Maus de Art Spiegelman

Maus de Art Spiegelman

   Una vez más el Reto 2009 me lleva a hacer algo que nunca antes había tenido ocasión de hacer en La piedra de Sísifo: la reseña de un cómic. Es un género del que no suelo escribir, pero que sin embargo frecuento bastante a menudo ─alguna vez lo he manifestado─ y hacia el que guardo un cariño especial por haber sido lectura fundamental en mi infancia y juventud. Además, el cómic del que voy a hablarles nada tiene que envidiar a la más alta literatura, ganador del Premio Pulitzer en 1992, traducido en todo el mundo y alabado por la crítica y el público, de una profundidad y una calidad escalofriante: me refiero a Maus de Art Spiegelman.

   Maus fue publicada por entregas en la revista Raw, que había fundado el propio Art Spiedelman. Posteriormente la obra apareció publicada en dos partes, de las cuales la primera aparece en España en 1989 y la segunda se retrasa hasta 2001, momento en que Planeta DeAgostini publica en un solo volumen las dos partes. Dos partes que se mantienen separadas en las ediciones posteriores que se han hecho del libro.

   La obra, como indica su subtítulo, narra las experiencias de un superviviente judío del holocausto nazi. Pero no es sólo eso, que no es poco, porque a través de una historia paralela cuenta la difícil relación entre un padre y un hijo. Y es que el libro utiliza un procedimiento metaficcional, una representación en abismo que consigue unir ambas historias en una sola, en un único personaje, Vladek Spiegelman. El propio autor, Art, entra en el relato desde la primera viñeta y comienza la narración con el encuentro con su padre, indicando que la relación entre ambos está algo deteriorada. En principio parece que Art quiere recuperar tiempo perdido, pero pronto se sabe que en realidad lo que pretende es dibujar un cómic sobre la terrible experiencia que su padre vivió años atrás al participar como víctima en el holocausto nazi. Mediante largas conversaciones, primero con notas y después con grabadora, Art va haciendo un registro de materiales que posteriormente utilizará en su obra.

   Ambas historias se unen en el personaje central: Vladek. Parece que Art está más interesado por conocer a su padre, por desvelar su identidad, que por conocer los detalles sobre el holocausto nazi. Vladek tiene una personalidad insoportable: es tremendamente avaricioso; está lleno de manías; tiene un carácter muy fuerte contra el que no se puede discutir; constantemente menosprecia a Mala, su nueva esposa; es muy desconfiado; y parece que ya no le importe su pasado. Con respecto a su tremenda avaricia su hijo llega a afirmar en un momento de resignación que su padre «en algunos aspectos es como la caricatura racista del viejo judío avaro» Una de sus obsesiones es que Mala desea hacerse con todo su dinero, lo que desencadena innumerables discusiones. Su falta de apego hacia el pasado se demuestra con el hecho de que Vladek tirara los diarios de Anja, un material que podría haber sido muy valioso para Art, más para conocer a su madre que por reconstruir su obra. Cuando Art conoce la verdad sobre los diarios de Anja, en un momento de rabia, llega a llamar a su padre asesino, como si este acto significara traicionar la memoria de su madre. Pero lo que quizá llame más la atención de Vladek, por encima de todos esos defectos, sea su inexplicable racismo. Generaliza con los negros, tachándolos de ladrones, de la misma forma en que los nazis generalizaban con la inferioridad de los judíos. Simplemente inexplicable.

   La gran pregunta que Art se hace a lo largo de toda la obra, una incógnita que no alcanza a resolver, es si su padre tiene esa forma de ser de nacimiento o si la trágica experiencia que ha vivido lo ha convertido en ese ser insoportable. Ahí es donde encaja exactamente en el puzzle la historia del holocausto, es la ambigua respuesta a esta pregunta. En alguna ocasión se plantea la posibilidad de que Vladek sea así a causa de las situaciones traumáticas que ha vivido: la esposa de Art, por ejemplo, se hace esta pregunta cuando van a visitar a Vladek después de que Mala le haya abandonado. Art, sin embargo, desecha esta posibilidad ante la realidad de que son muchos los supervivientes del holocausto que no tienen esa forma de ser, como la familia Karp, amigos de Vladek. Pero tampoco parece que la respuesta sea que Vladek siempre haya sido así, ya que en la historia que cuenta aparece como una persona normal, no sólo liberado de esas manías y de esa avaricia, sino dispuesto a compartir sus escasísimas raciones de alimentos con algunos de sus compañeros de Auschwitz, o decidido a enviar a Anja todas sus provisiones. Aunque la perspectiva siempre sea la de Vladek, y su recuerdo podría estar alterado, no parece que el personaje haya sido siempre así. Ésta es una de las grandes incógnitas de Maus.

   Lo cierto es que el Vladek del presente está abocado a la soledad. Su egoísmo lo aparta de Mala, que a pesar de todo vuelve para cuidarlo. La relación con su hijo también está muy deteriorada: las peleas son continuas y Vladek nunca parece dispuesto a dar su brazo a torcer. Vivir unos días con Vladek resulta una experiencia agotadora, y la posibilidad de tener que vivir con él definitivamente después de que Mala le abandonara es una perspectiva que resulta desoladora para Art. Cuando, después de hacerle numerosas pruebas en el hospital, el doctor informa de que está perfectamente y que podrá volver a casa Art intenta que se quede algunos días más en observación.

   El momento más revelador en la relación entre Vladek y Art se ofrece al principio del segundo capítulo de la segunda parte del libro, uno de los momentos más sorprendentes de Maus. Art acude a su psiquiatra porque está bloqueado para continuar con su libro, ya que los horrores que su padre le va contando hace que las discusiones que tiene con él parezcan frívolas. Art en el fondo admira a Vladek por haber sobrevivido a Auschwitz a lo que su psicólogo ─también superviviente de Auschwitz─ le responde que ese punto de vista es erróneo porque supone identificar vivir con vencer y morir con perder, lo que implica que los que no sobrevivieron no fueran dignos de admiración. Sus palabras no dejan de ser reveladoras: «No fueron los mejores los que sobrevivieron. Ni murieron los mejores tampoco. ¡Fue aleatorio!»

   Lo que quizá llamé más la atención en un primer vistazo de Maus es que sus personajes sean animales: los judíos son ratones, los alemanes son gatos, los polacos cerdos, los estadounidenses perros, los franceses ranas, los suecos ciervos y los ingleses peces. La clave de este recurso es la ironía y la proporciona el autor al comienzo de la segunda parte con un texto que hace referencia a un artículo aparecido en un diario alemán a mediado de los años 30 y que dice así: «Mickey Mouse es el ideal más lamentable que haya visto la luz… Una emoción saludable hace saber a todo joven independiente y a toda juventud respetable que un parásito sucio e infecto, el portador de bacterias más grande del reino animal, no puede ser un animal ideal… ¡Basta ya de brutalización de la gente por parte de los judíos! ¡Abajo Mickey Mouse! ¡Llevad la cruz gamada!» Spiedelman elige el ratón probablemente porque la Europa de aquella época había quedado convertida en una ratonera, una trampa de la que era imposible salir. Esta ironía hace que el autor se distancie de los hechos y pueda narrarlos con mayor objetividad, que no desapasionamiento.

   Las máscaras desempeñan un papel fundamental en Maus. Por una parte establecen un primer nivel ficcional, algo que se comprueba al comienzo del segundo capítulo de la segunda parte, cuando la narración hace una concesión a la ficción para dar un salto al nivel de la realidad para mostrar a un Art agobiado por el exceso de fama de su obra e incapaz de estar a la altura de lo que se espera de él. Por supuesto, no es el nivel real, sino un grado intermedio entre la ficción y la realidad, con altas dosis de simbolismo. Art aparece con una máscara de ratón y el resto de personajes también aparecen con máscaras; la entrevista sucede sobre un montón de cadáveres de judíos y Art acaba convirtiéndose en un niño pequeño debido a la presión que la fama ejerce sobre él. Pero no es el único uso de máscaras que se hace en el libro: una máscara de cerdo es suficiente para convertir a un judío en polaco y así hacerlo pasar desapercibido. Pero no hay que olvidar que se trata de una metáfora, ya que en algunos momentos habrá personajes que reconozcan a Vladek aún con la máscara puesta. No deja de ser curioso, en cuanto a los disfraces, que la única viñeta en la que un personaje aparezca con cola ─son ratones sin cola excepto Anja en este caso─ se señale como un rasgo distintivo de los judíos.

   Un procedimiento que no puede dejar de mencionarse como prodigio de metaficción es la inclusión dentro de la trama de un cómic realizado por Art sobre el suicidio de su madre y que muestra un registro totalmente distinto que enriquece enormemente el conjunto. Lo extraño es que en este caso, el único en todo el libro, los protagonistas no son animales, sino seres humanos. El trazo de esta historia es mucho más complejo y sobrecargado que el del resto del libro, que se caracteriza fundamentalmente por su sencillez y su impulsividad que dan como resultado un dibujo que roza lo tosco pero que resulta tremendamente efectivo para los fines de Art.

   Como curiosidad final, a la edición española de Planeta DeAgostini hay que decir que Vladek, al ser polaco, habla un inglés defectuoso que se percibe en el texto original ─escrito en inglés─ y este rasgo se intenta mantener en la traducción. El personaje confunde los verbos ser y estar, el indicativo con el subjuntivo y algunas preposiciones. El problema de estos errores es que son sistemáticos, lo que hace que pierdan en parte su carácter de errores. Pero es necesario conocer este dato que yo no manejé desde el principio de la lectura y que hace pensar que se trata de una pésima traducción.

   Este libro es una carta de póker

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