Hace unos días leía en El País un artículo de Mario Vargas Llosa titulado «El velo no es el velo» sobre la polémica suscitada a raíz del caso de Shaima y el debate en torno al hecho y a las consecuencias de aceptar el hiyad en las aulas. El artículo de Vargas Llosa me parece espléndido porque pone el dedo en la llaga sin miedo a parecer reaccionario o políticamente incorrecto y ofrece una respuesta clara al problema.
Lévi-Strauss aplica en Antropología estructural los presupuestos del estructuralismo de Saussure al estudio de las culturas y llega a la conclusión de que toda cultura es a fin de cuenta un sistema de signos con una determinada función dentro de la sociedad. Todo signo cultural es una representación perceptible de una realidad, por lo tanto, no hay signo que sea inocente o que esté vacío de contenidos. La complejidad y diversidad de signos culturales que puede almacenar un pueblo podría llenar cientos de volúmenes etnográficos, más aún cuando se barajan conceptos tan amplios como el de civilización. El signo cultural es una entidad que se ha ido formando y cargando de valores a lo largo de la historia de un pueblo, por lo que se puede considerar como parte de la esencia de ese pueblo. No se trata de una opción personal o de una decisión individual, los valores del signo están presentes aunque su contenido se pervierta y no se sea consciente de su significado original.
El signo cultural puede variar desde el simple icono o símbolo, por ejemplo la cruz, hasta el ritual más sangriento, como ocurre con la oblación. Es evidente que no todos los signos culturales son igualmente lícitos a ojos de una ética fundamentada en el respeto al ser humano, que es algo completamente independiente de cualquier religión y se basa de forma directa en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El respeto a esta ética establece la clasificación cultural más extendida y debatida: pueblos primitivos y pueblos civilizados. Como indicó Lévi-Strauss ambas culturas operan de la misma forma, con la diferencia de que los pueblos civilizados se basan en el método científico y los primitivos en explicaciones mágicas. Aunque de alguna manera está implícito, para Lévi-Strauss no hay una correspondencia que permita clasificar las culturas como superiores o inferiores. Simplemente son distintas.
Como ya he dicho, los valores del signo cultural siempre están presentes, independientemente de que el individuo sea consciente de ello. Ocurre así, por ejemplo, cuando un joven lleva una camiseta del Che Guevara sin conocer su significado. Su desconocimiento no exime al signo de determinados valores, que podrán ser reconocidos por otros individuos. Asimismo, un signo como la cruz, está cargado de complejos valores contradictorios, porque a lo largo de su historia se ha utilizado en situaciones muy diversas, o incluso contrapuestas. De la misma manera, el hiyad no es un sombrero o una prenda de vestir más, sino que se trata de un signo cultural que está relacionado con una forma de pensamiento en que la vejación a la mujer se considera como algo habitual. Es el producto de un pueblo que se ha estancado culturalmente, que no ha sabido adaptarse a los tiempos, que está poco civilizado. Por ello, un estado democrático no puede tolerar la exhibición de este tipo de signos culturales en una institución pública, porque supondría dar un paso hacia atrás, deshacer el trabajo de miles de personas que sacrificaron sus vidas para construir los valores que precisamente defiende la Declaración Universal.
Habrá voces que se alcen enarbolando la bandera de lo políticamente correcto y defendiendo la libertad de expresión y el uso del hiyad como parte de esa libertad de expresión. No importa si el individuo da su beneplácito o incluso está orgulloso del hiyad: los valores siempre están presentes. Y no se puede justificar la existencia de estos valores en una sociedad democrática fundamentándose en la libertad de expresión o en el enriquecimiento que supone el libre intercambio de signos culturales. Porque del hiyad al burka hay un paso. Si se permite la entrada del primero no habrá razonamiento válido que impida la entrada del segundo. A fin de cuentas, ambos, y algunas lindezas semejantes, son signos representativos de una cultura determinada que poco a poco se va abriendo paso en occidente.
Finalmente me vuelvo a remitir al artículo de Vargas Llosa «El velo no es el velo», que razona y se expresa infinitamente mejor que yo. Todo un ejercicio de crítica intelectual que va más allá de los convencionalismos culturales al uso.
Completamente contigo en tu razonamiento( y con Vargas Llosa) El problema del pañuelo es que simboliza el sometimeinto de la mujer. No es uan cuestión de culturas, si no de derechos humanos. Yo estuve viendo en Arabia Saudí durante un año y me justificaban que las mujeres fueran cubiertas con abaya con los mismos razonamientos que hoy escucho para los pañuelos en la cabeza.
Estoy de acuerdo contigo aunque tampoco estaría mal que se prohibiera cualquier tipo de signo religioso en las aulas y se dejara la asignatura de Religión para la Iglesia y los hogares donde se quisiera inculcar esta u otra religión. La Cruz también conlleva unos valores y no está tan lejos (aunque admito que no al mismo nivel) del hiyad.
Estoy de acuerdo con que también se eliminen todos los signos católicos de las escuelas públicas y con que la asignatura de Religión sea sustituida por otra de cultura religiosa del estilo de Historia de las religiones, teniendo en cuenta por supuesto que los colegios privados podrían seguir como hasta ahora (en el concertado es más complicado). Pero siendo realista, el problema y la solución no es la misma que la del hiyad. Acabar con los símbolos católicos exige un proceso lento y progresivo en el que la población vaya tomando poco a poco conciencia mientras que el uso del hiyad exige una respuesta inmediata. Desde luego, aceptarlo supone dar un irremediable paso hacia atrás.