Elliott Erwitt - Museo del Prado, Madrid 1995

Elliott Erwitt – Museo del Prado, Madrid 1995

   Si hace algún tiempo teníamos la ocasión de acompañar a a Willy Ronis un Domingo en el Louvre, en esta ocasión les propongo seguir a Elliott Erwitt en una visita al museo del Prado. Y es que este fotógrafo ha sabido intuir mejor que ninguno que el museo es un espacio artístico que ofrece mucho juego en cuanto a situaciones: permite la conjunción de dos artes, la reflexión estética y social sobre el hecho artístico y la socialización en un lugar de confluencias entre personas con distintos intereses, no siempre culturales. A este respecto Erwitt dijo: «la gente visita museos por motivos que no tienen nada que ver con lo que los museos contienen. Son lugares donde se ejerce la sociabilidad. Puesto que hay que estar en alguna parte, más vale estar en un lugar donde haya aire acondicionado y calefacción». Por ese motivo en la obra de Erwitt, además de los perros, el museo tiene un lugar destacado, como se ha podido comprobar recientemente en la exposición titulada Museum Watching que hace poco se ha realizado en Barcelona.

   Pero más importante en Erwitt que los museos es el humor optimista y la ironía amable que le permite desentrañar diversos aspectos de la condición humana. Si bien no deja a un lado por completo la vertiente seria, a través del tratamiento jocoso Erwitt consigue revelar el absurdo de situaciones presentes en la vida cotidiana. Ya sean hombres discutiendo sobre el sentido de lienzos en blanco o la fotografía seleccionada y que se puede entender como una profunda e interesante visión sobre el arte por muchos motivos.

   Es prácticamente imposible que esta foto sin nombre –Erwitt no suele titular sus obras, sino que únicamente ofrece el lugar y la fecha- no nos arranque al menos una leve sonrisa, independientemente de ideologías sexistas. Ese es precisamente uno de los grandes aciertos de la fotografía: a pesar de que tiene un contenido claramente sexista, no se puede atribuir a ninguno de los dos lados de la balanza. Erwitt consigue un tratamiento «neutro», capaz de hacer sonreír a todos por igual.

     Aunque Erwitt asegura no preparar de antemano las situaciones cómicas, es difícil creer que la disposición de la imagen sea producto del azar. La fotografía queda dividida en dos partes, con un fondo simétrico, que se descompensa en el plano de los personajes. Cuando la mirada se acerca en un primer momento a la imagen, la visión se dirige casi necesariamente al lado derecho, a la parte masculina, atraída por la aglomeración de hombres, expectante por ver qué hay detrás. Una vez se ha comprobado miramos la parte izquierda, y entonces comprendemos el sentido de la situación. Ese debía ser el reparto y no otro. Si hubiera situado un grupo de mujeres y un hombre, o dos grupos con el mismo número de personas el efecto no habría sido el mismo.

   Por eso, detrás del tratamiento lúdico de la situación debe haber necesariamente algo más: no olvidemos que estamos en un museo, que el arte está siendo captado mediante una visión artística, arte a través de arte, fundidos en un único producto. Tras la comicidad de la escena, Erwitt ofrece una reflexión acerca de los dos modos posibles de contemplar el arte y como consecuencia de los dos tipos de productos estéticos y de receptores posibles.

   Los papeles de lector macho y de lector hembra de Cortázar se invierten en Erwitt, pero como en Cortázar, en Erwitt también sería un error interpretar necesariamente a los lectores macho con hombres y a los lectores hembra con mujeres. Los hombres de la fotografía se agrupan en manada, como animales, devorando la forma de La maja desnuda con la mirada; mientras que la mujer, en un acto solitario y reflexivo, es capaz de ver el fondo de La maja vestida, más allá de su ropa. En el primer caso, la recepción del arte es más instintiva y hedonista, en el segundo es un desciframiento intelectual, algo mucho más profundo y rico, y cuyos precedentes casi se podrían rastrear en La deshumanización del arte de Ortega. Teniendo en cuenta esta interpretación, se podría incluso decir, salvando las distancias, que La maja desnuda es el best seller y La maja vestida el arte de minorías, de elites intelectuales.

   Por supuesto todo esto puede no estar presente en la fotografía, pero desde luego la sonrisa que ha provocado sí es tangible. Ahora que cada cual decida.

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