Resulta tremendamente complejo reducir en unas pocas líneas una de las novelas más completas y complejas de todo el siglo XX. Como ocurre en estos casos, cualquier comentario o crítica que se haga en pocas líneas incurrirá en puntos de vista sesgados y parcelados. No es mi intención, sin embargo, hacer un análisis profundo de la novela, sino resaltar algunos de los aspectos que más llamaron mi atención, y que seguramente coincidirán en muchos casos con lo que suele decirse sobre ella. Mi lectura dejará muchos elementos en el tintero, mucho por afirmar o desmentir. Así sea.
Empezaré describiendo la sociedad en la que se desarrolla la acción: se trata de un estado totalitario en el que la libertad ya no de expresión sino de pensamiento es delito ─de ello se encargará la policía del pensamiento─, una férrea dictadura cimentada sobre unos rígidos pilares: el odio, el miedo, la propaganda y el adoctrinamiento. A George Orwell le interesa situar la acción de la novela en una época no demasiado lejana, en el año 1984 ─que da título a la novela, aunque el original era El último hombre en Europa─ porque en una lectura superficial se adivina que ese estado no es sino el estado comunista ruso. Y dentro de ese gobierno totalitario aparece la figura omnipresente del dictador ─tan omnipresente como podría serlo en el ciclo de novelas de dictadores sudamericanos como en El señor presidente─, un ser mítico que aparece de fondo en las telepantallas, alguien que nadie nunca ha visto en persona, cuya existencia se llega a poner incluso en duda llegado el caso, el Gran Hermano, trasunto de Stalin ─algo evidente en la película de Michael Radford─, como también lo es el rebelde Goldstein ─cuya existencia es también uno de las cuestiones más intrigantes del libro─ de Trotsky.
El origen de esta sociedad totalitaria se explica con todo lujo de detalles en ese apócrifo manual del disidente que es la Teoría y práctica del colectivismo oligárquico atribuido a Goldstein. En él se menciona la confianza que los europeos tenían a principios de siglo, antes de la Primera Guerra Mundial, en el futuro, en el desarrollo de las ciencias y de la tecnología, en su aplicación en la vida práctica y su capacidad para hacerlo todo más sencillo; un futuro como un mundo limpio, ordenado, aséptico, en el que «todos trabajaran pocas horas, tuvieran bastante que comer, vivieran en casas cómodas e higiénicas, con cuarto de baño, calefacción y refrigeración, y poseyera cada uno un auto o quizás un aeroplano» ─nefasto futuro, en realidad, pues será el de Un mundo feliz─. Pero un futuro así habría puesto en peligro la sociedad de castas, ya que es la riqueza y la pobreza lo que permite jerarquizar a los ciudadanos. La razón de ser del Partido la expone O´Brien, un personaje parecido a Mustafá Mond de Un mundo feliz o casi tan sublime como el Beatty de Fahrenheit 451, en una de las mejores conversaciones del libro: «el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo […] No la riqueza ni el lujo, ni la logevidad ni la felicidad; sólo el poder, el poder puro», ya que «el poder no es un medio, sino un fin en sí mismo» y la función de una dictadura ─como la del proletariado─ no es salvaguardar una revolución sino que la revolución sirve para establecer la dictadura.
Teóricamente es posible plantear una sociedad gobernada por unos pocos en la que la riqueza se distribuye entre la totalidad de sus ciudadanos, pero en la práctica, una sociedad así sería inestable, porque si todos tuvieran el mismo acceso al conocimiento empezarían a pensar por sí mismos y cualquiera podría cuestionar la estructuración del sistema, se percataría de que la distribución del poder es injusta, que unos pocos no tienen el derecho a imponerse sobre la inmensa mayoría. Es necesario imbecilizar a esa inmensa mayoría, prohibirles el acceso al conocimiento, a la educación, porque como dice Goldstein «a la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible basándose en la pobreza y en la ignorancia».
Y precisamente esa mayoría a la que el Estado pretende idiotizar a toda costa para anularlos son los «proles». La descripción que Orwell hace de los «proles» demuestra la desoladora actualidad que posee el libro, puesto que lo que el refiere en este caso podría aplicarse perfectamente a un sector bastante amplio de la sociedad en nuestros días: «El duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las mezquinas peleas entre vecinos, el cine, el fútbol, la cerveza y sobre todo, el juego, llenaban su horizonte mental. No era difícil mantenerlos a raya». No hay más que canalizar el malestar, la posibilidad de un incipiente sentimiento de rebeldía en dos frentes: las minucias de la vida corriente, al margen de los grandes males universales, o el enemigo común, independientemente del nombre que tuviera, se llame Eurasia o Asia Oriental. Los extranjeros, ya sean enemigos o aliados, se ven siempre como animales raros, no como compatriotas de especie, como compañeros de penalidades. En la enajenación está la clave del triunfo. El mismo Winston, sin saber hasta qué punto se equivoca, expresaba su esperanza en la prole con una frase que se repite en varias ocasiones: «¡Si había alguna esperanza, radicaba en los proles!».
Pero realmente nada puede esperarse de los proles porque el complejo sistema de propaganda ha conseguido alienarlos con el pasado y con el presente. No se tiene conciencia de que hubiera existido una época anterior a la revolución, un momento que sobrevive sólo en recuerdos vagos e imprecisos, entre los que es difícil tener certezas de verdad o falsedad. Esa ambigüedad puesta en pie por el Partido se aprovecha para difundir una visión del pasado prerrevolucionario como un periodo oscuro denominado Edad Media, de tal forma que se habla por ejemplo de la jus primae nocte como el derecho que tenía todo capitalista de dormir con cualquiera de las mujeres que trabajaban en sus fábricas. El pasado se instrumentaliza y se convierte en una herramienta más al servicio del Partido; no importa que sea cierto o no, lo importante es que sea útil. Es el Ministerio de la Verdad el organismo encargado de falsear y manipular la historia: «Diariamente y casi minuto por minuto, el pasado era puesto al día. De ese modo, todas las predicciones hechas por el Partido resultaban acertadas según prueba documental». Este procedimiento de manipulación llevado a cabo por funcionarios al servicio del Partido ─entre los que se encuentra Winston─ se entiende no como la necesidad de falsificar el pasado, sino como una forma de hacer concordar lo ocurrido con lo que el Partido dice que ha ocurrido. Todos aquellos documentos que contradicen de alguna manera al Partido son destruidos en el llamado «agujero de la memoria».
Otro sistema para mantener a raya a los proles es la guerra. En el libro de Goldstein se declara que no existe ninguna guerra, que las bombas lanzadas diariamente sobre Londres son arrojadas por el mismo Gobierno de Oceanía como mecanismo para mantener la sociedad jerarquizada generando pánico y odio hacia el enemigo, al mismo tiempo que se destruye cualquier signo de riqueza o desarrollo. Es por eso que Eurasia y Asia Central se van alternando como enemigos y aliados, sin importar quién desempeñe qué papel, aunque los ciudadanos consideren que el enemigo siempre ha sido el mismo, lo que da lugar a un espeluznante episodio en el que la manipulación de la información llega a su máximo apogeo. Dentro de esta guerra se encuentran los ciudadanos más bajos en la escala social, los que viven en los territorios fronterizos que pasan constantemente de manos de un país a otro y que no pertenecen a nadie. Reducidos poco menos que a condición de esclavos, se les equipara con cualquier materia prima como el carbón o el aceite, y se utilizan como mano de obra en la fabricación de armas.
El principio fundamental del IngSoc ─que encubre el término “socialismo inglés”─, ideología del Partido es que el valor del individuo por sí mismo es nulo, inútil si no se considera integrado dentro de la sociedad. En este sentido, el individuo únicamente puede serlo, puede realizarse, sometiéndose a una colectividad: la realidad no es aquello que se perciba sino lo que el Partido dictamine como realidad. No es por lo tanto una verdad objetiva, externa; es más bien algo que existe sólo en la mente humana, no en la mente concreta de cada ser, que es limitada y puede cometer errores, sino en la mente del Partido, que es colectiva e inmortal. Es lo que O´Brien comenta a Winston: «Lo que el Partido sostiene que es verdad es efectivamente verdad. Es imposible ver la realidad sino a través de los ojos del Partido». El pensamiento se vigilará de muy cerca, incluso desde una policía del pensamiento, y todo lo que vaya en contra del IgnSoc se considerará «crimental». Para conseguir este pensamiento dirigido se plantea la necesidad de reestructurar el lenguaje a través de la «neolengua», que implica una auténtica poda del lenguaje: « Al final todo lo relativo a la bondad podrá expresarse con seis palabras; en realidad una sola ». De esta forma, limitando el lenguaje se consigue limitar el pensamiento, y se llega al pensamiento único, al pensamiento del Partido.
Con este sistema de pensamiento subjetivo es imposible no caer en contradicciones, pero éstas están previstas y son asimiladas por el propio sistema en lo que se conoce como «doblepensar», esto es, «saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer que la democracia es imposible y que el Partido es el guardián de la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volverlo a traer a la memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y sobre todo, aplicar el mismo proceso al procedimiento mismo. Ésta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión».
El «doblepensamiento» es la única forma de explicar cómo se puede afrontar con normalidad de manipular el pasado a favor de los intereses del Partido, o cómo pueden exisitir unos organismos, los Ministerios, cuyos nombres son exactamente opuestos a la labor que desempeñan: el Ministerio del Amor se encarga de la tortura, el Ministerio de la Paz de mantener una guerra permanente e interminable, el Ministerio de la Abundancia de mantener el nivel de pobreza y el Ministerio de la Verdad de manipular la realidad y la historia. Sólo a través del «doblepensar» se entiende que estando la pornografía prohibida por el Partido hubiera una sección dentro del Ministerio que se encargara de crear clandestinamente novelas que rezumaban pornografía para los «proles» y de venderlas furtivamente como mercancía ilegal mirando hacia otro lado.
La locura y la cordura son estados meramente estadísticos, depende de la mayoría, por lo que el loco es el que utiliza el sentido común, que es la mayor de las herejías, es lo que le ocurre a Winston, que se da cuenta de que «todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo» y anota en su cuaderno el siguiente axioma: «La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro». Así, Winston socava la autoridad del Partido al pensar que «encontrarse en minoría, incluso en minoría de uno solo, no significaba estar loco. Había la verdad y lo que no era verdad, y si uno se aferraba a la verdad incluso contra el mundo entero, no estaba loco.» Pero detrás de Winston se esconde un horrible pasado, al principio apenas insinuado y más tarde mencionado explícitamente. El egoísmo y la maldad del pequeño Winston, impasible ante el sufrimiento y la necesidad de su madre y de su hermana pequeña, condenadas al hambre y a la codicia infame del pequeño, poco nos indica sobre la personalidad del Winston adulto, ya que aparentemente de esa actitud no ha quedado sino un leve recuerdo turbio. La pérdida de la memoria individual es uno más de los precios que paga la sociedad en esa progresiva pérdida de la memoria colectiva.
En un primer momento no se entiende bien por qué debe mantenerse en riguroso secreto la relación entre Winston y Julia. Hasta la segunda parte no se hace la primera referencia a la esposa de Winston, cuya descripción se despacha rápidamente con palabras como ortodoxa y «piensabien». Se relación se refiere como una pequeña ceremonia frígida que ella misma bautiza con el nombre de «nuestro deber para con el Partido». Una vez que se ha explicado este dato se comprenden las excesivas precauciones para evitar que la relación sea pública: la rígida moral del Partido prohíbe que sus miembros tengan relaciones conocidas fueras del matrimonio. No existe el concepto de divorcio, aunque sí el de separación, pues Winston vive solo. La imposibilidad de desvincularse de esa persona ─que no aparece pero cuya existencia es fundamental para entender algunos aspectos─ hace que la relación entre Winston y Julia sea ilegal, y como delito que es, punible, aunque se trate este de un crimen soslayado en una sociedad hipócrita que se fundamenta en las reglas del «doblepensar». La imagen que se ofrece de Julia es en muchas ocasiones ambigua. En un primer momento parece la compañera perfecta de Winston, hermanados por su odio hacia el Partido, mucho más tremendo y exaltado en el caso de la joven. Pero una exaltación al cabo vacía, hueca e incluso pueril, incapaz de ir más allá del grito o de la palabrota, incapaz de una crítica seria, de un análisis profundo o general, limitada a aquellos aspectos en los que el Partido roza con su vida. Es por eso que en una posible comparación entre Julia y la Clarisse McClellan de Fahrenheit 451, sea ésta última infinitamente superior, porque su mera presencia sin más ya es una forma de oponerse al orden establecido. A pesar del amor que pueda existir entre ambos, Winston deja entender en varias ocasiones una leve decepción ante la superficialidad de miras de su compañera, que le lleva por ejemplo a dormirse mientras Winston lee uno de los pasajes más interesantes del libro, algunos fragmentos de la Teoría y práctica del colectivismo oligárquico de Emmanuel Goldstein.
Los traidores al Partido son condenados a la que posiblemente sea la pena más horrible y despiadada que ha podido idear un ser humano, un proceso que supone uno de los momentos más impresionantes de 1984. Winston, ajeno a los procedimientos de tortura del partido expresa su confianza en tales términos: «Confesar no es traicionar. No importa lo que digas o hagas, sino los sentimientos. Si pueden obligarme a dejarte de amar… eso sería la verdadera traición». Sin embargo, el Partido también era consciente de esta gran verdad, sus miembros e ideólogos sabían que «el fondo del corazón, cuyo contenido era un misterio incluso para su dueño, se mantendría siempre inexpugnable». Precisamente para llegar hasta el fondo del corazón de los hombres, sajar y arrancar lo que el propio hombre no es consciente de tener dentro y sembrar la nueva semilla de la fe se pone en funcionamiento un misterioso habitáculo, la temible Habitación 101, personificación las mayores pesadillas del ser humano, un lugar ante el cual es preferible la cadena perpetua, la tortura, la muerte o el asesinato de los seres queridos. No es suficiente con que se reconozca el poder, la grandeza o la validez del Partido, no es suficiente con admitir que dos y dos son cinco siempre que el partido lo diga, la reconversión del espíritu debe ser completamente sincera, y por tanto el ser que nazca de esa reconversión nuevo. Sería más fácil, rápido y económico la muerte inmediata de los traidores, pero como dice Winston, «si podemos sentir que merece la pena seguir siendo humanos, aunque esto no tenga ningún resultado positivo, los habremos derrotado». Y es precisamente esta victoria moral lo que el Partido no puede consentir, ni aún a nivel personal. De tal forma que después de la reconversión los individuos puedan dejarse en libertad sin temor a que vuelvan a incurrir en traición.
Desde que lo leí y hasta el momento, creo que 1984 es uno de los mejores libros que he leído.
En primer lugar me sorprendió el uso del lenguaje que hace Orwell, nada artificioso: al contrario, usa un lenguaje de lo más llano, directo y sencillo. El libro engancha desde la primera página hasta la última, con perdón: al más puro estilo best-seller.
Pero, al contrario de los best-sellers actuales (y ya nos entendemos), Orwell consigue trazar en ese uso apasionante del lenguaje un Universo tan detallado, tan realista, que nos resulta escalofriante precisamente por eso, porque nos lo creemos y porque nos lo explica de tú a tú.
Creo que 1984 está más relacionado con el comunismo por razones contextuales que de contenido. Obviamente que Orwell parte de ahí para crear todo el sistema del libro, pero así como en Rebelión en la Granja el sistema comunista está descrito paso por paso y acaba con una especie de moraleja; creo que este libro consigue universalizarse precisamente a través de la frase que has citado, que el poder es el fin en sí mismo. Por eso es verosímil y escalofriante.
Cosas que quería comentar… (he ido tomando apuntes mientras leía 🙂
Algunas de las cosas que más me impactaron y que creo que ahora tienen incluso más sentido que en la época comunista son el poder de los medios: yo creo firmemente que “la mayoría” podemos perfectamente ser manipulados por los medios. De hecho, lo somos. Así que crear una dictadura controlada casi totalmente por los medios… uf, igual no está tan lejos como nos gustaría.
También me parece muy importante el tema de la limitación del lenguaje.¿ Realmente si no tenemos las palabras, nos eliminan el pensamiento? Creo que es interesantísima esta reflexión, ya que es un proceso inverso al de la propia raza humana: aprendemos a hablar por la necesidad de comunicarnos, y el lenguaje crece a medida que crecen las ideas, objetos, etc. de nuestro alrededor. Creo que llegué a la conclusión que, en caso de necesidad, el ser humano acabaría inventando una palabra (claro que, teniendo en cuenta cómo es la sociedad que pinta Orwell, lo importante es anular esa necesidad comunicativa).
Y en fin, lo de la habitación 101 es uno de los pasajes más angustiosos que he leído.
Creo que cuando acabé el libro casi me entraron ganas de llorar.
Y aquí termino mi disertación. Para una vez que conozco el libro que analizas, que se note 😛
Qué gracia me ha hecho ahora la pregunta de verificación «¿Cuánto suman 2 y 2?» XD
Menudo hallazgo, le diré a las ranas de mi charca que vengan a beber de esta fuente de vez en cuando. Muchas gracias.
[…] debido a los paralelismos entre esta y el mundo desarrollado por George Orwell en su novela 1984. De esta manera, el término «orwelliano» ha pasado al vocabulario común para designar a las […]
[…] debido a los paralelismos entre esta y el mundo desarrollado por George Orwell en su novela 1984. De esta manera, el término «orwelliano» ha pasado al vocabulario común para designar a las […]
[…] la obra se desarrolla la trama en un futuro utópico que guarda muchas similitudes con el de 1984, lo que en cierta medida da circularidad a la obra, ya que aparece escrita en forma de informe, de […]