Pocas obras existen tan conocidas, tan leídas ─no tanto ahora como en su época─y tan adaptadas como las de Julio Verne, y sin embargo, pocos autores, pocas vidas tan desconocidas y misteriosas. El enigma que rodea a Julio Verne ha hecho correr ríos de tinta intentando explicar por qué las predicciones de muchas de sus novelas parecen estar escritas por una persona que posee información privilegiada sobre el futuro. Obras completas o elementos concretos se han ido haciendo realidad a lo largo del siglo XX con una precisión escalofriante. Pero sobre esto habría mucho que decir y no es el objeto de este texto, que precisamente versa sobre el gran error científico de Verne, sobre aquella novela que nunca se hizo y que probablemente nunca se haga realidad: Viaje al centro de la Tierra.
Esta obra continúa la saga de novelas de viajes fabulosos iniciada con Cinco semanas en globo y que daría como resultado el conjunto de novelas más célebres de Verne. Puede comprobarse cómo en cada una de estas novelas Verne se centra en una de las ciencias, en el caso de Viaje al centro de la Tierra evidentemente se trata de la Geología, de la Arqueología y de la Paleontología. En la siguiente, De la Tierra a la Luna, entrará en juego la Astronomía y la Aeronáutica. Como ocurre con casi todo el ciclo, no es necesario entrar en detalles argumentativos acerca de la trama más allá de puntualizaciones que distingan la novela de las adaptaciones más conocidas y generalizadas. Y es que la historia que Verne pergeña en este libro daba para mucho más: su final abrupto y precipitado deja en el aire una novela que sabe a poco y de la que el lector echa en falta algunos cientos de páginas más.
Viaje al centro de la Tierra se abre con un recurso muy utilizado en literatura desde antiguo: el descubrimiento del manuscrito. Sólo que en el caso de Verne este recurso aparece combinado con otro que también es muy del gusto de Verne y que está relacionado con la construcción de sus obras y con su vida. Me estoy refiriendo al código cifrado, un recurso que está muy vinculado con las sociedades secretas y que está tan arraigado en la obra de Verne que muchas de sus novelas se han querido interpretar como mensajes cifrados, como ocurre con los hombres de algunos de sus personajes, o incluso con su propia tumba, sobre la que existe la leyenda de un mensaje inscrito que nadie ha podido encontrar. Pues bien, ese mensaje es, por supuesto, descifrado, y con ello da comienzo la aventura que cambiará por completo la vida de los personajes.
El eje central de Viaje al centro de la Tierra es el mito, tan antiguo casi como el hombre, de la Tierra hueca; un mito que se remonta a las primeras manifestaciones religiosas que dividen el más allá en una dualidad de cielo e infierno. Es el cristianismo el encargado de consolidar una división que está ya tan plenamente integrada en la cultura colectiva que condiciona necesariamente nuestra visión del mundo: lo aéreo se ha identificado siempre con el Bien mientras que lo infraterrenal quedaba reservado al Mal. Hasta tal punto ha condicionado la cultura este mito que incluso ha propiciado la aparición de numerosos grupos que interpretan el mito al pie de la letra y que pretenden refrendar la existencia de una Tierra hueca con datos materiales. Así las cosas, el mito evoluciona y el infierno se convierte en una especie de paraíso con atmósfera, un sol que ilumina, plantas y animales antidiluvianos y una gama de civilizaciones tecnológicamente avanzadas que van de lo terrestre a lo extraterrestre. Y es precisamente en este contexto en el que se mueve Julio Verne, el contexto que hay que conocer para situar al profesor Otto Lidenbrock, gran defensor de la teoría de la Tierra hueca.
El mito al que, como consecuencia, da pie el anterior es el del descensus ad inferos, cuyo inicio más célebre se remonta a la figura de Orfeo ─con repercusiones tan importantes como el orfismo─. El descenso al infierno, por su parte, es una variante del mito del viaje iniciático, un elemento que está presente desde los inicios de la literatura con el Gilgamesh, pero que adopta su forma definitiva con el Ulises de Homero. El viaje iniciático lleva a su protagonista a un territorio mítico en el que el tiempo y el espacio se anulan, ya que por una parte se ha perdido la referencia solar, base de cualquier sistema temporal, y por otra se ha anulado el tradicional desplazamiento horizontal a favor del vertical. En este espacio mítico Axel, el personaje principal, se ve sometido a una serie de rituales iniciáticos que le transformarán por completo. Entra como ignorante y cuando sale ya posee el conocimiento, unos saberes científicos que tienen un incalculable valor, que a pesar de todo no le llevarán a refutar la teoría del centro de la Tierra incandescente. Dice al volver de su viaje: «Por mi parte, no puedo admitir su teoría del enfriamiento; a pesar de lo que he visto, creo y creeré siempre en el calor central» (lo que demuestra en el fondo el punto de vista del propio Verne). Graüben, la amante y prometida de Axel, es consciente del valor iniciático del viaje, sabe que Axel parte como un niño pero que volverá como un hombre, preparado para casarse con ella. Así, le anima a emprender el viaje con estas palabras: «Al regreso, Axel, serás un hombre, su igual, libre para hablar, libre para actuar, libre al fin para…»
Precisamente aparece el mito del descensus ad inferos ─en tono paródico─ en un libro que parece haber servido de base para la construcción de los personajes: el Quijote. Al igual que don Quijote y Sancho Panza, el profesor Lidenbrock y Axel representan los dos polos opuestos por su visión del mundo. Al margen del hecho de que Lidenbrock es un prestigioso hombre de ciencia, parece que su intuición se mueve más por impulsos idealistas que por la lógica científica. Su credulidad ante la veracidad del manuscrito del sabio Arne Saknussemm ─una figura basada en el escritor y recopilador de sagas Arne Magnussen─ que decía haber estado en el centro de la Tierra, su obsesión por emprender este viaje para emular al sabio, resulta demoledora ante un medroso Axel que no es capaz de hacer otra cosa más que cuanto su tío le ordena. Axel intentará evitar por todos los medios el viaje, y aún en pleno viaje tratará de regresar en todo momento. Es evidente el paralelismo existente entre el profesor Lidenbrock y don Quijote y entre Axel y Sancho Panza. Cada uno representa una visión mítico-idealista del mundo y materialista-realista respectivamente. Al mismo tiempo existe una relación jerárquica en la que el idealismo está por encima del materialismo y lo arrastra en pos de la aventura.
Pero donde las equivalencias resultan más sorprendentes es en la evolución final de los personajes. Después de una buena temporada descendiendo los expedicionarios se habían acostumbrado a la oscuridad y a la soledad tanto que sentían como si siempre hubiera sido así, como si en realidad no vinieran de la superficie: «Ya nos habíamos habituado a esta existencia de trogloditas. Yo ni siquiera pensaba en el sol, las estrellas, la luna, los árboles, las casas, las ciudades, en todas esas superfluidades terrestres de las que el ser sublunar ha hecho una necesidad. En nuestra calidad de fósiles vivientes, desdeñábamos todas esas inútiles maravillas»
Pero el cambio significativo se produce tras las dos experiencias que casi cuestan la vida a Axel, morir por deshidratación y perderse para siempre en las laberínticas grutas, cuando da a parar a esa fabulosa caverna que encaja perfectamente con las descripciones que hacen los defensores de la teoría de la Tierra hueca, como la descripción que se hace de la abundante luminosidad: «Era como una aurora boreal, un fenómeno cósmico continuo, que llenaba aquella caverna capaz de mantener un océano […] El cielo, por llamarlo de alguna manera, parecía hecho de grandes nubes, vapores móviles y cambiantes que, por efecto de la condensación, debían, en determinados días, terminar en lluvias torrenciales […] Las capas eléctricas producían extraños juegos de luz sobre las nubes más elevadas» Esta visión supone en Axel una transformación cualitativa, un paso agigantado que le acerca al idealismo del profesor. En la travesía que tienen en este océano infraterrenal Axel experimenta una visión, casi una epifanía que se formula con estas palabras: «Toda la vida de la Tierra se resume en mí, y mi corazón es el único que late en este mundo despoblado»
Será tras el descubrimiento del cuchillo de Saknussemm que Axel pase definitivamente al bando del profesor Lidenbrock, que por su parte había mostrado algunas señales de desgana que le acercaban al Axel inicial. A partir de ese momento Axel se convertirá en un temerario obsesionado con la idea de acabar el recorrido. Como él mismo reconoce, «el alma del profesor había penetrado enteramente en mí. El genio de los descubrimientos me inspiraba. Olvidaba el pasado, despreciaba el porvenir»
El tercer vértice del triángulo es el cazador y guía Hans. Es un personaje que se mantiene al margen de la dualidad, que no puede comunicarse con Axel porque no domina el alemán, que no dice nada más allá de lo estrictamente imprescindible, dispuesto a seguir al profesor hasta el centro del infierno si fuera necesario, con un sentido de la fidelidad casi inhumano. Hans es un personaje que, al no hablar, apenas se desarrolla psicológicamente. De él sólo se ofrecen algunos trazos; y sin embargo, en varias ocasiones se pone de manifiesto que de no haber sido por él la expedición habría sido un fracaso. No parece verse afectado ni asustado ante nada, ni nada parece sorprenderle. Desde el primer momento desconoce el objetivo y el destino del viaje, pero nada le importa salvo cumplir con su deber para con quien le ha contratado.
No deja de ser curiosa la posición ambigua que toma Verne frente a la ciencia en Viaje al centro de la Tierra. El profesor Lidenbrock utiliza razonamientos científicos para corroborar la hipótesis de la Tierra hueca, y más adelante confirmará ante la gruta iluminada que cualquier maravilla de la naturaleza puede ser explicada por medio de la ciencia; pero al mismo tiempo pondrá de relieve los fallos del método científico hipotético-deductivo. Un paradigma científico se mantiene mientras un nuevo paradigma no venga a ocupar su lugar. La ciencia, por tanto, se sustenta sobre un fino alambre que en cualquier momento puede ceder. Es lo que ocurre en su regreso, cuando se encuentra la oposición de numerosos científicos en su teoría de la Tierra hueca. Una circunstancia en principio inexplicable desde el punto de vista científico le atormentará , hasta que Axel, una vez más, encuentra la explicación: la brújula marcaba el norte pero en realidad se dirigían hacia el sur porque sus polos estaban cambiados debido a los fenómenos electromagnéticos.
Por último, especialmente estremecedor y digno de mención, desde luego, es el momento en que Axel describe al humanoide habitante del subsuelo: «Su estatura sobrepasaba los doce pies. Su cabeza, tan grande como la de un búfalo, desaparecía bajo la maraña de una cabellera inculta. Parecía una verdadera crin, semejante a la del elefante de las primeras edades. Su mano blandía una enorme rama, digno cayado de aquel pastor antediluviano» Para el terreno de las especulaciones queda qué hubiera pasado si este ser ingente hubiera entrado en contacto con los expedicionarios.
Me ha encantado este artículo ya que en su momento leí bastante a Julio Verne y, precisamente, Viaje al Centro de la Tierra es mi libro favorito de este autor. Al contario que H.G.Wells, con quién siempre me obstino en comparar, creo que las obras de Julio Verne han envejecido muy bien y que aún son plenamente contemporáneas además de, a mi modo de ver, más profundas y ricas.
El análisis que haces del libro dan ganas de volver a leerlo la verdad.
holio xD