El escritor Gustavo Martín Garzo empieza su ditirámbico artículo «El embrujo de Juan Marsé» señalando que en la literatura española no hay grandes obras de amor ―con casos como el del Quijote o La Celestina― He querido entender que para Martín Garzo la literatura española es la que se escribe en España y no la escrita en español, porque de otro modo sería imperdonable el olvido de Gabriel García Márquez. Si el amor había sido un territorio ampliamente explorado en poesía, ya desde Bécquer, que da paso a la modernidad a través de este tema, en novela habrá que esperar hasta bien entrado el siglo XX para encontrar el libro que quizá sea el definitivo en materia amatoria. No es que el amor no forme parte de novelas como El Quijote o La Regenta, pero no fue hasta la aparición de la que ha sido considerada como la mejor ficción de finales del siglo XX, El amor en los tiempos del cólera, que este concepto esencial en el hombre se convirtiera por derecho propio en el personaje protagonista, y aún más, en el núcleo de un universo que gira en torno a él y que se estructura y organiza según sus principios. La descripción que García Márquez emprende con esta novela sobre el amor es totalizadora; es necesario levantar un mundo de ficción de una arquitectura densa y exuberante para dar respuesta al enigma humano de qué es el amor.
La novela se abre con el suicidio de un personaje con un nombre tan sonoro y significativo como el de Jeremiah de Saint-Amour. Esta muerte pone de manifiesto el primer tipo de amor, aquel capaz de colaborar con en la muerte del ser amado, un tipo de amor que es incomprensible para el doctor Juvenal Urbino. Aunque este amor tangencial sólo servirá de carta de presentación para el gran motor amoroso de la novela: Fermina Daza. En torno a la figura de Fermina Daza se postran los dos grandes amores del libro, el de Florentino Ariza y el del doctor Juvenal Urbino, descritos de forma magistral por García Márquez: «eran víctimas de un mismo destino y compartían el azar de una pasión común: dos animales de yunta uncidos al mismo yugo» Cada uno de estos dos personajes ramificará su amor en amantes, una en el caso del doctor e infinitas en Florentino Ariza. Aunque en algunos de los intercambios amatorios de Florentino Ariza sí pueda afirmarse, sería demasiado simplificador reducir estas relaciones a meros encuentros sexuales. El amor que siente Florentino Ariza es radicalmente más complejo que el del doctor Juvenal Urbino. Sólo así puede entenderse que ame a Fermina Daza, que ame a muchas de sus amantes, y que, en el sentido estricto de la palabra, nunca deje de serle fiel a su primer amor.
El amor de Florentino Ariza es brutalmente devastador, hasta el punto de que su malestar se confunde con los síntomas del cólera: «perdió el habla y el apetito y se pasaba las noches en claro dando vueltas en la cama […] la ansiedad se le complicó con cagantinas y vómitos verdes, perdió el sentido de la orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado no se parecía a los desórdenes del amor sino a los estragos del cólera» La descripción que hace García Márquez de la devastación amorosa se corresponde con la imagen clásica del furor amoris, es decir, el amor como una perturbación de la razón que llega a tener repercusiones sobre el estado físico. Lo curioso de este furor amoroso es que nace de la contemplación: Florentino Ariza ama hasta el sinsentido y sustenta toda su vida sobre un sentimiento nacido en una mirada fugaz. Este amor, como Apuleyo describía en su fábula de Cupido y Psique, conecta en alma con la inmortalidad, es una locura que alumbra el entendimiento y hace que Florentino Ariza parezca hablar «por inspiración del Espíritu Santo».
A pesar de que Fermina Daza da su consentimiento a los amores de Florentino Ariza ―con una desgana que tiene más de curiosidad que de amor verdadero― no puede hablarse de un noviazgo en el sentido normal del término, ya que Lorenzo Daza se opone a la relación y ésta debe sustentarse sobre el cauce epistolar. La carta cobra una importancia fundamental en la relación entre Florentino Ariza y Fermina Daza: la comunicación se establece siempre de esta manera, y cuando al cabo de cincuenta años se restablezca volverá a ser el medio de transmisión. Florentino Ariza aprende a desahogarse a través de las cartas, hasta llegar a convertirse en un maestro de la epístola amorosa y volverse inservible para llevar a cabo escritos de otro tipo.
Para alejar a los amantes Lorenzo Daza emprende con su hija un viaje que tiene mucho de iniciático, ya que Fermina Daza se marcha como una niña y regresa como una mujer adulta. Al volver el reencuentro entre ambos es decepcionante para Fermina Daza. Se dará cuenta de que Florentino Ariza no es el amor de su vida, y más aún, ni siquiera es una persona digna de algo distinto a la conmiseración: «es como si no fuera una persona sino una sombra» El único pensamiento que Fermina Daza dedicará a partir de ese momento a Florentino Ariza será para compadecerse por el daño hecho al joven enamorado.
Tras los pasos de Fermina Daza, el propio Florentino Ariza realizará un viaje iniciático, paralelo al de su amada, pero en sentido inverso, con la intención de olvidarla. En este viaje conoce los placeres de la carne y aprende nuevos cauces para amar sin necesidad de serle infiel a Fermina Daza: «el amor ilusorio de Fermina Daza podía ser sustituido por una pasión terrenal» A partir de este momento, y sobre todo tras conocer a la viuda de Nazaret, Florentino Ariza iniciará sus aventuras amatorias, cada una de ellas de una complejidad abrumante. Pero por encima de todo, lo peculiar de su amor hacia Fermina Daza es que nunca tendrá la sensación de la infidelidad. Será Sara Noriega, una de tantas amantes, la que ponga fin a las dudas de Florentino Ariza con la división de «amor del alma de la cintura para arriba y amor del cuerpo de la cintura para abajo», y a partir de ese momento Florentino Ariza entenderá que es posible amar a varias personas al mismo tiempo sin traicionar a ninguna. La única forma de culpabilidad en todos estos encuentros es que Fermina Daza pueda llegar a conocerlos, lo que hace que Florentino Ariza sea tan sigiloso que jamás fueron conocidos sus escarceos.
El amor entre Fermina Daza y el doctor Juvenal Urbino es de corte muy diferente. El doctor es menos apasionado que Florentino Ariza, pero su posición social privilegiada predispone positivamente a Lorenzo Daza. Lo cierto es que el doctor Juvenal Urbino pide matrimonio a Florentina Daza más por orgullo, por alcanzar lo inalcanzable, que por amor. Él mismo admite que no sintió ninguna emoción al conocer a Florentina Daza y sus pretensiones matrimoniales se plantean en forma de bienes terrenales ―con seguridad, orden, felicidad― en lugar de formularse en términos de amor. Fermina Daza tampoco es amor lo que siente hacia un persona que da la sensación de quererse sólo a sí mismo. Lo que lleva a Fermina Daza al matrimonio es una mezcla de presión por parte de Lorenzo Daza y de soledad y hastío. En cierto momento la atenaza la duda de estar haciendo lo correcto: ¿porqué elegir al doctor Juvenal Urbino en lugar de a Florentino Ariza si no siente nada por ninguno de los dos?
Será en un nuevo viaje, a la vieja Europa, en donde se vuelva a producir una modificación en las relaciones amorosas. A partir del viaje de novios París quedará como el símbolo del paraíso entre Fermina Daza y el doctor Juvenal Urbino. A pesar de todos los obstáculos y de las escasas crisis, Fermina Daza aprende a amar a su marido y ambos llegan a constituir una relación matrimonial sólida, «que antes de los treinta años de casados eran como un mismo ser dividido» Es el tipo de amor fundamentado en la costumbre de un matrimonio ancestral, liberado de toda pasión, enraizado en una especie de necesidad mutua que tiene mucho de dependencia: «no sabían vivir ni un instante el uno sin el otro, o sin pensar el uno en el otro, y lo sabían cada vez menos a medida que se recrudecía la vejez. Ni él ni ella podían decir si esa servidumbre recíproca se fundaba en el amor o en la comodidad, pero nunca se lo habían preguntado con la mano en el corazón, porque ambos preferían desde siempre ignorar la respuesta»
El paso del tiempo desempeña distintos papeles en su confluencia con el amor. En el caso del matrimonio compuesto por Fermina Daza y el doctor Juvenal Urbino lo afianza. Para Florentino Ariza el tiempo no desgasta el amor, que se mantiene intacto al cabo de cincuenta años. La única esperanza que queda en Florentino Ariza es que ese amor actúe en su favor, mediante la muerte del doctor Juvenal Urbino, y la liberación de una viuda que, según su propia experiencia, será dueña de su propia vida. Después de tantos años amando a Fermina Daza sin ninguna flaqueza, la única preocupación de Florentino Ariza es que él muera antes que ella. Toda su vida se ha dispuesto en función de Fermina Daza, con el presupuesto de conseguirse un nombre para ser digno de su amor. Tras la curiosa muerte del doctor Juvenal Urbino ―llena de ironía dramática por su ridiculez― Florentino Ariza adopta un papel más activo, atreviéndose a la primera confesión de amor no epistolar hacia Fermina Daza. La estrategia, una vez más a través de las cartas, será hacer tabula rasa del pasado. La conquista de Fermina Daza se materializa no a través de los pueriles ripios de la juventud, sino con concienzudas reflexiones sobre el paso del tiempo y sobre la vejez.
Una vez más, y de forma definitiva, será un viaje el que obre el milagro del amor. Se produce la confluencia de viajes semejantes que ambos habían hecho de forma separada. En la construcción de un espacio íntimo que permita dejarse llevar por el deseo personal, es necesario que Fermina Daza renuncie a sus prejuicios de clase social. Es precisamente en este espacio donde Florentino Ariza ve hacerse realidad sus sueños: «era como si se hubieran saltado el arduo calvario de la vida conyugal, y hubieran ido sin más vueltas al grano del amor» Con el amor de Florentino Ariza correspondido parece que, tras inmortalizar sus almas, la muerte pasa a un espacio secundario. El río, símbolo universal del paso de la vida, del constante cambio, se convierte en un continuo ir y venir de lo mismo, en un amarse sin final. No importa que sean dos ancianos o que les quede poco tiempo de vida; desde el momento en que se aman, venciendo sus miedos y sus prejuicios, vivir en el río equivale a toda la vida. Es el amor lo que los hace eternos.
Mira que soy aficionada a García Márquez, pero nunca había observado la obra desde este punto de vista.
Qué bien engañas, Santino, que bajo esa apariencia angelical hay un erudito… 😀
Volveré a pasar para copiarme ideas, por si algún día esta humilde filóloga se hace un blog.
Un beso.
Han cometido un error fatal al confundir el nombre de un personaje: No es Lorenzo Ariza sino FLORENTINO ARIZA
No sé cómo me ha podido pasar, al escribirlo confundí a Florentino Ariza con Lorenzo Daza (por el parecido de los apellidos). No pasa nada, errare humanum est, ya está solucionado. Gracias por la puntualización.
saluditos, con carinio.