Seguro que si hablo de una trama en la que un grupo de personas naufragan por un fenómeno aparentemente natural pero provocado, llegan sanos y salvos hasta una misteriosa isla ―ya habitada― donde ocurren hechos inexplicables desde un punto de vista natural y lógico, y donde existe una especie de ser aéreo, tremendamente poderoso, dispone de los destinos humanos a su antojo, a más de uno le resultará tremendamente familiar. No, no se trata de Lost, sino de La tempestad, el drama shakespeariano representado por vez primera en 1611. Aún con todo, no es descartable una posible influencia, o al menos referencia, a la obra del escritor inglés en Lost, que es muy dado a este tipo de juegos ―como ocurre por ejemplo con La invención de Morel― y que una de las estaciones de la isla se llama precisamente «La tempestad». No en vano se trata de una de las obras más misteriosas de Shakespeare y al mismo tiempo carga con la leyenda de ser su testamento dramático, por tratarse de la última obra teatral que escribió.
Ese misterio que hay en torno a la obra parece fundamentarse sobre todo en la insinuación de un simbolismo que se ha abierto a infinitud de interpretaciones desde el momento en que fue representada por primera vez. La introducción de la magia en la obra fortalece ese simbolismo, aunque por sí mismo no es suficiente justificación, sobre todo si se compara con otra obra, El sueño de una noche de verano, que comparte algunos rasgos, como puede ser la existencia de magia y seres mágicos, y sin embargo es más diáfana. Aún tratándose de una comedia experimental, la interpretación que se desprende de la trama es más simbólica de lo que Shakespeare escribió. Harold Bloom no descarta la posibilidad de que el carácter de obra abierta se explique por no tratarse de una obra final, sino de un drama sobre el que Shakespeare volvería más tarde con una continuación.
Con todo, pocas obras shakespearianas han sido tan gravemente malinterpretadas como ha ocurrido con La tempestad. El origen de esta confusión se encuentra en el personaje de Calibán, un ser mitad humano y mitad bestia, originario de la isla, al que Próspero, el brujo protagonista, adopta como si fuera un hijo y al que más tarde convierte, como castigo por su comportamiento salvaje, en un esclavo. Calibán, como ser híbrido que es, tiene una clara interpretación simbólica, aunque para ello hay que analizar a su opuesto, Ariel. Este ser tampoco es humano, es un espíritu que tiene grandes poderes ―muy distinto al Puck de Sueño de una noche de verano―, entre ellos el de provocar la tempestad que inicia y da nombre a la obra, y que está al servicio de Próspero. Ambos, Calibán y Ariel, tienen puntos en común: no son humanos, son híbridos, están al servicio de Próspero, que de una forma u otra les liberó. Pero también tienen rasgos contrarios que pueden resumirse en una dicotomía: maldad frente a bondad. La organización que Shakespeare busca en la trama es como un puzle en el que Próspero encaja a la perfección: Calibán representa la tierra y el agua, mientras que Ariel es el fuego y el aire; frente a ellos Próspero es aquel que domina los cuatro elementos, se trataría, por lo tanto, del quinto elemento. Encaja perfectamente con el personaje, que combina a partes iguales magia y sabiduría, como se desprende del camino hacia el conocimiento hermético.
Frente a Ariel, que tiene una gran importancia dentro de la acción, Calibán, con apariciones contadas, es un personaje que en la obra no tiene demasiada relevancia, y que produce a ratos conmiseración y a ratos desprecio. Pero este personaje va a ser la base de una interpretación completamente errónea que poco tiene que ver con la perspectiva inicial con que Shakespeare escribió La tempestad. La visión actual de la obra tiende erróneamente, en muchas ocasiones, a interpretar a Próspero y a Calibán como colonizador y colonizado respectivamente. La lectura entre líneas permite una valoración parcial: Próspero llega a la isla como un invasor, destruye a Sycorax, que representa la barbarie de la tierra, toma en adopción a su hijo Calibán, al que tratará de civilizar inútilmente ―a través de la lengua y de las costumbres―. A esta interpretación reduccionista apuntan visiones partidistas que utilizan el anacronismo interesado de leer obras del pasado con parámetros del presente, como ocurre con Rubén Darío y su trabajo «El triunfo de Calibán», que denuncia la barbarie materialista de Estados Unidos, o en ese mismo sentido José Enrique Rodó en su ensayo «Ariel». Es como si la identidad indígena estuviera falta de iconos y hubiera que echar mano de Shakespeare, que por supuesto nunca hubiera entendido su obra en tales términos. Para el poeta inglés Calibán es un ser monstruoso que, a lo sumo, puede despertar compasión, pero en ningún caso es el héroe que más tarde se ha querido ver en libros como el de Tomás Cartelli, Próspero en África: La tempestad como un texto y pretexto colonialista.
Más acertada es la lectura que propone Harold Bloom, para el que Próspero es el anti-Fausto, una respuesta y al mismo tiempo un intento de superación del Doctor Fausto de Marlowe. Es un personaje tremendamente frío, que no despierta simpatías -cuando aparece la obra pierde parte de su carácter cómico- porque que trata con dureza a todos aquellos que están a su cargo. A Calibán llega a amenazarle en estos términos: «¡Fuera, engendro! / Tráenos leña y más te vale no tardar […] / Si descuidas o haces tu labor / de mala gana, te torturo con calambres / te meto el dolor en los huesos». Uno de los grandes misterios de La tempestad reside precisamente en Próspero. Primero porque se espera constantemente de él una sabiduría que no acaba de llegar y después porque es un enigma su comportamiento final. A pesar de su carácter decide perdonar sin más a los traidores ―que no tienen más castigo que la recriminación― y decide abandonar la isla y su magia para volver a ser el duque de Milán. No parece demasiado lógico que Próspero abandone un poder tan inmenso, capaz incluso de resucitar a los muertos, a cambio de un cargo político, por mucha autoridad que eso le otorgue. Como tampoco parece lógica la renuncia definitiva que hace de la magia, al advertir que romperá su vara y que tirará su libro ―entiéndase de hechizos o simplemente de conocimientos― al mar. Sobre todo si se tiene en cuenta que Próspero no se introduce en las artes mágicas en la isla, sino que es la magia precisamente el elemento que le ha conducido a la situación en la que se encuentra, porque fue la obsesión por la magia el motivo por el que su gobierno se volvió descuidado y le abrió el camino a su hermano el traidor. Lo que extraña al espectador es la ausencia de justificación en la renuncia, cuando precisamente todo parecía indicar que Próspero se encontraba en un plano superior al de las ambiciones materiales.
De lo que no cabe duda, a pesar de que tal vez se haya podido mitificar la obra, es que, siguiendo una vez más a Harold Bloom, Shakespeare inicia, ya en su última etapa, un modo de hacer comedias diferente. Un modo que no será ni mucho menos infructuoso, con intentos de superación como el que Beckett hace en Final de partida, que es una mezcla de Hamlet y de La tempestad.
Felicidades por la página¡¡ He llegado por casualidad y no he podido escapar sin leer unas cuantas entradas. Soy estudiante de bellas artes y he leido algunas críticas que has hecho sobre el sistema del arte. Supongo que conocerás a Bourdieu y su «Ideología carismática»
Simplemente mi felicitación: fluidez, coherencia, lucided y humildad.
No coincido en todo contigo pero bueno, eso es inevitable.
Un saludo
http://relatoscortosyreflexiones.blogspot.com/2010/11/tres-idiotas-hablando-de-arte-yo-soy-un.html
A mi parecer la lectura que se hace de este texto -y cualquier otro texto- no puede ser otra que desde el presente.
La inversión de lecturas que se produce en América Latina sobre Caliban se origina en que la elección de este nombre por W.S. no es azarosa, deriva del caníbal -habitante del caribe- que no es otro que el habitante de América.
Al habitante de este continente se le sometió en nombre de la civilización, de la religión; tenía como último fin su propio bienestar.
La producción cultural de cualquier época no puede escapar a los sucesos que la rodean. No se trata que la identidad «indígena» estuviera falta de iconos en sí misma, sino que escritores mestizos comienzan a cuestionarse sobre el papel que el bárbaro ha jugado para la civilización occidental y encuentran en este texto un ejemplo. No el único y no el más importante.
[…] obra con un género que se define de acuerdo a lo que percibe el lector. La Tempestad, escrita en 1611, engloba temas como la esclavitud, la colonización, a su vez, es una creación […]
[…] obra con un género que se define de acuerdo a lo que percibe el lector. La Tempestad, escrita en 1611, engloba temas como la esclavitud, la colonización, a su vez, es una creación […]