Eugène Atget

Eugène Atget

   Es Eugène Atget (1857-1927) una de esas personas que nace con vocación de artista y logra plasmar sus inquietudes por los caminos menos esperados. No en vano viajó por el mundo intentando ser marino, actor y ya París pintor. Por desgracia no logró triunfar en ninguno de estos oficios, y finalmente tuvo que conformarse con un destino más humilde y silencioso, que le convertiría en pionero de uno de los artes más representativos del siglo XX: la fotografía.

   Atget es la reivindicación perfecta de un oficio muy poco conocido, aún menos valorado y siempre silenciado. Detrás del lienzo de cualquier pintor puede haber una mayor o menor labor de documentación, a veces ingente, que en ocasiones realiza el propio pintor, pero que también puede estar a cargo de otras personas. La fotografía no nace con consideración de arte: en un primer momento se utiliza como documento gráfico, en muchos casos para criticar una situación social, como por ejemplo en Jacob August Riis o en Lewis Wickes Hine. En pintura se mostraba como la herramienta perfecta para mecanizar la labor de documntación. Atget, que no logró ser pintor pero contaba con numerosos amigos pintores, se conformó con realizar este trabajo paciente, anónimo y poco remunerado.

   De esta forma trabajó desde 1898 hasta 1927, año en que muere, documentando a pintores como Braque, Utrillo, Derain o Vlaminck. Lo que interesaba a estos pintores fundamentalmente era el paisaje típicamente francés o elementos concretos del mismo, siempre libre de toda presencia humana. Para evitar estas presencias Atget tomaba sus fotografías a tempranas horas de la mañana, antes de que el bullicio de París comenzara a despertar. Por ese motivo la presencia humana en la obra de Atget es muy escasa, si bien no nula. Pero cuando aparece el ser humano, éste tiene un contorno borroso, poco preciso y definido, fundiéndose casi con el paisaje de fondo. Atget no se dedicó únicamente de documentar los lugares más turísticos, sino que recorre uno a uno los barrios de París. Hizo una cantidad de fotos descomunal –tanto es así que en 1968 el MOMA de Nueva York adquiere 10000 de sus negativos–.

Coine rue du seine - 1924

Coine rue du seine – 1924

   Se podría pensar que esta ausencia humana en la obra de Atget la convierte en un documento frío y aséptico de la realidad del momento. Muchos de los ambientes de finales del siglo XIX que fotografía Atget están desapareciendo poco a poco en vida del fotógrafo. Así mismo lo documentan sus propias fotografías. Es por eso que detrás de su obra hay una mirada nostálgica y melancólica, conmocionada ante el transcurrir del tiempo que devora lentamente el mundo que conocemos. La sensación dramática se acrecienta por esas fantasmales presencias humanas, que al igual que el espacio en el que aparecen, también están condenados a consumirse en el tiempo.

   Es inevitable pensar que la melancolía de sus fotografías no nace simplemente de aquello que retrata. De alguna forma Eugène Atget transmitió una parte importante de su espíritu a su obra. En efecto, su vida no fue en absoluto fácil. La escasa remuneración de su trabajo como documentarista –unos cinco francos por cada trabajo– le obligaba a vivir a él y a su esposa en una permanente estrechez económica. Tanto fue así que incluso tuvo que trabajar para organismos oficiales como la Comisión del Viejo París o la Biblioteca Histórica de la Villa de París, para los que realizó diversas series, que hoy en día constituyen un importante documento gráfico del París de la época. Incansablemente recorría París a pie en busca de fotografías y clientes.

Rue des Nonnains d´Hyères - 1900

Rue des Nonnains d´Hyères – 1900

   Pero todo esto se puede soportar cuando uno tiene fe en lo que hace. Lo más desesperanzador de Atget es que él mismo no cree en lo que está haciendo. En ningún momento pensó que las fotografías que hacía pudiera considerarse como arte, y los pintores para los que trabajaba tampoco. Se dedicó a ese trabajo para sobrevivir, aunque también debía gustarle, ya que en sus ratos libres también fotografiaba. Tuvo la oportunidad de conocer a uno de los grandes fotógrafos de la Humanidad, Man Ray, que era su vecino. Man Ray, a diferencia de Atget, sí tenía fe en su obra. Ray le propuso a Atget publicar algunas fotografías en una revista surrealista. Atget aceptó, pero pidió que no se incluyera su nombre a las fotografías, porque se avergonzaba de ello. Es famosa la frase que Atget repetía: «son documentos, sólo documentos». Man Ray no pudo hacer nada para difundir la obra de Atget.

   Fue la famosa fotógrafa Benerice Abbot la que se encargó de difundir el trabajo de Atget. Abbot, que en un primer momento fue alumna de Man Ray, tuvo la oportunidad de conocer a Atget a través de éste –el único retrato que existe de Atget fue una fotografía tomada por Abbot–. A la muerte de Atget, Abbot ofreció a su familia una buena cantidad de dinero a cambio de sus fotografías. Éstos, encantados, aceptaron, y de esta manera casi la totalidad de la obra de Atget fue trasladada a Estados Unidos, en donde la fotógrafa norteamericana se encargó de distribuirla entre los más importantes museos. Como suele ser habitual, el reconocimiento que el artista no consiguió en vida –ni siquiera el reconocimiento a sí mismo– le vino después de la muerte. El reconocimiento en este caso es absoluto: Atget es considerado por muchos como el inventor de la fotografía moderna.

   La obra de Atget, además de por su valor artístico, es importante porque se presta a una interesante reflexión: el convencionalismo del arte, una cuestión que no se plantea hasta que Lessing rompe con la estética idealista y pone en evidencia la necesidad de buscar las normas que gobiernan al propio arte. A este respecto diría Hume: «La belleza no es una cualidad de las cosas en sí mismas. Existe meramente en la mente de quien las contempla, y cada mente percibe una diferente belleza». Eugène Atget es una prueba de ello.

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