Soy de la opinión de que el punto de vista que aporta un poeta sobre su propia poesía no es más que el de un lector con una pizca más de información. Y a pesar de todo, escuchar o leer a poetas hablando sobre su propia obra es a veces tremendamente esclarecedor, porque la íntima relación que se establece entre el texto y el autor tiene el misterio y la profundidad de una relación amorosa. Ahora bien, no es común que un libro de poesía arranque con un prólogo a modo de declaración de intenciones. Es como traicionar a la amada con otra amante. Y sin embargo, es de agradecer ―o eso creo―, porque en el preámbulo de Juan Antonio González-Iglesias a Eros es más se ofrece una explicación del título que le otorga una coherencia que de otra manera se hubiera difuminado irremediablemente. El autor explica que, en una entrevista a Vicente Núñez, éste daba como respuesta a la dualidad entre eros y logos: «Eros es más». Una sencilla idea que González-Iglesias remata con la frase quevedesca: «El amor es más fuerte que la muerte».
Esto da una idea bastante exacta de lo que pretendiera ser Eros es más, una idea que se ratifica desde el primer poema, «Exceso de vida», y desde su primer verso, «Desde que te conozco tengo en cuenta la muerte». Sin embargo, antes que la clásica reflexión sobre la vida y la muerte, Eros es más se llena de textos que el propio autor describe diciendo que sólo «en apariencia son divergentes». Lo cierto es que hay una serie de temas recurrentes ―el paso del tiempo, el lugar que ocupan la poesía y el poeta en el mundo, la antigüedad clásica y la referencia universitaria, la búsqueda de la trascendencia― que efectivamente divergen en apariencia del tema amoroso y que sólo se unen a través de una visión totalitaria del amor, entendido como el eros griego, es decir, como «un principio cósmico que tendía a unir a todos los seres de la naturaleza». El problema ―o la ventaja― de este punto de vista es que se hable de lo que se hable siempre estará relacionado con el amor.
En el binomio formado por eros y logos se encuentra implícita la reflexión acerca de la labor poética. González-Iglesias parece haberse decantado por el eros, afirmando que «el amor es más fuerte que el lenguaje», pero él mismo es consciente de que «el único código humano que puede intentar dar cuenta íntegra de eros es el logos». En esas tierras movedizas se asienta el poeta, actuando como una especie de puente entre uno y otro. Decantarse por uno u otro extremo no deja de tener sus riesgos: del lado del eros está el común de los mortales ―o tal vez no―, del lado del logos están los poetas que pecan de una técnica hueca y excesiva. La elección en este caso es ilusoria, porque el eros sólo puede transmitirse, darse a conocer, a través del logos. Esta relación de necesidad los convierte en las dos caras de una misma moneda y, en definitiva, en una misma cosa.
Eros es más arranca con un poema titulado «Exceso de vida» y con un verso que enlaza directamente con la última idea del prólogo: «Desde que te conozco tengo en cuenta la muerte». A pesar de que este poema sea uno de los más celebrados resulta algo irregular, y no está a la altura de dos de las joyas del libro, que son «Si me despierto en medio de la noche» y «In joyful memory». En el primero consigue, partiendo de una situación manida ―la contemplación del ser amado mientras duerme―, confirmar plenamente que en efecto eros es más. González-Iglesias mezcla platonismo y antiplatonismo, idealismo y sensualidad, en el que quizá sea el poema más rotundo de todo el conjunto. El segundo da cierta coherencia al libro al repetir la fórmula de «el amor es más», pero esta vez relacionándolo con esos otros temas, en apariencia divergentes, y sobre todo con la búsqueda de la trascendencia y con la concepción, en cierta medida religiosa, del quehacer poético.
En efecto, la idea que transmite «In joyful memory», con ecos de Apuleyo, es que el amor de este mundo anticipa al que vendrá después, más allá de la muerte. Este poema, por el lugar que ocupa dentro del conjunto, parece una especie de colofón a una búsqueda que González-Iglesias parece haber llevado a cabo a lo largo de buena parte del libro. El poeta había mostrado en algunos de sus textos anteriores una actitud desacralizadota, con tendencia a tratar de escribir las grandes verdades universales con letras minúsculas. En «Octubre, mes sin dioses» entiende la ausencia de dioses como una liberación, como un paréntesis que marca una tregua para uno mismo. Pero al final deja un poso de vacío que desorienta en cuanto al tono, entre optimista y melancólico. Más adelante, en «¿Destinados al olvido?» parece volver a confiar en esa trascendencia. Una actitud contradictoria entre la sensualidad de lo material y la espiritualidad de lo metafísico que toma forma en «Jueves Santo», y que parece decantarse antes bien por la comunión. Una discusión que no es sino una variante del tema inicialmente planteado, el de eros frente a logos.
Y la poesía tiene mucho que decir en esta discusión, precisamente porque supone ese puente que se ha mencionado antes. En «Cuestión cuya respuesta no importa» González-Iglesias relaciona la poesía con la comunicación entre los ángeles «transmitida en especie / de libro», pero reiterando una vez más las minúsculas ―parece que reivindicando el punto de vista humano―. La idea de la poesía como una salmodia ―«raras palabras, repetidas / por las generaciones de los hombres» en «In joyful memory»― o la poeta como un asceta aparece en varias ocasiones. En «Demasiadas cosas» se habla del amor hacia la palabra, como si el eros pudiera abarcar al logos: «se puede enamorar de una definición / encontrada al azar en cualquier diccionario». Asimismo, en «Los ojos del asceta», se pone de manifiesto la condición metafísica del poeta, estableciendo un punto de unión entre ambos mundos: «los ojos del asceta / apenas miran ya las cosas de este mundo».
La tendencia erudita es un aspecto fundamental que tampoco puede olvidarse en Eros es más. La formación academicista del autor se deja ver en la importancia que adquiere la cultura grecolatina y la tradición cristiana. Muchas veces sirve de marco, como ocurre en «Campus americano», en «Correspondencia» o en «Aikido». Además de los ecos platónicos comentados existe también una influencia significativa de Aristóteles, explícita en el poema «You light up my life». La posición que González-Iglesias adopta es la de mantener el diálogo entre tradición y modernidad. Así, en la reminiscencia horaciana del beatus ille y del aureas mediocritas de «Felicidad natural» se contrapone la naturaleza con un elemento tan urbano como el coche. Este diálogo también se refleja en el estilo, en la mezcla de imágenes clásicas y modernas, como por ejemplo en «Es la segunda vez», donde se encuentran los versos «más azul que el cielo de este día» y «más que la señal del carril bici». Esta confrontación entre antigüedad y modernidad es el tema central de «Ultimus romanorum», uno de los mejores poemas del libro. En este texto se compara a San Agustín con Robbie Williams, mezclando latín e inglés, con una magnífica conclusión desacralizadota: «Hazme puro, Señor, / pero no todavía».
Mucho se ha alabado Eros es más después de que consiguiera el premio de la Fundación Loewe. Tras leer algunas de esas críticas y releer el libro hay que admitir que quizá sean un poco exageradas. Aunque González-Iglesias se justifique diciendo que hablar de cualquier cosa implica hablar del amor se percibe que la estructura del libro está poco trabajada y presenta importantes incoherencias. Estilísticamente es en los encabalgamientos donde el poeta se desenvuelve con más soltura, mientras que en el uso de figuras retóricas se muestra muchas veces demasiado apegado a la tradición clásica, lo que otorga a la obra un toque de monotonía. En definitiva, la calidad de los poemas es muy irregular: los hay memorables y olvidables. La brillantez alcanza pocas veces la totalidad de un poema, es más bien en versos sueltos donde hay que buscarla. Es por eso que la calificación de Eros es más en algunos medios como el mejor libro de poesía del 2007 es quizá un juicio algo desorbitado. En todo caso bueno, pero no insuperable.
Querido amigo:
No quiero volver a oirte decir que eres un mal lector de poesía. Un fuerte abrazo.