Libros

Libros

Qué sería de mí sin vosotros,
tiranos y, a la vez, embajadores
de la imaginación,
verdugos del deseo
y, al mismo tiempo, mensajeros suyos,
libros llenos de cosas deplorables
y de cosas sublimes,
a los que odiar
o por los que morir.

      Luis Alberto de Cuenca, Por fuertes y fronteras

   En las antípodas de la «Oda al libro» de Neruda, escribe Luis Alberto este apasionado poema en defensa de los libros. El tono sublime que alcanzan estos versos se debe a la destreza de su autor mezclando elementos intelectuales y épicos. Pocos poetas dominan o han dominado esta técnica tan bien como Luis Alberto de Cuenca, que la convierte en una constante a lo largo de toda su obra: sólo él podría haber escrito un poema tan sobrecogedor como “Gilgamesh”, que mezcla en unos pocos versos estos dos componentes con una reflexión sobre la inmortalidad.

   En el fondo épico de estas palabras parece vislumbrarse apenas una maravillosa referencia encubierta a otro poema por el que Luis Alberto de Cuenca confesó una profunda admiración –y no puede ser de otra forma–. Me refiero al poema «De amicitia» de Julio Martínez Mesanza, uno de los mayores cantos a la amistad que se han escrito nunca. La estructura de ambos poemas, basada en oposiciones, invita a relacionarlos. Además, los puntos en común en cuanto a la temática son evidentes. Si Mesanza estaba dispuesto a luchar hasta la muerte para defender a sus amigos, aunque éstos fueran dignos de odio, Luis Alberto no hará menos por los libros. A la luz de esta intertextualidad la amistad que se establece con los libros no es menos épica que la del poema de Mesanza.

   La concisión y la exactitud también son características que aparecen con frecuencia en la obra de Luis Alberto. Este poema es precisamente prueba de ello: consigue deslumbrarnos con unas pocas palabras, tomadas de la lengua cotidiana, sin utilizar metáforas audaces. Los dos últimos versos son un espléndido cierre, no sólo por su especial concentración, sino porque suponen un corte brusco en el punto más climático del poema.

   El único inconveniente que se puede poner al poema es el ritmo del primer verso, que no encaja en el conjunto. Este inexplicable descuido no disminuye, sin embargo, la calidad del poema ni la grandeza de la idea que expresa.

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