Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio

Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio

   A pulso hemos conquistado los españoles el tópico de que la picaresca sea un rasgo característico de nuestro carácter. Dejando a un lado las verdades y mentiras que se esconden en cualquier tópico, lo cierto es que el género picaresco es genuinamente español y que ha arraigado y ha condicionado nuestras letras. ¿Se puede entender la picaresca, en un amplio sentido, como el comienzo definitivo de una literatura propiamente española? Bien es cierto que la novela idealista no pasaba de ser una copia de modelos europeos, como también lo es que ese germen picaresco con tendencia realista, que nace con La Celestina, que se consolida con el Lazarillo y que se sublima con el Quijote es la inauguración oficial de la narrativa española. Su importancia llega hasta tal punto que autoridades consagradas en la materia, aunque ya algo desfasadas, como Menéndez Pidal, no dudan en afirmar que lo característico de la literatura española es ese realismo, frente a otras literaturas, como la inglesa, con tendencia a lo fantástico, lo que explica la clara predilección de Borges hacia esta última. Sea o no cierta esta idea, el realismo y la picaresca son tendencias cruciales para entender la literatura española desde el siglo XV hasta nuestros días.

   Una tendencia que estaría más que justificada en el caso de la literatura de posguerra. Tras los escarceos vanguardistas el camino de la rehumanización iniciado en los años 30 se consolida definitivamente con el fuerte impacto que produjo la Guerra Civil. La contienda añade un componente siniestro y macabro que deriva en un género fugaz que algunos han dado en llamar tremendismo y que bebe, además de la picaresca, del humor negro quevedesco, del naturalismo de Zola, del esperpento vallinclanesco y del francés Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Celine. La obra que quizá represente con más fidelidad este tipo de literatura es La familia de Pascual Duarte, aunque lógicamente Cela se pone del lado de la mano que le da de comer, del régimen. Tanta importancia tiene la picaresca en Cela que dos años después de publicar este libro escribiría Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes.

   A finales de la década de los 40 el tremendismo está prácticamente liquidado, con una nómina más bien pobre en títulos y en calidad. Un año antes de que Cela escribiera La colmena ―realismo al estilo de Manhattan Transfer― un escritor nobel se estrenaba con una obra primeriza. En sintonía con la obra de Cela, Rafael Sánchez Ferlosio titulaba su primera novela con el nombre de Industrias y andanzas de Alfanhuí. Aunque obviamente influenciado por la picaresca Sánchez Ferlosio se desmarca del realismo imperante con un estilo y un enfoque tremendamente original. La mezcla de realidad y fantasía dio como resultado una novela que no pasó desapercibida a nadie. Estas mixturas, al fin y al cabo, no eran del todo nuevas, ya del cruce entre picaresca y relato lucianesco había nacido un Lazarillo de Tormes que se había convertido en pez.

   Muchas veces se ha hablado del libro de Ferlosio como el antecedente penínsular del realismo mágico, aunque se debe recordar que García Márquez no publicaría su magna obra, Cien años de soledad, hasta dieciséis años después. Es por eso que, aunque llena de fantasía, no se puede interpretar del mismo modo en que se haría con una novela del realismo mágico. En estas últimas lo maravilloso se integra perfectamente en el mundo, forma parte de los mecanismos vitales de la naturaleza, mientras que en la novela de Ferlosio se entiende como algo ajeno al mundo, algo desconocido y por lo tanto peligroso, algo que debe ser destruido. Alfanhuí, ese niño que está en contacto directo con lo maravilloso, causa pronto el rechazo de todos, y es expulsado de la escuela por aprender un alfabeto secreto y alejado de la familia. Del mismo modo, cuando se hace pública la magia del maestro taxidermista se dice «por toda Guadalajara corría ya una voz de escándalo y espanto» que lleva a los habitantes del pueblo a irrumpir en su casa acusándole de brujo y a prenderle fuego. El choque entre realidad y fantasía es brutal, y antes que sorpresa causa horror, como si no fuera posible la armonía, más allá del propio Alfanhuí.

   La influencia del Lazarillo en el Alfanhuí de Ferlosio es evidente. El protagonista es un joven de familia humilde que pronto se aleja de sus padres para recorrer el mundo, un niño que va creciendo, que va adquiriendo sabiduría, gracias al conocimiento que le transmiten distintos maestros con los que se va encontrando. Se trata de un proceso de aprendizaje que hace una clara referencia al rito de iniciación del joven que se convierte en adulto y del neófito que se convierte en sabio. Juan Villegas en su estudio La estructura mítica del héroe establece tres etapas en la formación del héroe que bien pueden aplicarse a Alfanhuí. En primer lugar, el personaje se da cuenta de la insatisfacción y se despierta a una nueva vida, a través de la figura del gallo como primer maestro. Este gallo pone en contacto al niño con lo mítico y lo maravilloso, el despertar se simboliza con un anochecer y un amanecer. A partir de ese momento el personaje abandona su ambiente familiar e inicia un viaje iniciático, interior y exterior, en el que es sometido a diversas pruebas, conoce a distintos maestros y también a enemigos. En el momento final, el héroe, ya en pleno poder del conocimiento, se ha transformado en un nuevo ser, ha cumplido su objetivo y ha alcanzado una especie de estado de gracia, que es lo que le ocurre cuando se dedica a cuidar los bueyes, algo así como el Siddharta de Hesse que encuentra la paz no a través de los largos años de abstinencia y meditación sino por el sencillo oficio de barquero.

   En la novela de Ferlosio lo maravilloso y lo real se entrelazan en distintos grados, de forma que se produce una evolución que va del primero al segundo. Existen tres partes bien diferenciadas, cada una de ellas con su correspondiente título. En la primera parte la fantasía y la magia están muy presentes en la vida de Alfanhuí, en su primera infancia ―con escenas que anuncian el Celestino antes del alba de Reinaldo Arenas― y más tarde en casa del taxidermista brujo. En la segunda parte se produce la convivencia de ambos mundos, de manera cada vez menos armoniosa, para dar paso a una tercera parte en la que la realidad es la que está más presente. Esta relación entre fantasía y realidad está representada por un personaje central en cada una de las partes: primero es el taxidermista brujo que bautiza al niño ―bautismo del héroe― y juntos desafían las leyes de la realidad; a continuación aparece el señor don Zana, un monigote de madera, un ser irreal, que sin embargo está perfectamente integrado dentro de la realidad; por último, la abuela de Alfanhuí, un personaje completamente real. Ese triunfo de la realidad se manifiesta simbólicamente cuando Alfanhuí decide destruir el elemento irreal, cuando acaba con don Zana: «Alfanhuí golpeaba con furia y don Zana se destrozaba en astillas. Al fin quedaron en las manos de Alfanhuí tan sólo los zapatos de color corinto». Esta actitud de Alfanhuí se puede entender como el paso definitivo para abandonar el infantil mundo de las fantasías y su entrada en el mundo de la lógica de los adultos.

   Para llevar a cabo esa mezcla de realidad y fantasía Ferlosio utiliza la hibridación, una técnica que años más tarde se exprimirá en aras del realismo mágico. Existen personajes que son fruto exclusivo de este proceso, como ocurre con don Zana o con la criada del taxidermista, que se describe en estos términos: «se movía sobre una table de cuatro ruedas de madera y estaba disecada, pero sonreía de vez en cuando». También se produce la unión entre el arte y la naturaleza, como en el clavicordio que era una colmena, de tal forma que «los panales estaban construidos sobre el arpa, a lo largo de sus cuerdas». De alguna manera, todos los experimentos que realizan maestro y alumno van encaminados a lograr la hibridación perfecta, algo que finalmente consiguen en la mezcla que hacen de pájaros y de árbol. Una vez alcanzada la meta Alfanhuí ya sabe cuanto debe saber y se puede alejar de su maestro.

   Otro de los elementos que llama la atención en la novela de Ferlosio es el color. En todas las descripciones abunda el color ―por ejemplo, «tenía la piel blanca como su luz»―, como también está presente en los experimentos de Alfanhuí y su maestro, sobre todo en el episodio en el que el niño desciende a las raíces del árbol y tintan sus hojas. Puede adquirir un valor simbólico y críptico, como ocurre cuando Alfanhuí se convierte en oficial y acto seguido «el maestro le dio la mano y le regaló un lagarto de bronce verde». Así mismo, la falta de color, el blanco, está asociado a la muerte ―es la asociación clásica, anterior a la del negro y el luto―. Cuando se produce la muerte del maestro éste dice: «Me voy al reino de lo blanco, donde se juntan los colores de todas las cosas, Alfanhuí». El arco iris, en cambio, la unión armónica de todos los colores, simboliza la adquisición de la sabiduría, algo que no ocurre hasta el final de la novela, aunque en los momentos finales del libro la sabiduría se corresponde con el color verde, el verde de las hierbas de la herboristería en la que trabaja Alfanhuí.

   Como se verá, poco tiene que ver este proceso de aprendizaje con el que años antes llevaría a cabo Cela con Pascual Duarte. La interpretación que hace Ferlosio del género picaresco es muy libre, tomando todo lo que le interesa para dar una visión muy personal que en el panorama de las letras españolas del momento resultó tremendamente novedosa y refrescante. Unos años más tarde volvería a sorprender a todos dando el puntillazo definitivo al realismo social con la novela más realista que quizá se haya escrito en español, El Jarama. Muchas novelas se escribirán aún dentro de la corriente, no todas ellas bien conocidas, pero el realismo tenía ya contados sus días para dar paso a la experimentación en la década de los 60.

   Este es un libro con carácter

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