica: ¡Evohé Baco! grita Amata cuando ha sido herida por el odio de Alecto (Virgilio, Eneida, VII, 565). En cualquier caso, esta Locura los lleva a comportarse de forma violenta. Pero habría que observar las diferencias entre la Locura de un Orestes atormentado en Esquilo o en Eurípides y la Locura báquica que asalta a Amata o a Turno en Virgilio. Cada uno de esos dos tipos de Locura responden a una función diferente por parte de las Erinias: la primera como orden primitivo que va en contra del hijo matricida y la segunda como capricho vengativo por parte de Juno.

Erinias

Erinias

   Hay que observar por último la ambivalencia de estas divinidades. Si bien son seres horribles y vengativos, suelen tener la denominación de Euménides, que vendría a significar las benévolas. Según Grimal y Antonio Ramírez de Verger se trataría de un eufemismo halagador destinado a ganarse el favor de estas divinidades. Así es como aparece en Ovidio, por ejemplo, que usa indistintamente los términos de Erinias o de Euménides. Pero esta explicación parece demasiado superficial y poco satisfactoria en el caso de Esquilo. En Esquilo las Erinias no pasan a llamarse Euménides hasta que Orestes no ha conseguido purificar su crimen y hasta que no llega a imponerse Apolo y la Razón. Cuando esto ocurre, las Erinias sí se convierten en unas divinidades en cierto modo benévolas, pero sólo cuando la Razón se ha impuesto sobre la venganza y la Locura. Aunque se pueden utilizar indistintamente, como sinónimos, hay que observar la contradicción que existe en la utilización indistinta de los términos. Después de todo, las Erinias, en el caso de Orestes, acaban siendo vencidas y convertidas en Euménides.

   Son, por lo tanto, divinidades antiguas y complejas que tienen múltiples funciones, pero fundamentalmente la de vengarse de aquellos que rompen el orden social, como símbolo de la Locura, que sólo se puede vencer a través de Apolo, la Razón.

Bibliografía:

Luis Segalá y Estatella (traducción) y Francesc L. Cardona (prólogo y presentación), La Teogonía. Hesíodo, Barcelona, Edicomunicación, 1995.

Javier Arce (introducción de) y Margarita Rodríguez de Sepúlveda (traducción y notas de), Biblioteca. Apolodoro, Madrid, Editorial Gredos, 1985.

José Alsina Clota (edición de), Tragedias completas. Esquilo, Madrid, Ediciones Cátedra, 1998.

Carlos García Gual y Luis Alberto de Cuenca (introducción, traducción y notas de), Tragedigas III. Eurípides, Madrid, Editorial Gredos, 1979.

José Carlos Fernández Corte (edición de) y Aureliano Espinosa Pólit (traducción de), Eneida. Virgilio, Madrid, Ediciones Cátedra, 1989.

Antonio Ramírez de Verger (introducción, notas y traducción de) y Fernando Navarro Antolín (traducción de), Metamorfosis. Ovidio, Madrid, Alianza Editorial, 1999.

Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona, Editorial Paidós, 1984.

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