Existen dos formas de conocer la vida y la personalidad de un autor: a través de lo que él dice de sí mismo y a través de lo que dicen los demás. Al primer camino se llega a través de lo que el escritor deja entrever en sus textos ─método peligroso porque remite al obsoleto biografismo y positivismo comteniano─ y lo que confiesa en los escritos expresamente autobiográficos. El segundo método también tiene sus inconvenientes, porque no todos los estudios u opiniones son igualmente respetables y válidos. Desde luego, ni sé ni mi importa si es más fiable lo que dice un estudioso debidamente documentado o lo que dice alguien que tuvo contacto, íntimo o no, con el autor. El primero enarbola la bandera de la objetividad y el segundo la de la cercanía. Ni lo sé ni me importa: como en todos los sucesos lo conveniente es conocer todas las versiones para formar una visión global más completa. Y los retratos forma una porción muy interesante de esta visión total, porque ofrecen de primera mano testimonio de las filias y fobias entre escritores, artistas y pensadores en general.
Hay muchos tipos de retratos, casi tantos como escritores de ellos. Pueden ser absolutamente ficticios, como los que hace Borges en Historia universal de la infamia o parcialmente ficticios, como los de Papini en Gog o El libro negro. Los hay que son breves pinceladas de un puñado de rasgos significativos organizados en torno a una exposición, que es lo que pasa con Españoles de tres mundos de Juan Ramón Jiménez ─o tan breves como los Jesús Marchamalo y Damián Flores en 39 escritores y medio─, o también existen largos fragmentos narrativos que bien podrían ser fragmentos de algún relato o alguna novela. Esto último es lo que ocurre principalmente con el libro Retratos de Truman Capote, aunque no carezca de la síntesis sugestiva al estilo de Juan Ramón Jiménez.
El libro de Capote está organizado en largos capítulos correspondientes al encuentro con alguna celebridad, ya sea del mundo del cine, de la literatura o de la fotografía. Además, se añade un apartado final titulado De «observations», que son un conjunto de retratos más breves en los que se muestra el gusto por la pincelada al que antes aludía. En este desfile de personalidades del mundo y de la cultura y del arte Capote consigue contrastar la construcción de un ambiente refinado con la humanidad e incluso la vulnerabilidad de los personajes que describe, sobre todo en aquellos que profundiza más. Parecen eternamente impelidos a buscar una razón para su existencia, lo que se desprende sobre todo de las conversaciones que mantiene con ellos.
La deuda de Capote con el periodismo es absoluta, plasmada en la capacidad para recordar y rememorar los encuentros en sus más nimios detalles, sobre todo en los retratos de mayor extensión, lo que los convierte en una pormenorizada crónica social. Así por ejemplo, en el retrato de Marlon Brando se reproducen conversaciones que pretenden parecer literales aunque se intuyen reconstruidas. Este actor, al que no en vano se le dedica la mayor parte del libro, aparece dibujado como un ser generoso y frágil, que busca desesperadamente la compañía y una trascendencia que va más allá de su oficio de actor, cuyo éxito efímero constantemente amenaza con abandonar por el sueño de la escritura. Del mismo modo describe a una Elizabeth Taylor extasiada por la tensión amorosa que le unía a Richard Burton, con referencias desoladoras a Montgomery Clift. En el caso de Marilyn Monroe ─esa adorable criatura─, una de las grandes amigas de Capote, opta por una descripción dramatizada, con alguna que otra historia subida de tono, en la que se alude principalmente a su relación con Arthur Miller. Con Tennessee Williams hace un sentido recuerdo póstumo en el que el dramaturgo queda perfilado como persona de infinita tristeza interior que tiene que recurrir a drogas y alcohol para engañar su angustia.
Algunas de las personalidades que también desfilan por el apartado De «observations» son: John Huston, Charlie Chaplin, Pablo Picasso, Coco Chanel, Marcel Duchamp, Jean Cocteau, André Gide, Louis Armstrong, Humphrey Bogart, Ezra Pound o Isak Dinesen. En algunos casos, como ocurre por ejemplo con Pablo Picasso o con Louis Armstrong, ni siquiera llega a conocer a los personajes, sino que la referencia no va más allá de expresar su admiración. En otros presenta aspectos poco conocidos que desvelan nuevos matices. Es lo que ocurre con Ezra Pound, poeta que suele despertar desprecios por su adhesión política al fascismo italiano y por la campaña desprestigiadota que Estados Unidos urdió contra él; en el libro, sin embargo, aparece como un generoso amigo dispuesto a interceder por aquellos que están dentro de su círculo de amistades, como con Joyce, a quien dejó dinero para que acabase el Ulysses. Un retrato que también tiene un gran interés es el de Jean Cocteau y André Gide, que expone de forma lúcida las diferencias diametralmente opuestas de ambos escritores franceses ─el primero imaginativo pero falso y el segundo verdadero pero poco imaginativo─.
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