Lluvia.
Lluvia que llega
de muy lejos.
Su oscura
llamada en mis cristales,
insistente.
Llueve.
Por las difusas calles
rumorosas me alejo;
me pierdo en otras lluvias
que lentamente caen
en mi pasado: viejas
rúas de piedra y lluvia,
clases de Historia y lluvia,
campanadas de lluvia
sobre mi infancia… Llueve
en mi ventana; aquélla,
esta ventana.
Lluvia,
tibia lluvia que por
el trasfondo del tiempo
acompaña mi vida
poniéndole esta música
gris y lenta…
Esta tarde
la lluvia y yo escribimos
a medias estos versos.
Miguel D´ors, Ciclo superior de ignorancia
Una de las grandes herencias de la poesía romántica es la estrecha vinculación entre paisaje y alma del poeta, que se enlazan en sagradas nupcias, una misteriosa comunión que Antonio Machado supo manejar con gran maestría. El mundo es como es a los ojos del poeta, o lo que es lo mismo, el poeta no es sino una proyección del mundo, un fantasma o un mero decorado de fondo. Todo se alía a favor del amor y del odio: el sol, la luna, la tierra, el agua, la vegetación. Eso somos, al cabo. Una aglutinación de mundo en un punto, y eso es la poesía, mundo y más mundo. ¿La lluvia? No es sólo agua que cae, sin más sentido. En la caída está precisamente la clave, sospecho. La lluvia, como actante, es uno de los grandes “inventos” de la poesía moderna, que centra su melancolía, entre otros elementos, en ella y en las tardes de domingo.
De esta melancolía y del convencimiento de que la lluvia forma parte indeleble de los pequeños momentos de la vida parte Miguel D´ors para elaborar un poema sencillo al mismo tiempo que efectivo en su ritmo. ¿Acaso alguien no se ha instalado alguna vez en una ventana para ver caer la lluvia de la calle? ¿Acaso no lo ha hecho cualquier niño? Precisamente un mismo acto une dos momentos, pasado y presente, fundidos en un único momento, con una música de acompañamiento, que podrá tener su tristeza ─no lo niego─, pero que desde luego es inmensamente relajante. Y esta lluvia, que tiene sabor a magdalena proustiana, es símbolo del paso del tiempo, de lo que cambiamos y de lo poco que cambia el mundo.
Pero lo espléndido del poema es, como he dicho, su ritmo entrecortado y la estratégica situación de las palabras. Aunque la construcción se consigue mediante heptasílabos, la disposición gráfica, que trae aparejada un determinado tipo de entonación, tiende a romper esos heptasílabos en dos hemistiquios en algunos casos. La palabra «lluvia» y sus derivados cobran protagonismo, ya sea a través de la fragmentación del verso o con encabalgamientos abruptos; al tiempo que la enumeración insistente genera un monotonía muy sugerente. El efecto conseguido es el de un goteo, un ritmo parcelado que no es difícil de identificar con el sonido de la lluvia. Miguel D´ors consigue en este texto uno de los mayores objetivos a los que puede aspirar un poema: que se produzca una imagen sonora, a través de una correspondencia entre forma y contenido.
Sólo queda alabar el acierto del cierre epigramático en unos versos que aportan una nueva dimensión al poema, pues lo convierten en una reflexión metapoética que va más allá de la simple contemplación del paisaje, algo por supuesto netamente moderno.
Todos podemos quedarnos extasiados mirando la lluvia, sobre todo la que llega furiosa y nos deja sin palabras. La sorpresa por lo inesperado sólo nos arranca un «¡Cómo llueve!» a los que no sabemos ver el mundo con los ojos del magnífico poeta que fue Miguel D´Ors.
Saludos.
Espléndido poema. Gracias por haberlo incorporado a tu espacio que frecuento y recorro.
Saludos…
El poema no me ha gustado. No me llega. No lo repetiría para mis adentros, conmovido. No le veo una fuerza particular, ni me transmite su visión.
De todas maneras soy bastante torpe catalogando al poesía. Sólo valoro lo muy canonizado, y muy seguramente mi escasa valoración se deba a mi ignorancia. El año que viene em matriculo en filología hispánica… así que espero enmendar pronto mis carencias.
¿Por qué los poetas españoles se empeñan tanto en recordar su infancia?
Me gusta bastante más tu comentario que el poema, Santino.
¡Saludos!
Buscando algo de la «sra Kodama»,encontre tu espacio,soy lectora de Borges,(como tantos otros),no pude subir mi comentario en ese esrito,espero en este si.
Un beso calido,espero volver por aqui.
DOMINGO DE AGUA.
Milonga de
Osiris Rodríguez Castillo.
Vamo’ arrimarle al fueguito
dos o tres astillas más,
mientras no escampe la lluvia
pa ‘qué me v’iá incomodar.
Óigale al domingo de agua,
güen domingo pa un mensual,
sin caballo pa la senda
ni prienda que visitar.
Diga que soy más o menos
güenón pa cimarroniar,
y a’nde ensille el amargo
la tarde al tranco se va.
La gente anda domingueando
-pión, casero y capataz-
y yo quedé con los perros
chiflando pa no pensar.
Si escampa y abre la tarde
capáz que dentro a zonciar,
capáz que ensillo y me largo
medio sin rumbo por ai.
Total, si vaya a’nde vaya
el triste nunca halla paz;
conque más vale que llueva,
Me gusta oir garugar.
Óigale al domingo de agua
Güen domingo pa un mensual,
sin caballo pa la senda
ni prienda que visitar.
Bueno, esto no es poesía de cenáculo, es poesía campesina del tercer mundo, es una milonga, pero me parece que ilustra muy bien el tema de tu artículo. Aunque quizá haya que saber el significado de algunas palabras de la cultura «gauchesca» para entenderlo.
Coincido con Javier, no me gusta mucho ese poema que pusiste, es exesivamente «cerebral», se le ve «el mango», me parece que no tiene una musicalidad natural ni mucha intensidad. Es poesía de profesor. Pero también coincido con Javier en que puede tratarse de una falla en mi forma de leer los poemas. Pero me parece que «Tiempo de lluvia» de Joan Manoel Serrat no es peor en su sencillez.
Ayer, justamente ayer, una amiga escribió esto:
Llueve,
no estás conmigo.
La ventana,
de nostalgias
no deja ver
la calle.
Se huele
el asfalto
mojado,
y la hoja
desnuda
se baña
sin vergüenza.
Llueve,
no estás conmigo
pero existe
una pureza
infantil,
y candorosa
habitando
el
alma
de la gota.
Mi amiga se llama Lucía, y no es poeta. Bueno, no sé si no lo es. Pero qué tema recurrente ese de la lluvia y la tristeza en tantos poemas.
Voy a intentar uno:
llega la lluvia
llegando lenta llega
no cae envuelve un poco
un poco más ahora
a los viejos recuerdos
y a los nuevos disuelve
de a poco
un poco más
ahora.
El gusto por la poesía también ha de ser educado. Y si todavía se tiene sin educar, mejor es callarse que lanzar opiniones indocumentadas. Calificar de «poesía de profesor» o «cerebral» la de Miguel d’Ors es una forma de demostrar que no se sabe nada ni de la poesía ni de la de d’Ors
Anónimo, estoy de acuerdo contigo en algunas cosas y en desacuerdo en otras. Es cierto que el gusto por la poesía debe ser educado y que la persona que ha dicho el comentario de arriba no tiene ni idea ni de poesía ni de Miguel D´ors. Pero también es cierto que no saber de Miguel D´ors ni haberlo leído no significa que no se sepa de poesía. Toda la poesía no es este poeta. A pesar de que creo que en esto estaremos de acuerdo, es un pedazo de poeta.
Pues claro, Alejandro. Hay muchos más poetas en el mundo, y la obra de Miguel D’Ors puede gustar o no, y no pasa nada. Lo que me da rabia, porque he leido casi todos sus libros y le conozco personalmente, es que se le acuse de escribir «poesía cerebral» o «de profesor», porque en España hay muy pocos poetas menos cerebrales y menos doctorales que él. En la web Abel Martín y en la de A media voz aparecen muchos poemas suyos, para quien tenga curiosidad.