Castellers

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   Desde la cultura occidental hasta la cultura del botellón hay una gama de matices verdaderamente enriquecedores. Porque no existe una única definición para el concepto de cultura ni se puede aplicar exclusivamente a una situación concreta el debate de la participación de Cataluña en la Feria de Frankfurt no se puede resolver de un plumazo a favor de unos o de otros. Habría que ver si existe una coincidencia entre el concepto de cultura de Frankfurt, el de las autoridades pertinentes catalanas y el del resto del Estado español ─el término lo empleo con inimaginable picardía─.

   Por primera vez Frankfurt invita a una región en lugar de a un país, tal vez en un acto de buena fe, tratando de dar proyección a una literatura poco conocida fuera de nuestras fronteras. Sin embargo, la invitación de la Feria, que es amiga de las polémicas, era una manzana envenenada de discordia. Verde de envidia como estoy no dejo de preguntarme cuál es el motivo de que se invitara a la cultura catalana y que se haya dejado y se deje ─pues no hay expectativas de lo contrario─ a la cultura andaluza con tres palmos de narices. No quiero ser malpensado, pero parece que el motivo de la elección de Cataluña no se debe a la existencia de una amplia plantilla de escritores, en español y en catalán, con una alta calidad literaria. Si ese fuera únicamente el criterio Andalucía cumpliría de sobra con los requisitos. Frankfurt no hubiera invitado a Cataluña si no hubiera tenido una lengua propia, luego este elemento es lo que singulariza a la cultura catalana. Además, el debate no es equivalente al que se pudo plantear con la invitación de la India, que tiene una veintena de idiomas oficiales, porque la India es un país y Cataluña una región dentro de un país.

   Parece ser que Josep Bargalló, director del Institut Ramon Llul y encargado de organizar la participación de Cataluña en la Feria de Frankfurt, se ha tomado muy en serio las palabras de Cernuda cuando dijo aquello de «y si la primera palabra que pronunciaron tus labios era española, y española será la última que salga de ellos, determinadas precisa y fatalmente por esas dos palabras primera y postrera, están todas las de tu poesía». La participación exclusiva de autores en lengua catalana y la exclusión absoluta de la lengua española, representada por escritores como Eduardo Mendoza o Marsé ha abierto un debate en torno a la necesidad de buscar y encontrar una definición clara para el concepto de cultura catalana. Es evidente que una cultura es más que un idioma, es una idiosincrasia forjada a través de una Historia. Si no fuera de este modo no se podría concebir la existencia de culturas bilingües y habría que aceptar que un escritor pueda bascular de una cultura a otra dependiendo del idioma que emplee.

   No se trata de celebrar el discurso triunfalista de Carod-Rovira ni el discurso atemperado de César Antonio Molina. Es sano que exista la polémica. Pero aunque la decisión de Bargalló es bastante discutible ─es muy posible que se haya equivocado─, porque deja en una situación más que evidente al idioma español en Cataluña (sino que se lo digan a la escritora Cristina Peri Rossi), desde luego es a todas luces coherente con la propuesta de Frankfurt. Lo verdaderamente incomprensible son las críticas que llegan desde Alemania, que ni pincha ni corta en este debate.

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