Como agua para chocolate de Laura Esquivel

Como agua para chocolate de Laura Esquivel

   Recuerdo que cuando estaba en la facultad un profesor algo guasón decía medio en serio medio en broma que de existir una literatura específicamente escrita por mujeres sólo podría dar como resultado libros al estilo de Como agua para chocolate. Bromas aparte, y aún en casos muy discutibles como el de este libro, nada parece indicar que exista una literatura específicamente femenina, entendida no en el mal sentido de la palabra a lo Daniel Steel o a lo Lucía Etxebarría ─escritoras contra las que no tengo nada pero que no son de mi gusto─. Poco importa que la trama de Como agua para chocolate gire en torno a cocinas, recetas de comida y amores descarnados e imposibles. Y posiblemente por ese mismo motivo su lectura me ha pillado en el momento más receptivo: hace relativamente poco que me he empeñado en aprender a cocinar. Quizá sea por eso, o simplemente porque el libro es delicioso, y nunca mejor dicho, pero la cuestión es que me ha sabido a poco.

Efectivamente, la cocina y la comida se convierten en los ejes vertebradores de un mundo que relata la que posiblemente sea la historia más antigua del hombre: la de un amor imposible. Cada capítulo se abre con una receta de cocina y con la desdichada Tita, su protagonista, llevándola a la práctica. Tita, que llega al mundo sobre la mesa de una cocina, entre los olores característicos del tomillo, del laurel o de la cebolla, se describe como una persona que «conoció la vida a través de la cocina» y que al mismo tiempo «confundía el gozo de vivir con el de comer» Sin embargo, «nació llorando de antemano, tal vez porque ella sabía que su oráculo determinaba que en esta vida le estaba negado el matrimonio», ya que una antigua tradición familiar determinaba que la hija pequeña, ella misma, debía quedar soltera para cuidar de la madre en su vejez. Esta incomprensible tradición frustra el amor de Tita hacia Pedro y arroja a este último a los brazos de su hermana Rosaura, no por amor sino por estar lo más cerca posible de Tita: «lo que Rosaura no sabía, aunque lo sospechaba, era que Pedro amaba a Tita con un amor inconmensurable»

De esta forma se crea un triángulo amoroso, aunque el tercer vértice no sería realmente Rosaura, sin la fuerza ni la capacidad suficiente para oponerse al amor entre Tita y Pedro, sino Mamá Elena, que es el personaje más destructivo del libro. Después de su muerte se descubrirá un pasado oscuro que posiblemente sumió a Mamá Elena en un profundo dolor que acabó supurando rencor y odio: una vez más la historia del amor imposible, una repetición que Tita teme que se perpetúe en la familia reproduciéndose en su sobrina Esperanza, la hija de Rosaura y de Pedro. Mamá Elena se describe como un personaje ideal para ciertos trabajos de cocina: cortar, machacar, aplastar o destrozar. En definitiva es eso lo que hace con cuantos le rodean, y especialmente con Tita. La relación con Gertrudis se trunca, porque es la única hija capaz de plantarle cara; a Rosaura la condena a un amor no correspondido; separa al primer hijo de Rosaura, a Roberto, de Tita, condenándolo a una muerte segura; e incluso después de muerta su fantasma se manifiesta ante Tita para oponerse a su relación con Pedro y arroja a éste último un quinqué que le provoca severas quemaduras.

   Lo que más llama la atención de la novela es ese toquecillo de realismo mágico más a lo Isabel Allende que a lo García Márquez y que parece un poco trasnochado en una novela del 89. Pese a ello, algunos momentos alcanzan una fuerza y una magia que si bien no está al nivel de García Márquez poco tiene que envidiar, como el momento en que Gertrudis se fuga con un militar después de haber visto cómo su cuerpo ardía literalmente por la pasión amorosa o ese impresionante final en que el rancho de Tita sale ardiendo a causa de su fogosidad con Pedro, sin olvidar el huracán de gallinas que desciende al propio infierno. Por supuesto, siguiendo los preceptos del realismo mágico, todos estos prodigios se observan con cierta naturalidad. Ocurre así, por ejemplo, con los frijoles que permanecían crudos por más que Tita tratara de cocinarlos: «Nacha siempre le decía que cuando dos o más personas discutían mientras estaban preparando tamales, éstos se quedaban crudos. Podían pasar días y días sin que se cocieran, pues los tamales estaban enojados. En estos casos era necesario que se les cantara, para que se contentaran y lograran cocerse […] Mientras Tita cantaba, el caldo de los frijoles hervía con vehemencia: los frijoles dejaron que el líquido en que nadaban los penetrara y empezaron a hincharse casi hasta reventar»

Muy relacionado con esos momentos de realismo mágico se encuentra la comida, que generalmente suele estar detrás de cada prodigio. Cada alimento elaborado ─además de las recetas que hay dentro de algunos capítulos─ tiene una función fundamental dentro de la historia: son capaces de dar o quitar la felicidad, de levantar fogosas pasiones, de arrancar la vida o de renovar las ganas de vivir. Las lágrimas que Tita derramó, por ejemplo, sobre el pastel de bodas de su hermana se convirtieron en un purgante que hizo vomitar a todos los invitados, arruinando así la boda, no sin antes llenarlos de una intensa nostalgia, un sentimiento que acabó matando a Nacha ─apareció muerta con la foto de su antiguo novio en las manos─.

Los alimentos se convierten en un lujurioso elemento a través del cual Tita consigue transmitir su pasión amorosa secretamente a Pedro. Después de que él probara las codornices que Tita había cocinado con unas rosas que le había regalado y cuyos pétalos se habían impregnado de su sangre exclama: «¡Éste es un placer de los dioses!», ante lo cual recibe el reproche de Mamá Elena, ya que Rosaura era completamente negada para la cocina. Pero es Gertrudis la que más percibe los efectos de este suntuoso lenguaje: «parecía que habían descubierto un código nuevo de comunicación en el que Tita era la emisora, Pedro el receptor y Gertrudis la afortunada en quien se sintetizaba esta singular relación sexual, a través de la comida» Como resultado, Gertrudis «empezó a sentir que un inmenso calor le invadía las piernas» y protagoniza uno de los episodios más sensuales del libro. Por lo demás se trata de un personaje poco importante en la trama, que aún tiene una breve aparición más destacable, sirviendo una vez más como nexo de unión entre Pedro y Tita y como apoyo a ésta.

Otra de las características del realismo mágico que se cumplen parcialmente en el libro es la circularidad del tiempo. El objetivo principal de Tita es en realidad romper esa circularidad, algo que consigue a través de su amor con Pedro. La historia de amor desdichada de Mamá Elena amenaza con perpetuarse en Tita, a pesar de que ella decide finalmente plantarle cara con un penoso resultado. Más adelante, todo parece indicar que Esperanza seguirá los pasos de Tita si nadie lo remedia, pues Rosaura está empeñada en proseguir con la tradición familiar de reservar a la hija pequeña ─en este caso hija única, pues Rosaura había quedado estéril─ para cuidar a la madre. Curiosamente, existe una mayor empatía entre Tita y los hijos de Rosaura que entre ellos y su verdadera madre. Con Roberto la relación es más intensa por ser primerizo: sus vínculos con la cocina comienzan a ser tan fuertes como los de Tita, hasta el punto de que llora cuando lo sacan de ese lugar. En el caso de Esperanza, al ser la segunda, existe un alejamiento, tanto por parte de Tita, que pretendía evitar que volviera a ocurrir lo mismo que con Roberto, como por parte de Rosaura, que se negaba a que su hijo pasara con Tita más tiempo del estrictamente imprescindible.

En el último párrafo del libro se ofrece un dato importantísimo para comprender la construcción narrativa de la novela: ese narrador omnisciente que parecía conocer perfectamente a los personajes estaba parcialmente dentro de la historia, porque era la hija de Esperanza. Finalmente Tita ha conseguido romper en cierto modo esa circularidad de la funesta tradición familiar, aunque hay que decir que la presencia de Tita se manifiesta aún en este personaje, que al igual que su tía abuela tiene como plato favorito las tortas de Navidad y que es igual de sensible a la cebolla. Este final convierte a todo el relato en una saga familiar que también recuerda a ciertas novelas del boom que no hace falta mencionar.

Volviendo al tema inicial, imagino que cualquiera que piense que una novela que tiene como tema central la cocina es un libro escrito por mujeres obviará por completo que en la actualidad esa ya ha dejado de ser una actividad vetada a los hombres. Si algo hay que destacar de Como agua para chocolate es el amor y la pasión que transmite hacia esa esforzada actividad que no siempre tiene el reconocimiento que se merece, menos aún en el caso de paladares zafios como el mío. Con su permiso, debo irme a la cocina para practicar un poco con las sartenes y las cacerolas.

   Este libro es una carta de póker

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