El valle del Issa de Czeslaw Milosz

El valle del Issa de Czeslaw Milosz

   En El valle del Issa Czeslaw Milosz elabora un entramado de historias de distintos personajes que se enlazan pero al mismo tiempo conservan una relativa autonomía, con una familia, los Surkont, como eje central, y sobre todo el pequeño Tomás, un niño de trece años que poco a poco va descubriendo el mundo que le rodea, percibido siempre desde la visión de un niño, muy lograda por parte de Milosz. Aunque en general predomina un tono pesimista a lo largo de la obra, representado por innumerables personajes trágicos ─Magdalena, Baltazar o Domcio─, la conclusión a la que se llega no está exenta de cierta esperanza en el futuro, como se puede comprobar en el triunfo del amor de Barbarka o, sobre todo, en los momentos finales del libro.

   El valle del Issa aparece descrito como un espacio mítico, en el que la realidad y la fantasía se mezclan y confunden en una sola percepción, hasta tal punto que se llega a afirmar que «en él viven más demonios que en otros lugares». Esta superstición ancestral y telúrica, de la que la abuela Misia participa muy activamente, se combina con una devoción católica, que como resultado queda teñida de extraños y misteriosos rituales paganos. La estrecha relación entre ambos elementos se expone cuando se describe la aparición del fantasma de Magdalena, una joven que había sido amante del anterior párroco y que se acabó suicidando por despecho. Este fantasma se aparece cada vez con más intensidad al nuevo párroco, hasta que finalmente se ven obligados a realizar un exorcismo, un ritual en el que la religión y el paganismo quedan enlazados por completo.

   Pero aunque la religión se viva de de esta forma peculiar, está muy presente en la vida de los habitantes del valle del Issa. El propio Tomás llega a considerar que «durante la misa los sentimientos de las personas deben elevarse hacia Dios y que, de no ser así, sería una especie de engaño». Más adelante, en un momento de crisis personal y espiritual, expresará sus dudas hacia la propia concepción de Dios, sospechando que tras esa palabra se pueda esconder el amor por uno mismo, «nuestro propio calor, el latido de nuestro corazón y nuestra manera de envolvernos en la manta». Precisamente sólo a través de la religiosidad es posible entender la postura de Tomás ante la muerte de la abuela Dilbin, una situación con la que se recrea, y que siente como infinitamente menos desoladora que la muerte de un animal.

   Para entender bien la relación de los Surkont con el resto del pueblo hay que detenerse antes en las relaciones políticas y sociales que había entre Lituania y Polonia. La dependencia de Lituania con respecto a Polonia da como resultado una lucha por la independencia que es al mismo tiempo una lucha de clases: Los dueños de la tierra, los señores, son polacos, pero los campesinos que la trabajan son lituanos. De ahí nace un resentimiento que es al mismo tiempo social y nacional. La familia Surkont se encuentra en una situación algo peculiar: son lituanos desde hace siglos pero al mismo tiempo son señores. Esta situación intermedia hace que los campesinos lituanos adopten posturas muy variadas: algunos están de parte de la familia, como Baltazar; otros están en contra, como el joven Wackonis, que llega incluso a tirarles una granada por la ventana de la casa; y otros adquieren una postura ambigua, como José el Negro, que no está a favor ni en contra. Los Surkont, por otra parte, también demuestran una actitud muy distinta: frente a la indiferencia del abuelo el orgullo polaco de la abuela Misia, que consideraba a los lituanos como plebe.

   La formación de Tomás es muy imperfecta, a cargo de José el Negro hasta que entra en disputa con la familia Surkont, y después autodidacta. Su carácter no tiende al conocimiento y a la erudición, sino a la actividad y a la naturaleza. Cuando descubre la biblioteca familiar los libros que le llaman la atención son los de viajes, a través de los cuales comienza su afición por la caza, que será uno de los ejes centrales de buena parte de su infancia. En la evolución que sigue el carácter de Tomás, el interés recae primeramente en las plantas, cuyo gusto viene a través del abuelo. Su conocimiento le llega sobre todo a través del Herbario económico-técnico, aunque la orquídea salvaje es con diferencia su predilecta. Sin embargo, la afición botánica de Tomás no duró más de una temporada, y posteriormente su interés se desvió hacia los animales y en concreto hacia los pájaros.

   La afición de Tomás por los animales coincide con la aparición de uno de los personajes más importantes de esta época: Romualdo. Se sospecha fácilmente que la importancia de este personaje reside en la necesidad que tiene Tomás de una figura paterna. En algún momento la relación entre Tomás y Romualdo se describe con estas palabras: «Lo que más falta le hacía a Tomás era alguien que dijera: esto está bien, esto está mal, y pudiera tener la seguridad de que era así». El interés de Tomás sufre una nueva evolución en Borkuny, lugar donde reside Romualdo, bajo la sombra de su nuevo preceptor. Primeramente se dedica a la caza de víboras con pasión, para después pasar a manejar una escopeta. Al mismo tiempo, Tomás desarrolla una pasión desbordante hacia los pájaros, a los que dedica un cuaderno que se convierte en el mayor de sus tesoros: «el esfuerzo valía la pena, porque encerrar un pájaro en un escrito y ponerle nombre equivale a poseerlo para siempre». Su amor por los animales lleva a Tomás a inventar un Estado utópico totalmente inaccesible, rodeado por todas partes de barrizales, cubierto de bosques, en el que se viviría de la caza. «No dejaría entrar en él a los hombres, o quizá sólo a algunos», entre los que por supuesto se encuentra Romualdo.

   Tomás tiene que conjugar ese amor puro y sincero hacia los animales con el gusto por la caza, lo cual a veces le resulta tremendamente complicado. En un primer momento parece que tiene las ideas muy claras: «Si Tomás sentía a veces escrúpulos (solía ocurrirle), se decía a sí mismo que la criatura que se mata igualmente tiene que morir, de modo que da lo mismo que sea un poco antes o un poco después. El hecho de que los animales deseen vivir no le parecía una razón suficiente, puesto que el tenía un objetivo ─matar y disecar─ y este objetivo le parecía lo más importante». Esta unión alcanza su mayor clímax en la caza de los urogallos, pájaros que se consideran como el símbolo de la selva, pero que sin embargo, jamás había visto. Sin embargo, el fracaso estrepitoso en la caza de urogallos perfila un nuevo horizonte de expectativas para Tomás, que se descubre a sí mismo como un cazador bastante imperfecto, y por tanto, indigno de entrar en el «País de los Elegidos» que él mismo había configurado.

   Tras este fracaso la balanza se inclina casi definitivamente hacia el amor por los animales. Tras matar a una ardilla Tomás se da cuenta del horrible crimen que ha cometido: «Ella era única, entre todas las ardillas; nunca más habría otra igual y nunca resucitaría. Pues ella es ella, y no otra. ¿De dónde nacía su convicción de que ella era ella, y su calor y su gracia? Los animales no tienen alma, de modo que, al matar un animal, se lo mata para toda la eternidad. Cristo no podrá ayudarla». Después de esta reflexión Tomás decide abandonar la caza definitivamente, y la vergüenza del abandono, que le impide volver a Borkuny, descubre que el interés de Tomás por la caza es más bien la necesidad de agradar y complacer a Romualdo, sustituto ocasional del padre. Su amor por los animales es infinitamente superior, puesto que esta pasión nace de sí mismo. El miedo a decepcionar a Romualdo lleva a Tomás a un largo período de reflexión consigo mismo que tiene como resultado un duro ayuno que «abrió una brecha […] por la que entró un rayo de luz que se incorporó a él». Posteriormente volverá a retomar la caza, pero el nuevo fracaso conlleva el abandono del rifle junto a Romualdo ─con la consiguiente simbología─.

   La madre de Tomás es un personaje que aparece implícito a lo largo de toda la obra, pero que sólo se manifiesta en los momentos finales. Durante toda la infancia de Tomás se repite la promesa de que su madre irá a buscarlo, que se lo llevaría del valle para ir con él a una ciudad, donde lo mandaría al instituto. Esta promesa se iba posponiendo día a día y mes a mes, pero nunca se hacía realidad. Aunque Tomás no sabe lo que es una madre porque no tiene recuerdos de ella, «solamente suavidad y alegría», ansía su presencia, sobre todo en los momentos más duros ─repite su nombre, «mamá, mamá, ven», mientras las lágrimas caen por su cara─. Al fin se produce el encuentro, y Tomás entra en una nube de felicidad que borra y limpia todas las desdichas pasadas, aunque una sombra de resentimiento por el abandono enturbia esa posible desdicha: «de algún lugar, en lo más hondo de su ser, emergía aún cierto rencor contra ella por haberle dejado solo tanto tiempo». Sin embargo, el amor se superpone a cualquier duda, y si en algún momento sentía la necesidad de juzgarla, «cerraba los ojos y trataba de imaginar lo hermosa y valiente que era». Y es ese amor, esa felicidad, lo que Tomás siente cuando abandona el valle del Issa hacia una nueva vida, un futuro que, como el de todos, se prefigura indescifrable.

   Este es un libro viajero

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