Alamut de Vladimir Bartol

Alamut de Vladimir Bartol

   Uno de los requisitos que se suelen exigir a una obra para otorgarle la denominación de clásico es que su contenido no pierda vigencia con el paso del tiempo, que no pase de moda porque la verdad que entrañe en sus páginas pulse directamente sobre preocupaciones comunes a todo el género humano y se convierta así en universal. Por supuesto, son pocas las obras elegidas para gobernar en tan singular olimpo, y muchas menos aquellas en las que ya no hay lugar a la discusión, sobre todo si se habla del siglo XX. Muy posiblemente, en el caso de Alamut de Vladimir Bartol, la etiqueta de clásico es más que discutible, y sin embargo, basta con una lectura superficial para comprobar que efectivamente, no sólo cumple con el requisito de la vigencia, sino que consigue proyectar una historia ambientada en el siglo XI al siglo XXI, con un desarrollo y unas conclusiones que sorprenden por su actualidad y por su capacidad para esclarecer algunos de los hechos más decisivos quizá del cambio de siglo y del modo en que la sociedad en general afronta el futuro.

   Es cierto que en Alamut no hay respuestas milagrosas, e incluso puede llegar a pensarse que Bartol peca en cierto modo de inocente, si bien es cierto que el contexto histórico en que él escribió la novela ─en los albores de la Segunda Guerra Mundial─ aún no había tomado forma el terrorismo islámico. Sin embargo, hechos lamentables, casi incomprensibles para la mentalidad occidental, como los ocurridos en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 o los de Madrid el 11 de marzo, encuentran en el libro de Bartol no atisbo de causalidad. Utilizo el adverbio “casi” porque las explicaciones dadas se suman a centenares, pero todas parecen parciales e insatisfactorias. Los verdaderos motivos que llevan a un ser humano a inmolarse en virtud de un ideal o de una religión escapan al razonamiento puramente lógico al que se tiende en el pensamiento occidental. La explicación que da Bartol en Alamut es un destello que ha motivado que la novela tenga hoy más vigencia que nunca.

   Cuando se piensa en Alamut se presta tal vez demasiada atención a las circunstancias históricas. Es cierto que Alamut puede leerse como una crítica al nacismo y al estalinismo ─lo que reducido la difusión de la obra durante algunos años─, pero ante todo no hay que perder de vista el análisis profundo y riguroso que se hace del fundamentalismo islámico. No es menos cierto que muchas de las peculiaridades de los ismaelistas, la secta que recrea el libro, pueden aplicarse a cualquier sistema totalitario y fascista: exigen lealtad absoluta a los superiores, existe la figura de un líder que aúna en una mezcla extraña lo político y lo religioso, los ideales están por encima de las personas, etc. Pero quizá la peculiaridad más específica de los ismaelitas es su fundamentalismo, su capacidad para entregar su vida ciegamente por una causa. Porque es esta característica lo que hace que el terrorismo islámico sea tan salvaje y efectivo: es difícil luchar contra alguien al que no le importa ─o desea─ inmolarse.

   Alamut se basa en una leyenda ocurrida en la fortaleza-castillo con ese mismo nombre durante el siglo XI. En ella Hassan Ibn Sabbah organiza y dirige a la secta de los ismaelitas, un movimiento religioso al principio algo ambiguo, que parece originarse en los conflictos sucesorios surgidos a raíz de la muerte de Mahoma, pero que finalmente se perfila como una especie de nihilismo absoluto y solipsista. En varias ocasiones se explica que la base del ismaelismo es no creer en nada y que al mismo tiempo todo está permitido. Esta verdad, sin embargo, sólo está al alcance de los iniciados más aventajados ─aunque no parece tratarse de ningún secreto─, mientras que a la gran masa de los fieles, incapaces de aprehender las verdades más profundas, se las engaña y distrae con ideas aparentemente más elevadas. Así es como el propio Ibn Sabbah explica el ismaelismo: «Alí era de verdad el único heredero del Profeta y que el hijo de Ismael, Muhammad, octavo en la dinastía de Alí, volvería un día a la tierra con el nombre de Alí-Mahdi». El ismaelismo se perfila como una especie de judaísmo, en espera del último profeta, con un programa religioso poco definido.

   Se trata de una novela polifónica, en la que aparecen una multitud de perspectivas ─siempre desde la correcta tercera persona─ entre las que no consigue destacar ningún personaje principal. En un principio parece que el protagonismo recae sobre la joven Halima y el joven Ibn Tahir, ya que la construcción inicial sigue una estructura paralelística, en la que se relata la llegada de ambos personajes al castillo y el adiestramiento que sufren. Más adelante Ibn Sabbah parece erigirse como verdadero protagonista, aunque el papel que desempeña Ibn Tahir en el libro sea fundamental, ya que es el único fedayín que consigue desvelar el secreto de Ibn Sabbah. La reacción final de Ibn Tahir le convierte en hijo espiritual y moral de Ibn Sabbah, que como padre carnal demuestra ser tajante al ordenar la muerte de su verdadero hijo, o simplemente con el trato despectivo con que obsequia a sus hijas.

   El personaje de Ibn Sabbah es enormemente complejo, ya que a lo largo del libro se muestran distintas caras, en muchas ocasiones incluso contradictorias. En un primer momento aparece como un ser superior, un profeta y un iluminado, alguien misterioso al que rendir culto, prácticamente un dios. A continuación se invierte esta imagen y se describe como un personaje cómico, divertido y algo excéntrico. Pero no es hasta la aparición del propio Ibn Sabbah, que se ha mantenido siempre oculto a sus fieles, que el lector puede hacerse una idea aproximada de la construcción del personaje. En Ibn Sabbah se mezclan las facetas mencionadas y aún se incorporan algunas más. En varios momentos, sobre todo al principio, consigue crear una empatía considerable, pero a medida que la historia va avanzando y que el personaje se va desvelando se va haciendo poco a poco más detestable. Su nihilismo, a causa de su ferocidad, produce al mismo tiempo horror y tristeza. Las motivaciones que hay tras el personaje no llegan a ponerse en claro en ningún momento, llegando a afirmar en un momento determinado que el Corán es fruto de «cerebros perturbados». Ibn Sabbah parece obedecer a una causa superior que a veces es librar a Irán de la influencia extranjera, otras es perdurar para siempre en la Historia, a veces es experimentar con el ser humano y otras es el puro sinsentido rayano en la locura. Y es que Ibn Sabbah tiene mucho de sabio, pero también mucho de loco; no es fácil decidir en qué momento interpreta un papel y en qué momento es él mismo, si es un profeta designado por Alá o si es un dios parejo al propio Alá.

   Lo que se propone Ibn Sabbah es crear una nueva raza de hombres, nunca vistos hasta entonces, seres a los que no sólo no les importe sacrificarse a favor de una causa, sino que además lo deseen con todas sus fuerzas, guerreros que no conozcan el miedo y que obedezcan ciegamente. Esa elite de soldados son los fedayines, el pilar fundamental sobre el que se sustenta el ismaelismo. Se trata de un grupo de hombres cuidadosamente seleccionados y preparados a los que se les somete a un sorprendente y espantoso experimento. Ibn Sabbah aprovecha unos jardines secretos de Alamut para fabricar una réplica exacta del paraíso y llenarla de mujeres que harán las veces de huríes, un lugar destinado a demostrar a los fedayines que efectivamente Ibn Sabbah tiene la llave del paraíso, haciendo así que su fe sea inquebrantable.

   Es aquí donde la idea que Bartol expone en boca de Ibn Sabbah no encaja con la visión que se tiene hoy en día del islamismo extremista. Lo que pretende Ibn Sabbah con su elaborado montaje es recuperar el fervor y la fe existente en los tiempos de Mahoma, algo que se ha ido perdiendo poco a poco. Para ello es necesario elaborar una figura que pueda ser pareja al profeta, un nuevo profeta capaz de cumplir milagros ─que son en el fondo la base de la fe─, algo que ni siquiera Mahoma era capaz: abrir las puertas del paraíso. Los fedayines deben ser jóvenes inocentes educados según una férrea disciplina, incapaces de percibir la diferencia entre el paraíso y unos hermosos jardines, entre huríes y simples esclavas. Ibn Sabbah incluye en su método el uso de hachís, tanto como para favorecer la sensación de estar en el paraíso como para darse ánimos en las misiones suicidas; hasta tal punto que del término hashashin ─consumidores de hachís─ proviene el término castellano asesino. Si bien el método de Ibn Sabbah, que antepone la finalidad a los medios engañando descaradamente a los fieles más rotundos, parece peligroso, finalmente acaba mostrándose como un instrumento eficaz en el adiestramiento de las tropas. Los fedayines se convierten en una elite de asesinos, deseosos de morir para volver a saborear las mieles del paraíso. El punto culminante de este proceso se produce cuando Ibn Sabbah ordena a dos de sus soldados que se suiciden en el acto, algo que ellos hacen de muy buena gana.

   Lo verdaderamente sorprendente es que Bartol piense que este furor religioso sea exclusivo de la época de Mahoma y que considere coherente que Ibn Sabbah tenga que preparar ese fastuoso montaje para resucitarlo. Desgraciadamente hoy en día estamos muy familiarizados con los fedayines, que se han convertido en uno de los pilares del terrorismo islámico. Los creyentes que aparecen en Alamut resultan algo artificiales porque tienden a racionalizar demasiado el mundo: necesitan ver, palpar y saborear el paraíso con sus propios sentidos para reconocer su existencia en el más allá. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a ver creyentes que no necesitan de tales pruebas para dar buena cuenta de su vida por la causa, plenamente convencidos de que la dicha del paraíso les espera. Es aquí donde Alamut falla. Sin embargo, este detalle no anula su vigencia, ya que la radiografía que ofrece sobre el islamismo y sobre los regímenes totalitarios en general puede aplicarse perfectamente al presente. No deja de ser sorprendente lo poco que ha cambiado el mundo en un milenio.

   Este es un libro viajero

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