Cantos de rechazo de Anise Koltz

Cantos de rechazo de Anise Koltz

   Hablar sobre Cantos de rechazo de Anise Koltz es una auténtica excepción en La piedra de Sísifo, porque es la primera vez que dedico una reseña a un libro de poemas completo. Los poemarios son libros muy distintos a las novelas o a las obras de teatro; incluso en aquellos casos en los que existe una unión inseparable entre todos los poemas ─algo que se comprueba fundamentalmente en la poesía épica─, se trata de una unidad formada por la unión de muchas unidades. En lugar de reseñar un poemario me parece más atractivo centrarme uno a uno en todos los poemas que lo componen, recreándome en los mejores y obviando los peores; y así es precisamente como lo he venido haciendo por aquí. Sin embargo, el Reto 2008, que como habrán podido comprobar últimamente ocupa casi todo este espacio, incapaz de encontrar ningún otro libro de este país, me ha obligado a recurrir a un libro de poemas para cubrir la lectura de Luxemburgo.

   La verdad es que la sorpresa ha sido bastante grata. Cuando me acerqué al libro iba un poco sobre aviso, porque había leído alguna crítica no demasiado positiva del libro, entre ellas la de Palimp (por cierto, espero que no te moleste que tome prestada tu imagen de la portada del libro). Y yo que soy muy especial y selectivo para la poesía, que tiendo a cansarme mucho con los poemas excesivamente largos y a aburrirme con los excesivamente abstractos y simbólicos no iba muy predispuesto para que me gustara el libro. Además, los contactos que he tenido con la poesía europea actual, sobre todo a partir de los festivales de Cosmopoética, tampoco han ayudado mucho para que confiara en el libro. Pero como ya he dicho, ha sido una inesperada y agradable sorpresa que rápidamente he añadido a mi lista de libros frecuentados asiduamente.

   Por una parte, los poemas de Anise Koltz difícilmente pueden agotar, porque su estilo es conciso y sugerente. Los poemas se construyen con dos o tres pinceladas, a veces violentas y fatales, otras suaves y delicadas. La mayor parte de sus poemas rozan la frontera con el haiku ─«El vuelo perdido / de una mariposa / puede cambiar el clima / de un continente»─, cuando no están claramente dentro. Los signos de puntuación se ven anulados por un lenguaje poético breve, con versos que tienen al encabalgamiento. La frase se secciona en una candencia en la que pueden surgir hasta tres y cuatro versos. En pocas ocasiones se alarga el verso, aunque lo más habitual es que coincida con un sintagma. El resultado es un ritmo entrecortado que constituye poemas de tono proverbial y epigramático. En muchos casos hay reminiscencias bíblicas que traen a la mente los Salmos.

   Una de las dificultades de reseñar un poemario es la falta de unidad que presentan en muchas ocasiones. Cantos de rechazo aparentemente tiene esta falta de unidad, porque supone una radiografía completa y total de todas las preocupaciones que pueden pasar y pasan por la existencia humana: el paso del tiempo, el miedo a la muerte, la necesidad de la palabra, la relación amorosa, el sentimiento de orfandad o la trascendentalidad religiosa. A cada preocupación le corresponde una parte del conjunto perfectamente delimitada con un título que la identifica. Pero no son compartimentos independientes, sino que están profundamente relacionados entre sí a través de diversos puentes de unión. La cita de Samuel Beckett que abre la obra, «el silencio es nuestra lengua materna», da una idea del tono general del conjunto: ese pesimismo amargo, a ratos violento y voraz, estará presente en cada uno de los temas abordados. Como es natural, hay símbolos recurrentes e inagotables, sobre todo la tierra, el silencio o la soledad, que irán tomando forma mediante distintos tratamientos.

   La relación entre los conceptos de luz y de oscuridad se pone de manifiesto de forma rápida y explícita: «El alba / es una promesa de eternidad / El ocaso / su fulgurante anulación». Pero más significativo que el concepto de oscuridad para simbolizar todo lo macabro y negativo es el de la tierra: «Salimos del mar / hace miles de millones de años / Nos prometieron la tierra / por la boca nos saldrá». En este mismo sentido más adelante Anise dirá: «la tierra es nuestro castigo». Esta concepción negativa del mundo se basa en la conciencia de su finitud, a ratos identificada con la tierra y a ratos con la inmovilidad: «el mundo / dejará de moverse en breve». Esta concepción del mundo repercute necesariamente en la visión que tiene del ser humano y de sí misma. El nacimiento se concibe casi como un acto antinatural lleno de violencia, con la ferocidad de un hachazo: «Me he estremecido / al marcar la tierra / con mis rasgos / También ella / la tierra / se ha estremecido». Es el hachazo que hace que el individuo se encuentre alienado, que sienta cada día al despertarse que cae de su nombre a una entidad que le es ajena. Incluso la esperanza se concibe desde el punto de vista de la violencia: «Enterrada viva / bajo el túmulo de mi carne / hinco las uñas en la eternidad».

   En consonancia con esta forma de entender el nacimiento y la vida, para Anise la maternidad se ve representado por una entidad ambigua que se puede relacionar por momentos con el tiempo o con sus dos vértices ─la vida y la muerte─. La madre como castigo, como sinónimo de muerte o de estado primigenio anterior a la vida, es en realidad otra forma de denominar a la tierra, como se adivina en unos versos llenos de resonancias bíblicas: «Cubierta de un cuerpo / que se cae a pedazos / vuelvo a mi madre». Y eso es porque al fin y al cabo la madre es el tiempo; sólo así se puede entender ese eterno retorno lleno del sabor quevediano más metafísico cuando afirma «Mi madre sigue dándome a luz / existo miles de veces / Mi madre sigue muriendo en mis entrañas».

   Ni siquiera el amor puede servir de consuelo, sino que es una forma más de manifestar la alienación del individuo y la finitud de la materia. No sorprende, por tanto, que la parte dedicada al amor se titule «Soledad compartida» ni que el símbolo predilecto para expresar el amor sea el del movimiento de los astros, siempre circular y siempre equidistante, lo que impide que los amantes lleguen a tocarse: «Mi hambre gira en tu torno / como la tierra en torno al sol / Jamás nos fusionaremos». Ante la expectativa de una posible unión sexual se adopta un punto de vista desagradable, comparando el deseo con una sanguijuela y el lecho con un charco de sangre. La misma violencia que se manifiesta en el acto de la maternidad está presente en la consumación amorosa: «En cada llegada / me desgarras / un trozo de piel».

   Sin alternativas posibles, tampoco refugiarse en la religión parece la solución definitiva. Anise no se llega a cuestionar la posible existencia de Dios, sino que para ella es tan indudable como lo es su desaparición de las creencias de los hombres, lo que hace más profunda y dolorosa, si cabe, la brecha de la soledad, al aguzarse la conciencia de pérdida: «El hombre persigue a Dios / sin saber que se extinguió / con el último dinosaurio». El concepto de «la muerte de Dios» presente en el libro ─y relacionado con el sabor a orfandad que se desprende del tratamiento que se hace de la maternidad─ se tiñe de toda la violencia y de la desesperanza del conjunto, hasta el punto de que la muerte se podría considerar más bien como un asesinato: «Hemos frecuentado demasiado a los dioses / Fieles a nuestra hambre / los devoramos». Cualquier oración o ruego es inútil, no tanto por la inexistencia de Dios como por la incompatibilidad de lenguajes: «Todos han intentado / hablar a Dios / Ninguna lengua coincide / con la suya».

   Además de las preocupaciones existenciales comunes a todo ser humano, Cantos de rechazo tiene una parte importante dedicada a la reflexión sobre el acto de creación poética. La cita inicial de Bectkett toma ahora más fuerza que nunca: «Peces abisales / las frases mueren / en cuanto suben / a la superficie». La labor poética se compara de forma reiterada con una batalla y con otros símbolos que se cargan del pesimismo y de la violencia general de la obra: «El poeta pide perdón a las palabras / que saborea / antes de escupirlas». La poesía es el único elemento que puede suponer por momentos un puente de unión con lo trascendental, pero anclado el poeta a la materialidad de la tierra, sólo encuentra en ella una forma más de alienación. Esto es así porque se concibe la poesía como una entidad autónoma y ajena al poeta, oscura y misteriosa, superior al ser humano, que lleva a Anise a afirmar «me someto a las palabras / como a la muerte». Cualquier tipo de esperanza posible con la poesía se anula también: todo parece indicar que verdaderamente somos hijos del silencio, que la poesía sólo podrá ser trascendental en cuanto que supere los límites impuestos por el lenguaje y huya más allá del alcance del ser humano.

   Este es un libro viajero

Comentarios

comentarios