Si una mañana de verano un niño de Roberto Cotroneo

Si una mañana de verano un niño de Roberto Cotroneo

     Antes de alzar el grito al cielo afirmando que los jóvenes no leen o que leen poco –y mal– se debería hacer una breve reflexión sobre los hábitos de lectura de los padres. Porque el colegio podrá hacer las cosas mejor o peor, pero no hay la menor duda de que un niño que crece en un ambiente donde se valore la lectura acabará por ceder a los encantos de la letra escrita. Sin embargo, los padres no tienen tiempo, o tienen otros hobbies –porque leer no es una forma de conocimiento sino un pasatiempo– y pretenden que se moldee a sus hijos contra lo que han visto desde la cuna. Mal vamos por este camino. La literatura no conoce edades porque la escritura es sólo una de las formas de un dominio más vasto: el momento en que a un niño se le cuenta por primera vez un relato clásico está lleno de magia y de polvo de estrellas, porque el niño sentirá verdadera inquietud por el destino de Blancanieves o de Caperucita Roja. Después todo será distinto.

   Aunque el libro de Roberto Cotroneo, Si una mañana de verano un niño –título que recuerda a Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino–, cuyo subtítulo es «Carta a mi hijo sobre el amor por los libros», se ha considerado precisamente como una obra de fomento de la lectura tiene una cierta ambigüedad que admite diversas lecturas, como ocurre también con otro libro similar como es La infancia recuperada de Fernando Savater. En un primer plano están el propio Cotroneo y su hijo de dos años y medio, Francesco, hacia el que se dirige la obra. Pero en el fondo el libro, antes incluso que a adolescentes, parece estar dirigido a padres que pretendan infundir en sus hijos el amor por la literatura, a través de un recorrido personal por autores y libros, entre los que están La isla del tesoro de Stevenson, El guardián entre el centeno de Salinger, Tierra baldía y La canción de amor de John Alfred Prufrock de Eliot y El malogrado de Thomas Bernhard.

   A pesar de que la expresión es sencilla, amena y divulgativa, y los libros aparecen ordenados de menor a mayor dificultad, la elección de Eliot y de Thomas Bernhard hace sospechar en un lector no adolescente. Cotroneo se detiene en aspectos puntuales que le sirven para afianzar una actitud ante la literatura que es digna de elogio por su sinceridad y su humildad. Lejos de la pedantería crítica y literaria, Cotroneo propone un acercamiento a la literatura puramente lúdico, irreverente, desmitificador, incluso con el Ulises de Joyce, tratando de evitar todos aquellos fetiches eruditos que terminan ahogando a los lectores experimentados.

     Pero la lectura que propone Cotroneo va más allá del juego convirtiéndose en una verdadera forma de conocimiento del mundo. Exprime por completo los textos a través de lecturas que evitan toda superficialidad: en La isla del tesoro se detiene en el miedo que provoca la sutil frontera entre el bien y el mal y en lo terrible que pueden resultar las aventuras –cuando en ellas está en juego la vida–, mientras que en El guardián entre el centeno entrevé el mundo de la adolescencia y el difícil paso de hacerse adulto. La dificultad aumenta considerablemente con Eliot y con Bernhard: en el primero destaca la desazón ante la mediocridad y la indecisión y en el segundo hace referencia al talento y al genio a través de la figura de Glenn Gould. En este último caso señala la confrontación entre Salieri y Mozart, entre el talento artesanal y el genio artístico, ensalzando por encima de toda inspiración el rigor y la disciplina intelectual y la aceptación de las propias posibilidades.

   Para cerrar el libro Cotroneo inventa una fabulosa historia que tiene como protagonista al mismísimo Jorge Luis Borges. A través de una alegoría Cotroneo pone a dialogar unos libros con otros, y demuestra, cuando no la superioridad, la autonomía del mundo literario, utilizando para ello el célebre ensayo de Borges «Del culto de los libros», del que extrae numerosos fragmentos, que recalcan las ideas de Bacon y Carlely que equiparan el mundo con un libro y la famosa frase de Mallarmé de que todo está escrito para acabar en un libro. Es curioso que La infancia recuperada de Savater también acabe con una elogiosa referencia a Borges, aunque la lista de autores reseñados por el filósofo es más extensa.

   El camino más fácil es posiblemente decir que los jóvenes no leen o leen poco. En cambio, algunos, como Cotroneo –o como C. S. Lewis en su momento–, no subestiman la imaginación de los niños ni pierden la esperanza de ganar la batalla a las consolas o a la televisión, y aún se siguen preguntando «¿y qué niño no ha creído ver en el cielo, una noche de verano en que no quiere dormirse, el velero de Peter Pan?» Porque en definitiva «también los libros serios, también los libros para adultos, también los difíciles no son otra cosa que veleros enmascarados, y que tienen el mismo encanto del velero de polvo de oro de Peter Pan».

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