A Vicente Gallego
Durante un meditado desayuno,
en una portentosa mañana de verano
-la gloria de un verano escolar y salvaje-,
pelé la fruta lento, fervoroso.
Sabía ya que el verano y la fruta
son tesoros a flote de un paraíso hundido.
Y cuando satisfecho la mordí,
apareció su hueso descompuesto,
su carne corrompida y su gusano.
Para la mayor parte de este mundo,
una anécdota así no es más que un accidente
del mundo natural, y para otros
una amarga metáfora
en donde se resume la existencia.
Quién sabe…
Ahora recuerdo
aquella noche en que me desperté
confundido de un sueño en donde había agua,
y encaminé mi sed a la cocina.
Como un resucitado di la luz,
aproximé mis labios hasta el agua
y, justo en el instante en el que fui a beber,
alcé la vista y vi a la cucaracha sobre el grifo,
observándome, ciega, entre los ojos.
Quién sabe, otro accidente…
Aquella cucaracha
todavía me observa, complacida,
detrás de la mirada de algún tipo,
desde detrás de los absurdos límites
de la podrida carne de los días.
Carlos Marzal, de Los países nocturnos 1996
Aunque los poemas que voy seleccionando tienen un valor fundamentalmente sentimental ─proporcional al goce estético que producen─, las reflexiones que me suscitan se mueven más en el terreno de lo puramente formal y temático. Que haya elegido «La fruta corrompida» de Carlos Marzal una vez más tiene mucho de personal, porque es un poema que por desgracia relaciono mucho, de forma incidental, con las circunstancias que me ha tocado vivir y que espero superar próximamente. La identificación con el sujeto poético llega a tal extremo que lo releo una y otra vez, sin cansarme del sentido que se va acumulando en las sucesivas lecturas.
Carlos Marzal parte de un tópico que hunde sus raíces en el Barroco y en su particular visión de los bodegones a través del vanitas. Las naturalezas muertas es el tipo de plasmación de un pensamiento obsesivo con el paso del tiempo, con la muerte, con la descomposición de la materia, y con la finitud del mundo, una idea que encuentra su representación literaria en la poesía metafísica y atormentada de Quevedo y pictórica en las calaveras del memento mori, en las flores marchitadas y en la fruta podrida que contrastan con símbolos de riqueza y de poder. Aunque el paso del tiempo no es exactamente el tema que Marzal saca a la palestra con su poema pone sobre aviso en cuanto al sentido metafísico del poema la adjetivación con que acompaña a “desayuno”. Aunque el desayuno no será el momento en que Marzal desarrolle la idea principal, sí le sirve para remarcar el sentido meditativo de todo el texto.
Marzal elabora una estructura paralelística en la que se alternan estrofas anecdóticas y simbólicas con reflexiones metafísicas. La elección de dos momentos del día para representar dos situaciones y dos actitudes distintas no es azarosa. La identificación de los distintos momentos del día ─mañana y noche─ con momentos de la vida del hombre ─juventud y vejez─ tampoco es original. Por otra parte, la reflexión sirve como engarce en la segunda estrofa y como conclusión en la última, introducida por un nuevo verso de unión. Esa segunda estrofa sintetiza las dos actitudes posibles en la vida y abre una brecha a la duda, expresada a través de los puntos suspensivos. Se puede decir que aquí se condensa la vida, el paso del tiempo, el cambio de actitud, la maduración, y en definitiva, el desengaño de la vida ante la muerte.
La primera estrofa se corresponde precisamente a esa juventud, que tiene su culminación en el verano «escolar y salvaje», edad dorada por excelencia del estudiante. Morder una manzana de hueso descompuesto y carne corrompida es una auténtica iniciación en las durezas de la vida para un joven que está abandonando su niñez y que se abre camino en el sendero de la edad adulta. Se trata de una experiencia palpable y empírica de los estragos que causa la muerte en la materia y que causa en el joven la desazón que se desarrollará en la segunda estrofa. Al llegar la noche el gusano se cambia por una cucaracha. Hay una contraposición de elementos rurales, con la fruta y el gusano, y de elementos urbanos, con la cucaracha y el grifo ─la cocina, la luz─, que al fin y al cabo vienen a ser lo mismo en distintos momentos de la vida. El preludio a esa noche, la vida, también aparece dibujada con una metáfora muy barroca, como un sueño, en el que el despertar corresponde a la revelación.
La meditación se concluye en una especie de escepticismo que se complace más en constatar una sensación, la de la cucaracha observando en determinadas situaciones, que en resolver el enigma que cifra la descomposición del mundo ─la muerte─ en un producto del azar o en una metáfora que esconde un destino macabro. Sea cual sea la elección se trata de un oscuro callejón existencialista del que no hay salida, como tampoco lo hay de la muerte. El día, la vida, carga en sus entrañas con la carne podrida, con la muerte, como en el desolador poema de Pavese «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos».
No hay comentarios