"Domingo en el Louvre", de Willy Ronis

«Domingo en el Louvre», de Willy Ronis

   No imagino cuál debió ser la impresión de Felipe IV y de Mariana de Austria cuando, al entrar en la habitación en la que Velázquez aguardaba con el lienzo final de Las Meninas, se vieron reflejados en el espejo de la composición. El cuadro no era simplemente un cuadro, sino una especie de ventana que recogía la imagen exacta de lo que verían los reyes al entrar en la habitación. De esta forma, Velázquez consigue pintar algo que queda fuera del cuadro: sus espectadores. Estos quedarán implicados con la obra para siempre. El rey debió quedar fascinado con ese juego de espacios y dimensiones; la leyenda es de sobra conocida: el mismo Felipe IV pintó a Velázquez en el lienzo de Las Meninas la cruz de la Orden de Santiago a título póstumo después de que éste hubiera muerto.

   Hoy en día, cuando nos situamos frente a Las Meninas, estamos en la misma posición en la que un día estuvieron los reyes. Así, podemos convertirnos en Felipe IV y Mariana de Austria, quedando nosotros mismos también implicados con el cuadro. De alguna forma, se podría decir que Velázquez ha conseguido introducirnos en su obra, pintarnos detrás de la imagen que se ve en el espejo. Pocas obras han logrado con tanto acierto este complicadísimo hallazgo.

   Pero no es Velázquez a quien quiero referirme. Me gustaría hablar de una de las fotografías que más admiro y alabo. Se trata de “Domingo en el Louvre”, de Willy Ronis. Este prestigioso fotógrafo toma una escena relativamente cotidiana, un paseo por el Louvre, para llenarla de un lirismo mágico. El cuadro elegido, La coronación de Napoleón de Jacques Louis David, no podía haber sido desde luego más acertado. La técnica que utiliza, la superposición de planos, había sido utilizada anteriormente y volvería a usarse después con magníficos resultados por fotógrafos de la talla de Doisneau.

   Ronis consigue la interrelación perfecta entre dos artes, la pintura y la fotografía, a través de una espectacular mise en abyme: nosotros miramos a los visitantes del Louvre, que miran a los personajes que dentro del cuadro de David contemplan la coronación de Napoleón. El procedimiento de muñecas rusas nos introduce en un laberinto donde, después de abrir una puerta tras otra, dos disciplinas artísticas se mezclan y confunden. Los visitantes del Louvre participan del cuadro de David del mismo modo que éste se ha colado de lleno en su realidad. Detrás de la foto de Ronis subyace una defensa de la búsqueda de lo maravilloso en lo cotidiano, al tiempo que una proyección del arte sobre la vida.

   No ha olvidado Ronis un toque de humor que confirma el efecto óptico. La mirada se centra necesariamente en la mujer que, en primer plano, está de espaldas, ajena al cuadro. Tal vez mire otra obra de arte, poco importa, porque en realidad parece admirar la suntuosidad de la catedral de Notre Dame, o tal vez ande perdida, sin comprender aún cómo pudo llegar hasta allí. El arte la atrapó a través del objetivo de Willy Ronis.

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