Quizá Terry Gilliam no llegue a despertar niveles de mitomanía y fanatismo tan elevados como los de Tim Burton, pero sin duda no carece de un buen puñado de seguidores, entre los cuales tengo el orgullo de incluirme. La última de las películas del antiguo componente de los Monty Python que podíamos ver en los cines ha sido el espectacular Imaginarium del Doctor Parnassus, ingeniosa ya desde su título. La historia, brillante desde un punto de vista visual y estético, podría haber sido mucho mejor, pero tiene importantes aciertos, como el hecho de utilizar a cuatro grandes estrellas cinematográficas ―Johnny Depp, Jude Law, Colin Farrell y Heath Ledger― para representar a un mismo personaje a lo largo de la película, debido a la repentina muerte del último de ellos. Cuando supe que una de las fuentes en las que la película inspiraba su ambientación era un librito titulado El circo del Dr. Lao no dudé en buscarlo y lo que leí sobre él me pareció sorprendente.
Porque sorprendente es esta novela, primera novela, de un autor poco conocido como es Charles G. Finney, pero cuyo público, si bien no es amplio, es bastante fiel. Finney es un escritor muy poco prolífico que en 1929, realizando el servicio militar en la Armada de Estados Unidos y estando destinado a Tientsin, China, concibió una obra inspirada en parte por la cultura oriental y que ha sido calificada por Rodrigo Fresán, su prologuista en la edición para Berenice, como «uno de los libros de lo extraño más extraños». Efectivamente, la novela se puede considerar como una de las joyas de la literatura fantástica en el siglo XX, aunque va más allá, pudiendo enmarcarse en el marbete de «libro raro» donde los haya. Para Fresán sus páginas «fluyen entre la realidad y lo supuestamente imposible y cuyo objetivo primordial es el de desconcertarnos, el de provocar un efecto desorientador tanto en trama como en estilo». Una descripción que no he podido evitar asociar con la misma sensación de extrañeza que me provocó la lectura de El quimérico inquilino de Roland Topor.
Su estructura novelística es bastante particular. Se parte de una historia sencilla: la llegada de un circo misterioso a un pequeño pueblecito de Arizona llamado Abalone. En ese circo, dirigido por un enigmático individuo chino conocido como Dr. Lao, existen todo tipo de seres míticos y fabulosos, entre los que se incluyen esfinges, sáritos, faunos, sirenas, unicornios, medusas, licántropos, aves roc, e incluso un perro verde. Pero en el desarrollo novelístico el circo, como marco en el que encuadrar la historia, es una mera excusa para hacer un ensayo prácticamente al estilo de un bestiario clásico, como los que se desarrollaban en la Edad Media. El libro tiene muchos puntos en común con la antología realizada en 1957 por Borges en colaboración con Margarita Guerrero y titulada Manual de zoología fantástica, un estudio que fue ampliado diez años después en El libro de los seres imaginarios. Para mayor semejanza Finney introduce en la parte final, cuando ya ha acabado la historia, un catálogo de seres extraordinarios, con descripciones no menos extraordinarias. Casi todos los seres fantásticos que aparecen en el libro se vuelven a repetir en las antologías borgeanas. No en vano las fuentes que utilizan ambos autores son en muchos casos las mismas. En algún caso, como ocurre con el sátiro, no duda en afirmar que se trata de «uno de los sátiros originales de la antigua Hélade».
El Dr. Lao va informando a los visitantes acerca de todos los datos que se conocen sobre cada un de los seres fantásticos: su origen, su historia, su evolución, cómo fue capturado. La transformación está presente en alguno de estos seres, y es evidente que Finney quiso marcar la relación que existe con el conjunto de obras literarias que tienen por tema la metamorfosis, desde Las metamorfosis de Ovidio hasta La metamorfosis de Kafka y su concepción de lo absurdo. La referencia más evidente es a Apuleyo, ya que el autor norteamericano introduce en su relato un asno de oro.
Estos seres se describen kafkianamente como «híbridos de rareza superior a la más fantástica pesadilla». Cuando se publicita el circo para que la gente lo visite se anuncia con estas palabras: «se exhibirán seres del mundo infernal, macabros trofeos provenientes de antiguas conquistas, resucitados superhombres de la antigüedad […] fenómenos nacidos de cerebros histéricos más que de vientres enfermos». Las expectativas que generan semejantes palabras no se cumplen más adelante, porque en el circo del Dr. Lao no sólo hay lugar para lo monstruoso, sino que también ocupa un sitio importante la belleza, como ocurre con la sirena, cuya contemplación puede cambiar por completo la vida, o con el perro verde, que se define como la «obra maestra de la vida». Pero en el circo también está la maldad, simbolizada en la serpiente marina, que evoca a la serpiente bíblica que puso fin al paraíso terrenal.
Curiosamente ―o no tanto― los seres humanos que aparecen en el relato también forman parte de ese bestiario, y de hecho también ocupan una buena parte del catálogo final. Baste leer la descripción que se hace de un tipo vulgar, el abogado Frank Tull, que desarrolla durante una página entera todas las enfermedades que tenía. Y es que El circo del Dr. Lao se puede enmarcar dentro del ciclo de literatura fantástica con intención crítica y satirizante, cuya representación más significativa se encuentra en Los viajes de Gulliver de Swift. Precisamente la crítica social, el carácter fantástico y el gusto por las transformaciones recuerdan a un género aparecido en España tras la descomposición de la novela picaresca que es el relato lucianesco ―presente por ejemplo en El coloquio de los perros de Cervantes―, con gran influencia de Apuleyo. Esa crítica se basa en la actitud diversa que tienen los habitantes de Abalone frente a lo maravilloso: ignorancia, apatía, pedantería, impertinencia, indiferencia, desconfianza, desprecio, etc. Todos en general, seres fantásticos y seres reales, aparecen caricaturizados desde un punto de vista irónico y distante.
La novela es prácticamente contemporánea de una visión más cruda y realista, pero al mismo tiempo clásico del cine maldito, que es La parada de los monstruos ―Freaks― dirigida por Tod Browning en 1932. El ambiente circense está presente en las dos obras, pero la diferencia es que la película de Browning se recrea en lo deforme y lo mundano, mientras que la novela de Finney pretende introducir lo maravilloso en la realidad. En ese sentido la novela puede considerarse incluso como una precursora del realismo mágico, porque como ya se ha indicado los habitantes de Abalone se muestran indiferentes en muchas ocasiones ante los prodigios del circo. Lo fantástico se acaba aceptando como parte integrante y fundamental de lo real. Así, por ejemplo, cuandoel gran sabio y poderoso mago Apolonio de Tiana ―la gran parodia de Jesucristo― resucita a un muerto, el resucitado no le da ninguna importancia al hecho y sólo desea reincorporarse al trabajo cuanto antes. O cuando Etaoin, el corrector de pruebas del periódico local, conversa con la serpiente marina sin sorprenderse lo más mínimo.
La ciencia y la tecnología están totalmente al margen del microcosmos que supone el circo del Dr. Lao. Él mismo afirma que «no es más que clasificación» y que «es ponerle etiquetas con nombres a todas las cosas». Un texto con el que El circo del Dr. Lao puede dialogar por sus evidentes paralelismos es La isla del doctor Moreau de H.G. Wells. El punto de partida de ambos libros es completamente opuesto, porque en el caso de Wells la ciencia sí juega un papel fundamental, pero en los dos existen seres sobrenaturales y una especie de líder y guía que se proclama con el título de doctor.
Sorprende que hoy día nadie haya reivindicado todavía con suficiente fuerza la aportación de Charles G. Finney, y sobre todo de El circo del Dr. Lao, al imaginario fantástico actual. Sorprende que sólo se haya hecho una pobre adaptación cinematográfica titulada Las siete caras del Dr. Lao y que traiciona descaradamente el espíritu de la novela original. Sorprende que directores como Terry Gilliam o como Tim Burton todavía no se hayan atrevido a hincarle el diente a la historia con una adaptación digna. Desde luego es una obra de lectura imprescindible para todos aquellos que quieran tener una radiografía completa de la literatura fantástica del siglo XX. La obra de Finney supone una defensa absoluta y descomunal de la imaginación por encima de todo. Como dijo el Dr. Lao: «El mundo es lo que yo imagino y como tal se lo presento a usted».
me ha encantado la descripción/crítica del libro. al punto que prometo conseguirlo y dedicarme a su lectura en breve.
tomo siempre tus posteos como una oferta del universo literario, así que además de saludos, te dejo las gracias.
jonessy
Una vez más, me postro ante tu genio, tu sabiduría, tu erudición. Qué grande eres, oh, amigo Alejandro, el nuevo Alejandro Magno: filólogo, poeta, crítico de arte, profesor y futuro filósofo. ¿Se puede pedir más? Sí: que publiques algo de una vez, que los demás tenemos derecho a aprender de ti.
Un abrazo
que es lo que somos la familia betania