Generación del 27

Generación del 27

   La admiración que siento hacia el grupo poético del 27 –utilizando la denominación más acertada– no tiene límites. La influencia de estos autores se extiende de forma constante a lo largo del que ha sido quizá el siglo de las influencias y de las contra-influencias. Díez de Revenga ya señalaba en su Panorama crítico de la generación del 27 el magisterio de estos poetas, que según Ángel González representan «un hecho insólito sin precedentes, tal vez, desde el Siglo de Oro»; para otros autores, como José-Carlos Mainer, son una parte importante de la «edad de plata». Pero la admiración que siento es más que una simple cuestión de permanencias, es más que autores u obras concretas, más que determinados versos o que el ambiente general de una época. No hace mucho leía el libro Rafael Alberti editado por Manuel Durán en la magnífica colección «El Escritor y la Crítica» y encontraba un breve artículo de Dámaso Alonso dedicado a La arboleda perdida. En él creo entrever una de las claves de mi admiración:

   «Lo más hermoso de aquel grupo generacional, lo verdaderamente unitivo (mucho más que esa «pureza», casi sólo una bandera, un mero símbolo) fue la amistad, una amistad amplia, humana, generosa, sin sombras y sin rencores. Hacia 1927 era un querer estar siempre juntos, intercambiándonos proyectos, ideas, sentimientos, alegrarnos cada vez que uno de los amigos ausentes pasaba por Madrid. Algo muy distinto del miserable amasijo de inconfesables envidias y vilezas que suele ser la vida literaria, donde el escritor está expuesto al salivazo de cualquier malvado. Allí, en aquellos años, pudo haber piques o competencias entre algunos de los mejores poetas. Los seguidores hubieran querido alguna vez enfrentar a Federico y a Alberti. El cariño y la mutua admiración borró siempre todo roce, todo chisme.»

   Dámaso Alonso, «Rafael entre su arboleda», Ínsula, núm. 198, mayo de 1963.

   Este breve fragmento no puede menos que recordarme su conocido artículo «Una generación poética», en donde Dámaso Alonso dice lo siguiente:

   «Cuando cierro los ojos, los recuerdo a todos en bloque, formando conjunto, como un sistema que el amor presidía, que religaban las afirmaciones estéticas comunes. También con antipatías, en general coparticipadas, aunque éstas fueran, sobre poco más o menos las mismas que había tenido la generación anterior: se odiaba todo lo que en arte representara rutina, incomprensión o cerrilidad.»

   Dámaso Alonso, «Una generación poética», Finisterre, núm. 3, segunda época, Madrid, marzo, págs. 187 y 198.

   No sin razón José Luis Cano propuso en La poesía de la generación del 27 el término de «generación de la amistad» para definir al grupo de poetas, a pesar de que tal denominación no triunfara. Si bien hay que admitir que la visión de Dámaso Alonso exalta quizá excesivamente la cohesión entre los miembros del grupo, porque como es normal en un grupo de amigos tuvieron sus más y sus menos; incluso en el caso más polémico, el de Luis Cernuda –por no citar a Buñuel o a Dalí–, que tuvo unas relaciones un tanto paradójicas con sus compañeros poetas. El poeta sevillano acabó diciendo: «si creía odiar a mis amigos, a mis nulos amigos, es porque les amaba demasiado.»

   Uno mira al panorama literario actual y siente que es mucho lo que se ha perdido. Y ni siquiera estoy hablando de calidad estética.

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