Con la novela policíaca no estoy precisamente en mi género. Pero no piensen que soy de la opinión de que este tipo de obras no van más allá del frívolo entretenimiento. Ni mucho menos. Lo mío es simple y pura dejadez, una pereza que se mezcla las más veces con una pizca de falta de interés. Vamos, que si no leo novela negra es simplemente porque tengo otros libros que leer u otras cosas que hacer, lo cual no impide ni mucho menos que pueda leer alguna de vez en cuando y que me pueda entretener o gustar ─porque gusto y entretenimiento no siempre van parejos─. Algo así es lo que me ha ocurrido con Los perros de Riga. Me ha entretenido, en muchos momentos incluso me ha absorbido, pero no ha conseguido ir más allá, y ni siquiera sé si pretendía tal cosa.
Henning Mankell ha dividido su obra en dos partes complementarias pero casi diametralmente opuestas. La verdadera novela Los perros de Riga sólo es la segunda parte, la primera casi podría considerarse como atrezzo, o más bien un punto de partida dilatado, que desencadena la verdadera trama central. El punto de unión de ambas partes son dos agentes de policía, el uno sueco y el otro letón, y un misterio por resolver que poco a poco va creciendo hasta alcanzar magnitudes monstruosas. La novela utiliza ese viejo truco policiaco de plantear un crimen que sirve como pretexto para otro crimen encubierto, en una red de mentiras y sospechas en donde nada ni nadie son lo que parecen ni dicen ser. El lector, como los propios personajes, duda hasta el último momento prácticamente de todo y de todos. Se puede decir, sin lugar a dudas, que Henning Mankell consigue lo que debe ser una novela policíaca.
El protagonista es un policía ─el sueco─ llamado Kurt Wallander, que siente que su vida se desmorona por momentos. Las relaciones con su familia dejan mucho que desear, siempre organizadas en torno a la incomunicación: apenas tiene tiempo para su padre, está separado de su mujer y a su hija, que vive en Estocolmo, la ve y la llama por teléfono de tanto en tanto. Él parece ser el eje central de esa incomunicación, conectando tres generaciones distintas, ya que se relaciona con su hija de la misma forma con que lo hace su padre con él mismo. La inseguridad está presente en todos los ámbitos de su vida, y especialmente en el laboral.
Su trabajo como policía se ve constantemente cuestionado por su padre, y es en parte la apatía y en parte este cuestionamiento lo que hace que Wallander se replantee en varias ocasiones abandonar su trabajo. Esa apatía se fundamenta en la sensación de que las cosas ya no son lo que eran cuando empezó a trabajar, en que el crimen cada vez se había vuelto más brutal y que exigía un nuevo tipo de policía. Una apatía que se tiñe de desengaño, casi de desesperación, porque en el cuerpo de policía no todo marcha como él quisiera, porque en realidad «ni él mismo sabía cómo funcionaba la policía de su propio país». Más adelante se preguntará: «¿Cómo se puede ser policía cuando ya nada es lo que aparenta ser, cuando ya nada encaja?» El último caso le llevará a una situación extrema que le hará reflexionar sobre su trabajo en la policía y le hará tomar una determinación en su vida.
Ese punto de partida que mencionaba no es sino el asesinato de dos individuos que aparecen dentro de un bote flotando en la costa. A partir de ese momento se desencadenará una frenética investigación que llevará a Wallander hasta el corazón de la misma Letonia. Una investigación en la que Mankell posiblemente se excede, puesto que las conclusiones a las que van llegando los policías pasan a un segundo plano o incluso se invalidan en la segunda parte. Una vez que esos dos desconocidos cadáveres son identificados como dos conocidos delincuentes letones, el caso deja de estar en manos de Suecia y se transfiere al estado del este. En ese momento entrará en juego el policía letón, el mayor Liepa, que será la otra pieza clave de todo el engranaje. Liepa, del que se ofrecen apenas pinceladas en un primer momento, se perfila como el extremo completamente opuesto a Wallander. A pesar de su aspecto frágil, Liepa no muestra la menor duda acerca de la utilidad del trabajo que desempeña, al tiempo que mantiene una secreta cruzada por lo que él considera justo. Es normal que Wallander sintiera cierta envidia hacia la forma de ser del policía letón. Y precisamente la evolución que Wallander sigue va por el camino que Liepa ha abierto.
Wallander se ve obligado a viajar hasta Letonia para continuar el caso. El primer encuentro con la derruida Letonia supone un impacto, por cuanto se trata de un mundo completamente distinto a todo lo que él conoce. Aquí es donde el libro empieza a despertar verdadero interés, porque a la trama policíaca hay que añadirle unas gotas de crítica social y política. Los perros de Riga no es ni mucho menos una radiografía de la situación de los Estados del este, pero si apunta algunos trazos al desmoronamiento de la maquinaria comunista. Los Estados comunistas, abocados a su disolución, aparecen simbolizados como barcos averiados. Antes incluso de que Wallander ponga un pie en Riga, el mayor Liepa hace una interesante comparación entre Suecia y Letonia: «La diferencia que hay entre nuestros dos países al mismo tiempo es su similitud: los dos son pobres, si bien la pobreza tiene distintas cara. A nosotros nos falta su abundancia y su libertad de elección, mientras que aquí, me parece intuir, son pobres en el sentido de que no tienen que luchar por la supervivencia, lucha que, para mí, tiene una dimensión religiosa». La primera impresión de Wallander después de haber aterrizado es sin embargo la de un país que ha sido siempre «víctima de las luchas de diferentes potencias». Más adelante, tras conocer los métodos de actuación de la policía letona, se preguntará si existen límites entre lo que está permitido y lo que no en una dictadura.
Una vez que Wallander entre en el círculo de mentiras y conspiraciones quedará atrapado, acaso para siempre. Se verá obligado a decidir si se deja llevar por su responsabilidad como policía ─y por el miedo─ o si decide emprender personalmente una aventura al margen de la legalidad que hará que su vida se ponga en peligro. Ni que decir tiene que Wallander necesita la segunda opción para llenar ese gigantesco hueco en que se ha convertido su vida. De esta forma se verá envuelto en una trama donde nada es lo que parece y donde no es posible confiar en nadie: «Las mentiras se solapaban entre sí, y lo que había ocurrido en realidad, las causas de lo sucedido no podían salir a la luz». La sospecha recae en todos los personajes, en especial en los superiores el coronel Murniers y el coronel Putnis. Wallander llega a la conclusión de que uno de los dos o bien los dos podría estar envuelto en una conspiración a nivel nacional, algo que hasta los últimos momentos de la novela no se adivina, como es natural.
Podría extenderme largo y tendido sobre Los perros de Riga, pero al ser una novela policíaca no deseo revelar más detalles acerca de su trama. Únicamente me voy a quedar con un momento y con una frase: Wallander brindando con Murniers y con Putnis por el encarcelamiento de un hombre al que sabía inocente y pensando «Estoy brindando con uno de los peores criminales a los que jamás me he acercado. Sólo que no sé quién es de los dos». Por supuesto, sus sospechas acabarían confirmándose.
Vagaba por el ciber espacio y vi tus escritos, Alejandro.Interesante la novela.Se ve bastante inquietante.
Felicitaciones por el blog.
saludos,
Laín
Gracias por tus recomendaciones y las lecturas previas que haces para tus lectores. Me sentí mu a gusto entre tus palabras. Te encontré por casualidad, no tanto al azar… Me gustaron muchas cosas, bastantes, de lo que vi, y tengo curiosidad por “buscar” entre tus entradas antiguas… Volveré… Ojalá tengas curiosidad por el mío que recién comencé hace una semana a publicar una novela por capítulos, “Amanece púrpura”; una novela en proceso, de la que ya he editado el primer capítulo y una parte del segundo. Iré escribiendo los siguientes siempre que haya lectores “suficientes” y “paguen” por su lectura con el impuesto revolucionario de sus comentarios… Bueno, hasta otra, en tu casa o la mía… Un saludo cómplice.
Lo que pasa con este libro es que te descoloca un poco con relación a los demás de Wallander, ya que aquí es un hombre más joven, más arriesgado, y que exhibe unos comportamientos que en el resto de las novelas no tiene. Al ser la primera imagino que le gustó el personaje pero que luego lo fue rectificando hasta convertirlo en el poli hipocondriaco de las últimas. Por no hablar de la traslación del personaje a otro que parece más atractivo para el lector, como es su propia hija.
Lo que tiene Wallander es que te lo crees. Te lo crees a él y a lo que cuenta de la sociedad en que vive y de cómo funciona la policía. Te crees hasta esas ristras de crímenes tremebundos que, en manos de otro autor, serían ridículos pulps gore.