Muchos son los factores que han contribuido a que El guardián entre el centeno se convierta en un clásico, y no todos ellos son literarios. Las circunstancias ―parece que en casos como este se hace necesario hablar de casualidad antes que de causalidad― han llevado a que nazca toda una leyenda negra en torno a esta obra. Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, portaba este libro en el momento de su arresto. También se convirtió en lectura compulsiva de otros célebres asesinos, como Lee Harvey Oswald ―que acabó con J.F. Kennedy― o Jonh Hinkely ―que intentó asesinar a Ronald Reagan―. Pero son sólo los más conocidos: la lista de asesinos y psicópatas obsesionados con El guardián entre el centeno es más larga. ¿Casualidad o no? Lo cierto es que el mito y las teorías conspiratorias no han dejado de crecer: se dice que entre las páginas del libro hay oculto un código secreto que incita a matar; se dice que el FBI hace un seguimiento de todas las ventas que se hacen del libro, porque todos sus compradores son asesinos potenciales. A estas leyendas hay que añadir las polémicas surgidas en torno a la vida de Salinger y sus excéntricas actitudes ―baste consultar la biografía de su hija Peggy, Dream Catcher―. Pero hasta aquí sólo hay un montón de referencias extraliterarias que tienen más bien poco que ver con el libro de Salinger.
El guardián entre el centeno es, ante todo y por encima de todo, su protagonista, Holden Caufield. El narrador, como no podía ser de otra forma, está en primera persona. El punto de vista de Holden focaliza el mundo con una mirada muy particular. De Holden se puede decir que es un compendio de todos los pensamientos, sensaciones y actitudes típicos en un adolescente. El distanciamiento irónico que hace de la realidad, desde la primera frase con sus «gilipolleces estilo David Copperfield», y la forma en que se dirige al lector usando el «usted», recuerda vagamente al Álex de La naranja mecánica. Aunque en algunos momentos la separación entre Holden y Álex parezca mínima, es un abismo lo que hay entre ellos. La rebeldía adolescente de Holden se manifiesta en pequeños actos que están muy lejos de las fechorías del drugo. Es por eso que la crítica social despiadada que hace Anthony Burgess está muy lejos de la suave crítica de Salinger. Holden, aunque descontento con el mundo en que le ha tocado vivir, es un joven que pertenece a una clase social acomodada, protesta pero está libre de preocupaciones importantes, forma parte del modo de vida americano y se puede permitir el lujo de gastar todo el dinero que le apetezca.
Pero lo que sí aparece en Holden como rasgo más típicamente adolescente es esa especie de spleen que asoma cada dos o tres páginas y que forma el rasgo más característico de su personalidad. Lo llamo spleen porque es una melancolía cuyo origen Holden desconoce, o por lo menos no lo manifiesta de manera consciente. Pero en la raíz de esta melancolía y de casi todas las actitudes de Holden está una parte del secreto del éxito de la novela. La lectura que hay que hacer de la novela, lejos de la superficialidad de unos acontecimientos nimios, es la que propone Roberto Cotroneo en Si una mañana de verano un niño, cuando de alguna manera compara la novela de Salinger con La isla del tesoro. Esa melancolía de Holden no es otra cosa que la tristeza por la etapa que se cierra y el miedo a entrar en el mundo de los adultos. Esa visión negativa de la vida, que es la de muchos adolescentes, deriva en una impaciencia y en un odio aparente hacia todo lo que el contraríe mínimamente, de forma que una de las frases más repetidas en el libro, en distintas variantes, es «creo que nunca en mi vida había estado tan deprimido». La descripción más acertada de Holden la hace su hermana Phoebe, que a pesar de ser una niña pequeña, demuestra tener una madurez y una comprensión propias de adulto: «Nunca te gusta nada de lo que pasa […] No te gusta ningún colegio. No te gustan millones de cosas. No te gusta nada».
El valor que Holden concede a la vida aparentemente es muy escaso, lo que podría explicar que se haya convertido en el libro de cabecera de tantos asesinos. Tras una pelea Holden dice haber intentado matar a Stradlater, su compañero de habitación en Pencey: «quise atizarle con todas mis fuerzas justo en el cepillo de dientes para clavárselo en la garganta. Sólo que fallé. No le di en el cepillo. Sólo le di un poco en un lado de la cabeza o algo así». Además, en varias ocasiones piensa en su propia muerte, la desea o se visualiza frente a un pelotón de fusilamiento o sentado sobre una bomba atómica. De hecho, cuando Phoebe le pide que piense en una sola cosa que le guste lo que le viene a la cabeza a Holden es el caso de un chico que se suicidó. Incluso pensando en su propio suicidio tiende a frivolizarlo por medio del odio a los demás, cuando en un momento de enfado piensa lo siguiente: «Tenía ganas de tirarme por la ventana. Y creo que lo habría hecho si hubiera estado seguro de que alguien taparía mi cadáver tan pronto como aterrizara. No quería que un montón de estúpidos mirones me miraran mientras todo estaba ensangrentado». Pero por otra parte, y de ahí el aparentemente, es tremendamente hipocondríaco, y demuestra tener miedo a la muerte al imaginarse muerto al cabo de dos meses a causa del cáncer.
Ese odio a los demás se manifiesta en unas habilidades sociales muy pobres. La principal crítica que se hace a la sociedad es precisamente referida a la mentira y a la hipocresía de las relaciones personales. Las personas suelen causar en él dos impresiones: odio o pena. Sus niveles de paciencia y de tolerancia son muy bajos, basta llevarle la contraria para que sienta una infinita lástima o para que odie a cualquier persona. Uno de sus sueños es escaparse y hacerse pasar por sordomudo para no tener que hablar con nadie el resto de su vida. Sin embargo, la máscara de adolescente tiene fisuras además de mostrar empatía en algunas ocasiones ―al hablar de sus hermanos Allie y Phoebe― demuestra que la soledad le duele y tiene que estar constantemente buscando compañía, incluso de personas con las que no tiene nada en común. Y es que «Nueva York es terrible cuando alguien se ríe en la calle tarde por la noche. La oyes a kilómetros de distancia. Te hace sentir solo y deprimido».
Esta forma de Holden de entender las relaciones interpersonales tiene lógicamente una repercusión en su concepción del amor y del sexo. El joven se sitúa en un plano superior con respecto a todas las mujeres. Admite que es posible enamorarte de ellas aunque sean un poco tontas, pero basta besarlas para pensarse que son muy inteligentes. Parece enamorado de Jane Gallear ―que despierta sus celos― pero ello no impide que trate de conquistar a otras mujeres. Su actitud parece osada, liberal, desenfadada. Lo mismo con una mujer madura que con una prostituta. Sin embargo, llegada la hora de la verdad, la prostituta le parece deprimente, su fachada se derrumba y se muestra como lo que es: un chico virgen que tiene muchísimo miedo al sexo, un chico que maldice lleno de rabia y de impotencia, que se asusta y llora. Es consciente de su propia cobardía. Insinúa haber tenido alguna experiencia traumática en el terreno sexual, lo que seguramente le ha marcado profundamente un carácter con rasgos tan acentuados: «Cuando me pasan cosas de pervertidos empiezo a sudar como un condenado. Me han pasado cosas así como veinte veces desde que era un crío. No lo aguanto».
Todo, en definitiva, forma parte de ese miedo descomunal de Holden a crecer. No puede dejar de pensar que «ciertas cosas deberían seguir siendo como son. Deberías poder meterlas en una de esas vitrinas de cristal y dejarlas en paz». Necesita vivir el ahora sin pensar en el mañana, porque pensar en la vida adulta, con sus rutinas y sus responsabilidades, le deprime. De ahí que necesite evadirse de la realidad, de ahí la fantasía que le permite huir de un mundo con el que está descontento. Le encanta hacer planes en los que se escapa muy lejos y tiene vidas de ensueño que le permiten seguir comportándose como un niño. Es un juego fatalmente amargo.
Un juego que finalmente descubre como irrealizable. Sus últimos planes son viajar al Oeste para trabajar en una gasolinera y hacerse pasar por sordomudo. Pero cuando se lo comunica a Phoebe, su hermana decide escaparse con él. Es precisamente la responsabilidad que tiene sobre su hermana pequeña lo que hace que Holde rompa el juego y abandone definitivamente la infancia, lo que hace que decida no escaparse y volver a casa. Su papel, interpretando libremente el poema de Robert Burns, no es otro que el de proteger la niñez, agarrar a todo aquel niño que se acerque al borde del precipicio sin saber donde va, su función es la de hacer de guardián entre el centeno ―o en su primera traducción, de cazador oculto―. Su deseo de salvaguardar la inocencia de la niñez es lo que hace a Holden entrar en el mundo de los adultos.
Sobre El guardián entre el centeno se ha dicho alguna vez que es una novela rompedora, siempre y cuando se sitúe en el contexto de 1951, año en que fue publicada en Estados Unidos. En efecto, su estilo es muy novedoso, sobre todo para la época. Aunque a medida que avance la novela vaya resultando más tedioso por lo insistente y reiterativo de los giros, el lenguaje es un reflejo fiel de los usos de un adolescente, que no tiene el más mínimo pudor a incluir expresiones como «mierda», «hijo de puta» o «gilipollez». A los ojos de un lector del siglo XXI quizá haya perdido algo de fuelle, pero no cabe duda de que sigue manteniendo una parte importante de su frescura y de su modernidad, lo que se demuestra en el hecho de que todavía continúe escandalizando a muchos sectores, sobre todo por el tratamiento que hace Salinger del triángulo sexo, alcohol y adolescencia, que todavía hoy en día siguen prohibiendo su lectura. Tal vez se haya sobredimensionado el valor de esta obra ―convertida en lectura obligatoria de muchos institutos norteamericanos―, apoyándose en elementos no siempre estrictamente literarios, pero lo que no se puede negar es la profundidad y la trascendencia de esta novela y el papel fundamental que ocupa dentro de la literatura del siglo XX.
Yo sigo sin comprender la trascendencia de la obra de Salinger. Me interesaría muchísimo más,por ejemplo, alguna investigación sobre la relación entre el guardián entre el centeno y la incitación a la delincuencia, teniendo en cuenta, querido Alejandro, lo que comentas en tu entrada.
Yo tampoco entiendo la trascendencia de este libro, creo que tu artículo es mucho más interesante que la obra en sí. Supongo que es una especie de best seller generacional, o algo parecido, pero como ya he dicho alguna vez obras como el Demian de Herman Hesse, escrito treinta años antes, lo deja en paños menores en todos los sentidos. Incluso el Peter Pan de J.M.Barrie en calve fantástica escrito a principios de siglo refleja mejor el conflicto infancia/adolescencia. Pero supongo que el tono de Salinger, tan depresivo y cínico con el mundo, pilló en su momento con la guardia bajada a la crítica y los lectores y la fama adquirida a raíz de ser «una lectura para homicidas, en la línea de la leyenda urbana de la canción Gloomy Sunday, hizo el resto.