Lo verdaderamente sorprendente y bochornoso del caso de Tom Wayne no es el hecho contradictorio de quemar libros para protestar por la falta de lectura, algo que podría ser calificado sin ambages de terrorismo intelectual, sino la pose desafiante y pretendidamente heróica que, sin gran éxito, ha intentado adoptar. Este librero de Kansas City, que ha decidido quemar sus 20000 ejemplares como protesta ante el rechazo manifestado por algunas bibliotecas de aceptar una parte de su colección por tener sus fondos completos, asume el diálogo del derrotismo cultural en una lapidaria sentencia que tiene más de maquillaje que de simbología afirmando que «es la pira funeral para el pensamiento de los Estados Unidos de hoy». Algo así como protestar contra el hambre en el mundo tirando toneladas de comida: simplemente demencial. Un atentado contra el apetito intelectual.
Con esta frase y la amenaza de quemar todos sus volúmenes Wayne tal vez pretende pasar a la historia como una especie de mártir cultural, alguien que ha sacrificado lo más valioso que tiene para darle una lección a la Humanidad. Sin embargo, no ha podido evitar que se le vea el plumero en una carta abierta escrita en MySpace en la que propone dos modos de solidarizarse con él: darle publicidad a través de blogs, correos electrónicos y otros medios de comunicación o comprar un libro por el módico y simbólico precio de un euro más gastos de envío cada uno. Salta a la vista que tras todo el fuego de artificio se esconde una fría y calculada estrategia de marketing para dar publicidad a su librería y sacarse unos de euros vendiendo algunos libros. Alguien capaz de organizar este aberrante espectáculo, el sacrificio de fuego de miles de volúmenes, por vender un puñado de libros a un euro cada uno no es más que un detestable enemigo de la cultura, un miserable mercader que sería capaz de vender a su madre por un euro bajo amenaza de quemarla en caso contrario.
Y lo peor es que haya conseguido al menos en parte su propósito inicial. No sé si habrá vendido muchos libros a día de hoy, pero desde luego ha logrado que multitud de diarios le dediquen una página. Tal vez yo también debería asumir una parte de la culpa, puesto que también le estoy dando publicidad, pero ante tamaños fraudes es imposible el silencio. La única publicidad han de recibir tales delincuentes debería ser la denuncia.
Totalmente de acuerdo con lo que dices. Es tener la cara más dura del mundo. Y seguro que se hace millonario a lo tonto y haciendo cosas de ese tipo(¿boutade?)
Saludos.
Efectivamente, este tío debería ir a la cárcel.
me parece que lo que hace es un chantaje de lo mas bajo, y si el quiere quemar sus libros que los queme, no se tiene que acceder a sus condiciones
te dejo mi sitio web si quieres que haga un comentario tuyo en mi pagina
http://www.ediciones-dmc.com/
Siento un respeto cuasi religioso por los libros impresos, pese a lo cual haría una pira con gran cantidad de ellos ¡y es que son tan malos algunos!
Lo único que los salva es que no sabría erigirme en árbitro.
¿Y si quemásemos a los escritores?
Cierto, hay libros de dudoso gusto pero no es menos cierto q ue siempre hay, al menos, un lector para ese libro. Ergo ¿por qué alzarnos como moderadores del buen gusto y matar al escritos? Ese uno que lo lee lo aprecia, aunque nos pese. Por otro lado, la quema de libros me ha resultado dedeznable. No es mas que reactancia ante un problema que no podía resolver, como cuando los perros dan vueltas sobre el mismo punto aullando al ver como su amo se quema y no puede hacer nada.
Nunca quemaría un libro por malo que fuera. Es una práctica que me recuerda a la inquisición y sus métodos. Todo libro tiene su lector y merece un respeto. No lo leas, no lo compres, no hables de él y en paz.
En cuanto al asunto que nos ocupa sólo decir que llamar la atención, aunque sea quemando libros, parece ser una buena manera de vender. Porque, en definitiva, de eso se trata, de puro mercado, como muy bien has apuntado Santino. Una pena…
Saludos
Hace poco intenté donar los libros de texto atrasados o infrautilizados de Mi Instituto y ninguna biblioteca los aceptó, ni tampoco ONG (porque poensé que podría interesar para estudio del castellano a los inmigrantes, o similar) y me sentí muy frustrada. Finalmente, los tiré en el contenedor de papel. El hecho de que este señor los quemara, en efecto tiene connotaciones nazis, y que quiera montar un negocio, también es sospechoso. No sólo se trata de quemar los libros ( o deshacerse de ellos, como en mi caso), sino del hecho público, de la carga ideológica que subyace ¿no crees?
Un saludo cordial.