El piloto ciego de Giovanni Papini

El piloto ciego de Giovanni Papini

   En el ensayo titulado «Kafka y sus precursores» Borges se refiere a la forma en la que la sombra del escritor checo planea sobre todos aquellos que guardan algunas semejanzas con él, incluyendo, en un alarde de originalidad anacrónica, a aquellos escritores que vivieron y murieron antes de que lo kafkiano fuese kafkiano. De la misma forma, hoy en día podría escribirse  no ya un ensayo sino un libro entero titulado Borges y sus precursores (si es que no existe, a vista de que la bibliografía borgiana es una ingente biblioteca de Babel). Y puesto que Borges tiene unos rasgos tan característicos y lo borgiano están tan bien delimitado, no deja de sorprender cuánto de borgiano tienen algunos de los autores que Borges leyó y que marcaron para siempre su forma de hacer literatura. El intelectual argentino no ocultó ni mucho menos sus influencias, antes al contrario las hizo patentes en infinidad de tributos, convirtiendo la “recreación”, en el sentido más etimológico de la palabra, en un género literario. Precisamente fruto de su admiración reconocida son sus numerosas antologías de reseñas o la colección «Biblioteca personal», en la que publica, entre otros, El espejo que huye de Giovanni Papini.

   La primera vez que leí a Papini fue, precisamente, en esa prodigiosa e imprescindible antología que es Libro de sueños, con un pequeño relato titulado «La última visita del caballero enfermo», sobre la relación entre el autor y la obra, muy en la línea de Unamuno, un autor que tiene mucho en común con Papini, ya que ambos escribían mejor cuanto más enfadados estaban. Pero no fue Borges el camino que me llevó a Papini; antes bien, tuve la suerte de toparme con una de sus grandes obras maestras, por no decir con su gran obra: Gog. Es la expresión más sublime del Papini fantástico y misterioso, ese que es completamente opuesto al denso escritor de Dante vivo o de la Historia de Cristo. Este escritor de contrastes no podía menos que fascinar a Borges, ya que su manejo del relato fantástico es impecable; en Gog tiene la maestría de sacar el jugo poético y grotesco de lo banal y absurdo. En El piloto ciego no se queda atrás: no todos los cuentos están al mismo nivel, pero algunos de ellos nada tienen que envidiar ni de Gog ni de Borges; algunos produjeron una marca indeleble en la escritura del autor argentino.

   Es lo que ocurre, por ejemplo, con el mito del doble, un elemento que pasó a ser uno de los pilares centrales de la poética borgiana. Tal y como si fuera el argumento de «El otro», el esquema se repite como si fuera un espejo, un doble, en el relato de Papini «Dos imágenes en un estanque». Si bien en ambas historias hay un elemento acuático, se utiliza para representar distintos puntos de vista en cuanto al doble: en Papini hay un estanque, símbolo de quietud e inmovilismo; mientras que en Borges es un río, una clara referencia a Heráclito y al cambio. Aunque en ambos relatos el protagonista es el yo más anciano, en Papini se hace hincapié en la imagen congelada, en ese joven que se ha mantenido igual con el paso de los años; sin embargo, Borges se centra en el yo futuro, en el cambio que se produce, en cómo la persona ha dejado de ser la misma. Aunque desde distintos caminos el resultado final es muy similar. Papini mantiene la relación entre el protagonista y el doble un tiempo, lo que da lugar a una determinada visión de la juventud: «después de los primeros días de amables efusiones, empecé a sentir un tedio inexpresable escuchando a mi compañero […] Me di cuenta, además, hablando largamente con él, de que estaba lleno de ideas ridículas, de teorías ahora ya muertas, de entusiasmos provincianos y hombres que yo ni siquiera recordaba […] Ahora mi yo presente desprecia a mi yo pasado». Borges, sin duda, tiene una opinión muy parecida a la de Papini, pero prefiere dejarlo en el aire: sus protagonistas conciertan una cita al día siguiente, pero ambos mienten y ninguno de los dos se presenta. Pero cuando Borges escribió este relato recogido en El libro de arena ya le había dado una dimensión metaficcional más profunda que la fantástica al tema del doble, algo que llevó a cabo con el pequeño texto «Borges y yo».

   Pero la metaficción no es ajena a Papini. Ya mencioné «La última visita del caballero enfermo», pero en El piloto ciego también hay un experimento narrativo en ese sentido. En «Historia completamente absurda» también se detiene en las relaciones entre autor y obra, y en definitiva, en la mezcla y confusión de ambos mundos. ¿Qué pasaría si encontráramos en libro que relatara nuestra propia vida palabra por palabra, pensamiento por pensamiento, hasta los detalles más íntimos? ¿Qué pasaría si esta historia se presenta como absolutamente ficticia y su protagonista como una entidad imaginaria? Papini lleva a sus personajes a situaciones límite, a callejones sin salida. Y la muerte del autor supone al mismo tiempo la del personaje: «Me parece que ya estoy muerto y que solo espero a que vengan a enterrarme. Siento que ya pertenezco a otro mundo». Son confesiones in extremis, especies de testamentos que legan a la humanidad desasosiego y absurdo.

   Muchos de estos personajes están al margen de la sociedad, como el protagonista de «¿Quién eres?», que de repente pasa para ser un desconocido para familiares, amigos, conocidos y cualesquiera que en algún momento tuvieran alguna relación con su personaje. Sólo cuando se produce este aislamiento inexplicable y radical el ser humano puede reencontrarse consigo mismo. Papini es un constructor de grandes personajes, de individuos solos, con una visión muy particular de la sociedad. El desconocido forzoso acaba sus días con una reflexión que puede expresarse en términos epigramáticos: «me parece que estoy solo; irremediablemente solo, en medio de los hombres, en medio del mundo un alma única en el centro del universo». Es esta la soledad que acompaña a muchos de sus personajes.

   Esta carga filosófica, que aparece siempre como telón de fondo, se manifiesta en algunos relatos con inusitada fuerza. El hilo argumental de algunos cuentos es mínimo, casi una reflexión en voz alta, en diálogo o en monólogo, como ocurre en «¡Todos hemos prometido!», «El reloj parado a las siete» o «Los mudos». La trama en este último relato es una mera excusa, interesante por otra parte, para desarrollar la idea central, que «el mundo no es más que un discurso, un largo y complicado discurso, enorme, oscuro, secular, que espera una respuesta». Esta es otra idea que obsesionaba a Borges, que hizo a lo largo de su obra constantes referencias a Bacon, Emerson o Carlely, autores para los que el mundo es un libro secreto en el que está prohibido leer. Dice Papini que ese discurso, ese libro, es el propio mundo: «El universo es un discurso, es su palabra hecha carne, hecha tierra, hecha planta, hecha sol; es su palabra misteriosa, que desde hace siglos y siglos va del cielo a la tierra sin que ninguno de ustedes la escuche o la comprenda».

   Pero uno de los puntos fuertes en la narrativa de Papini es precisamente la que le hizo trifundar en Gog o en El libro negro: el protagonista y narrador al mismo tiempo se encuentra o se entrevista con un personaje peculiar, demencial, con una locura que, al cabo, dice más de nosotros mismos que nuestra propia cordura. Es lo que ocurre en «El suicida sustituto» pero sobre todo en «Una muerte mental». En este último cuento el personaje quiere poner en práctica un imposible, la forma más original de acabar con su vida: morir a fuerza de pensar constantemente que se está muerto, alcanzar la muerte en vida. Su razonamiento es grotescamente hermoso: «Basta querer morir, pero querer en serio, fuertemente, constantemente y la muerte, poco a poco, se introduce en nosotros y nos penetra, de manera que un solo soplo, después, nos puede derribar más allá […] Toda la vida está hecha de esfuerzos: no esforzándose nunca más, nunca, por ninguna razón, de ninguna manera, la vida se vacía por sí misma».

   No cabe duda de que Papini, injustamente desconocido, es uno de los grandes escritores del siglo XX. Su influencia en Borges es fundamental, más allá de lo indicado, en muchos otros elementos. Sus libros de relatos, con Gog y El libro negro a la cabeza, son auténticas joyas del género fantástico. Tal vez El piloto ciego no alcance esa perfección porque es más irregular en cuanto a la calidad de los relatos que lo componen, pero sólo por leer alguno de los que se ha señalado ya merece la pena buscar el libro y echarle un vistazo. No es posible seguir sin conocerlo: pocas personalidades tan excepcionales ha habido en la Europa de la época como Giovanni Papini. Y si se le conoce, El piloto ciego no defrauda.

   Este es un libro con carácter

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