Luis Landero

Luis Landero

   En el Babelia del sábado 7 de abril Luis Landero defendía el divorcio absoluto entre la ética y la literatura con las siguientes palabras: «El mundo de la literatura debe ser absolutamente libre. Un escritor debe ser amoral pero, ¿dónde están los límites? Todo es contable y decible, depende de la perspectiva desde la que se cuente. Un personaje sí puede transgredir, puede violar a una niña, son personajes los que lo hacen. Otra cosa es hablar en nombre de ti mismo. Hablo de amoral en el sentido en que Shakespeare es amoral. No hay personajes más libres que los suyos y sus obras son un catálogo de maldades, pero él ni entra ni sale. Sólo muestra la vida como es. El lector tiene que contribuir a la ética».

   Aunque el escritor extremeño tiene razón ―sería una estupidez identificar por ejemplo a Ernesto Sábado con Juan Pablo Castel―, no es fácil delimitar la delicada frontera que separa personaje y autor en todos los casos. El auténtico problema es la fastidiosa costumbre, muy humana por otra parte, de realizar juicios morales sobre la persona del escritor. Así se llega a la polémica situación vivida hace algunos años con Hernán Migota y su libro Todas putas, que pretendió censurarse porque el protagonista de uno de sus relatos hacía una apología de la violación al pretender que se reconocieran sus derechos como tal. Lo mismo que ocurrió con la novela Plataforma de Houellebecq, en donde su protagonista decía: «Siento un estremecimiento de entusiasmo cuando me entero de que han matado a un terrorista… Odio al Islam… ha roto mi vida».

   En el otro lado de la balanza se sitúan los autores que son plenamente responsables del valor moral de sus palabras, aquellos que hacen algo que está definitivamente fuera del terreno de la literatura. Así el caso del imán Mohammad Kamal Mustafa, autor del libro La mujer en el Islam publicado algunos años, en donde afirma cosas como por ejemplo que los golpes a las mujeres «se deben administrar en unas partes concretas del cuerpo, como los pies y las manos, debiendo utilizarse una vara no demasiado gruesa, es decir, que ha de ser fina y ligera para que no deje cicatrices o hematomas en el cuerpo».

   Lo problemático, sin embargo, son las situaciones intermedias: la propaganda ética enmascarada de literatura. Debido a la dificultad de determinar estos casos, en que el autor no tiene suficiente valor como para dar la cara y necesita esconderse detrás de un personaje, no siempre es fácil aplicar las palabras de Landero.

   Literatura o no, éste es el precio más que justo que hay que pagar por la libertad de expresión. Porque siempre será preferible una libertad de expresión agredida que una dictadura intelectual en calma.

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