San Juan de la Cruz de Gerald Brenan

San Juan de la Cruz de Gerald Brenan

  En El libro de los seres imaginarios Borges dedica una entrada a los ángeles de Swedenborg en la que hace un breve y completo resumen sobre la teología del místico sueco. Para Swedenborg el Paraíso es una continuación intensificada, más concreta y compleja, de aquello a lo que el hombre se ha habituado en vida, de tal forma que «los ricos siguen siendo más ricos que los pobres». Por tanto, un asceta sólo podría concebir el Paraíso como mortificación y penitencia. Borges acaba con una rotunda frase: «Los pobres de espíritu y los ascetas están excluidos de los goces del Paraíso porque no los comprenderían». Tras esta demoledora frase se encuentra el drama del hombre que desperdicia su vida en pos de un ideal inútil, quizá el caso de San Juan de la Cruz.

   Aunque seguramente Jorge Guillén tenía razón cuando dijo en “El hombre y la obra” aquello de «contemplad la obra, olvidad al hombre», existe una cierta atracción inevitable hacia la biografía de los escritores. Atracción y en la mayor parte de los casos decepción, porque no existe una correspondencia necesaria entre autor y obra. Es más, conocer la vida del autor resulta en muchos casos incluso contraproducente, porque el lector puede llenarse de prejuicios negativos que interfieren en el juicio estético de la obra. Esto es en parte lo que ocurre con San Juan de la Cruz.

   Gerald Brenan divide la obra San Juan de la Cruz en tres partes completamente diferenciadas: su biografía, un breve análisis de sus obras en verso y en prosa, y un apéndice final con su producción poética. Si bien la obra se puede considerar propiamente como una biografía, lo que Brenan pretende es arrojar luz sobre la totalidad de la figura de San Juan de la Cruz, incluyendo un suscinto análisis de su obra, que no llega a perder nunca el punto de vista biográfico. Sigue un camino inverso al que suele utilizar la crítica literaria: en lugar de explicar aspectos de su obra a través de hechos ocurridos en su vida apoya los segundos sobre los primeros. Los textos interesan a Brenan más que como un indicador del estado de ánimo del poeta que como objetos con un valor estético en sí mismos. Cada vez que hace referencia a un determinado poema o a un comentario en prosa repite las circunstancias vitales en los que se asienta ese texto, ya sea en su juventud, durante su prisión en Toledo, después de ésta, o como una explicación dirigida a las monjas de Beas. El estilo ocupa un lugar muy reducido en comparación con el estudio de los temas, y Brenan repite incesantemente la dificultad para comprender el verdadero sentido del sentimiento místico que impregna su obra.

   La biografía de Brenan es prolija en detalles acerca de la vida de San Juan de la Cruz y del desarrollo de la reforma en la Orden del Carmelo impulsada por Santa Teresa de Jesús, pero llega a cansar en algunos momentos porque el hispanista abusa de una perspectiva demasiado religiosa. Podría considerarse lógico teniendo en cuenta quién es el personaje y que la mayor parte de testimonios a los que Brenan accede son de compañeros de la congregación, pero en San Juan de la Cruz es posible encontrar numerosos milagros, ya en vida del santo, como por ejemplo la levitación mientras rezaba. Brenan no sólo no ha sido lo suficientemente crítico como para cribar este tipo de elementos sobrenaturales, sino que además se complace en narrar este tipo de episodios.

   En cuanto a la personalidad de San Juan de la Cruz nos encontramos con un hombre reservado, introvertido, silencioso y meditativo, carente del carisma, la vitalidad y el fuerte carácter de Santa Teresa de Jesús. Sin embargo, su humildad y su entrega absoluta a Dios impresionaron a la monja e hizo que fuera subiendo puestos hasta desarrollar cargos de gran relevancia ─siempre contra su voluntad, porque lo que él quería era una vida retirada y sencilla entregada a la oración─. Aunque entre ambos había un profundo afecto y respeto, sus diferencias en temperamento llevaron a Santa Teresa a pensar en otro nombre para dirigir la reforma, en su favorito Jerónimo Gracián.

   Para explicar brevemente el sentido de la reforma que Teresa de Jesús trata de implantar en la Orden del Carmelo es necesario aludir a la corriente erasmista que se había difundido por toda Europa. Hay que situarse en una época de progresiva relajación de la austeridad original, e incluso el Papa Eugenio IV les había concedido una regla más suave en 1432. Hasta 1562, fecha en que Santa Teresa comienza la reforma, es incluso posible ver a monjas con una o dos criadas al provenir de la nobleza. Teresa de Jesús se basa en la regla original, conocida como la regla de San Alberto, para realizar la reforma. Lo que Teresa de Jesús pretendía difundir era la pobreza, el retiro estricto, el ayuno y la oración interior por encima de la predicación. Por supuesto no todos los carmelitas se sintieron satisfechos por la dirección que tomaba la reforma y se produjo una división: por un lado los Descalzos, que llevaban calzado de tela, sandalias o bien iban descalzos; y los Calzados, que llevaban zapatos de cuero. De todos modos, la oración interior no se veía con buenos ojos en la época, porque quienes la practicaban eran sospechosos de ser alumbrados o iluministas, un movimiento situado bajo la influencia de Erasmo. Desde 1524 la Inquisición consideraba herejía a este movimiento, y por lo tanto perseguía y encarcelaba a sus miembros. Posiblemente por este motivo Juan de la Cruz estuvo a punto de ser encarcelado por la Inquisición en algunos momentos de su vida.

   Era inevitable que se produjeran los enfrentamientos entre Calzados y Descalzados, que llegaron a episodios de intensa crueldad. Especialmente conmovedor es el capítulo que se dedica por entero a la estancia de Juan de la Cruz en la cárcel, por negarse a obedecer a un superior Calzado. La severidad con la que los carmelitas trataban a su compañero resulta sorprendente: recluido en un celda de seis por diez pies con una ventana de tres dedos de ancho en la parte superior de la pared, no pudo cambiarse en los nueve meses que estuvo en prisión, comía un mendrugo de pan y alguna sardina, con días de ayuno incluido, obligado a comer de rodillas ante todos los frailes y azotado por todos ellos mientras era duramente amonestado, su carcelero tenía prohibido hablarle, le arrojaba la comida al suelo y no vaciaba su balde durante días, por lo que el hedor que había le hacía vomitar. Juan aceptaba todos estos castigos con sumisión, lo que enardecía aún más a sus mayores en la congregación. Finalmente se le presentó a Juan la oportunidad de escaparse fabricando una cuerda con mantas y dejándose caer por una ventana. Encontró cobijo en un convento de clausura, a cuyas monjas posiblemente recitó algunas de las estrofas del Cántico espiritual que había escrito en prisión.

   La reforma sigue por buen camino, aunque con la muerte de Teresa de Jesús y la llegada al poder del genovés Nicolás Doria el sentido original de la reforma se va disipando. Por supuesto, en los Descalzos aparecen muchas voces en contra de la dirección de Doria, incluyendo a Juan de la Cruz, pero él es un hombre astuto que sabe acallarlos a todos. Estaba recogiendo pruebas en contra de San Juan cuando le sobrevino a éste la muerte. Su carácter piadoso y sus conocidos episodios místicos hicieron que desde un primer momento fuera considerado un santo.

   No se puede dejar de hacer una mínima referencia a la segunda parte del libro. Brenan no aporta ninguna novedad, sino que se limita a repetir todo lo dicho por Dámaso Alonso en La poesía de San Juan de la Cruz. Según Brenan Dámaso Alonso habla de la influencia de la poesía bíblica y de la poesía española, aunque habría que matizar diferenciando entre una poesía culta italianizante, a través de Garcilaso de la Vega, y una poesía popular y de cancionero. Posiblemente una de las grandes genialidades de San Juan, además de su uso del lenguaje, es la capacidad que tiene para aglutinar corrientes en un mismo texto de forma armónica. En cuanto a la influencia de Garcilaso de la Vega, de ser cierto que San Juan no volvió a leer literatura profana tras sus estudios en Salamanca y al ingresar en los carmelitas, tiene que deberse necesariamente a Sebastián de Córdoba. Este poeta menor había amoldado el lenguaje poético de Gracilazo a la filosofía cristiana en un pastiche llamado Garcilaso a lo divino. Aunque Brenan admite la influencia de Sebastián de Córdoba en el Cántico espiritual parece que pretenda disminuir su importancia en la producción de San Juan repitiendo una y otra vez que es un poeta de tercera fila. Sin embargo, es en realidad un eslabón imprescindible, el nexo de unión entre Garcilaso y San Juan de la Cruz, lo que hace que se le pueda considerar como heredero y continuador de la poética garcilasiana, independientemente del cariz divino. De esta forma se puede hacer un meticuloso análisis de la poesía de su poesía sin entrar en la discusión de si sus visiones y experiencias eran reales o no.

   Uno de los mayores errores que comete Brenan es menospreciar la Llama de amor viva porque «carece del movimiento rápido y alado del Cántico y de la Noche oscura con su compleja y variada imaginería, así como de la rara intensidad de Que bien sé yo la fonte». Entiendo y no discuto estos argumentos, pero son tan ambiguos y personales que no pueden ser tenidos en cuenta para valorar el poema seriamente. La Llama de amor viva, que Dámaso Alonso consideraba como la obra más sublime de San Juan de la Cruz, es una de las obras cumbres de la mística occidental. Sin embargo, Brenan no le dedica más de dos párrafos porque no es de su agrado.

   El análisis que hace del estilo y de la lengua de San Juan está muy alejado de la certeza y rigurosidad de Dámaso Alonso. Muy al contrario, sus apreciaciones son vagas y profundamente subjetivas. Repite sucesivamente lo que le evocan los textos sin detenerse a observar cómo lo ha conseguido el poeta. Su superficialidad y su constante repetición de tópicos hacen que no se pueda tomar en serio su acercamiento a la poesía de San Juan de la Cruz. No obstante, su lectura es interesante sobre todo por la primera parte a la que ya me he referido por extenso.

   Como ya he dicho, la vida de San Juan de la Cruz estuvo llena de mortificaciones y penitencias. Según Swedenborg, con ese comportamiento no se habría ganado un hueco en el Paraíso. Según William Blake, el discípulo más rebelde de Swedenborg, sí. Si para el místico sueco la salvación era intelectual, para el poeta inglés la consideraba como artística. El caso de San Juan, el del poeta que se consagra con cuatro o cinco poemas, es casi único. La belleza de esos poemas aún nos conmueve hoy en día. Según Blake, tal vez esos poemas sí pudieron valerle un ansiado lugar cerca de Dios.

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