Jornada de reflexión

Jornada de reflexión

   El contexto que le tocó vivir a Platón fue, como el actual, propicio a los desengaños políticos: la muerte de Pericles, representante del punto álgido de la democracia ateniense y la derrota de Antenas ante Esparta en la Guerra del Peloponeso fueron solo dos hechos puntuales más que se sumaron al proceso de decadencia de la democracia ateniense, que finalmente culminó, de forma más simbólica que real, con la muerte de Sócrates. En la Carta VII, uno de los últimos escritos platónicos, se muestra ese desengaño acumulado durante años:

   « […]Así que yo, que al comienzo me encontraba lleno de ímpetus para dedicarme a la política, al observar los acontecimientos y verlos todos zarandeados en todas direcciones por cualquier azar, acabé por sentir vértigos, y, aunque no desistí de examinar cómo alguna vez podría mejorar algo en tales asuntos y, en general, en todo el sistema de gobierno, sin embargo sí que desistí de aguardar una y otra vez un momento oportuno para actuar, concluyendo por considerar, respecto de todas las ciudades de ahora, que todas están mal gobernadas. Pues en lo que toca a sus leyes, en general se hallan irremediablemente mal, a no ser por una reforma extraordinaria en un momento de suerte. Me vi forzado a reconocer que, para elogio de la recta filosofía, de ella depende el conseguir una visión de todo lo justo, tanto en los asuntos políticos como en los privados. Por tanto, no cesará en sus desdichas el género humano hasta que el linaje de los que son recta y verdaderamente filósofos llegue a los cargos públicos, o bien que el de los que tienen el poder en las ciudades, por algún especial favor divino, lleguen a filosofar de verdad. »

   La tesis platónica, por supuesto, mantiene su vigencia sólo en parte. Para ilustrarla expone su célebre y hermosa metáfora de la caverna: los más sabios, los que han contemplado la luz del bien, son los que deben dirigir (en el sentido de «dirigentes») al resto. Sin embargo, la solución utópica que propone en La República es elitista, aristocrática, y en definitiva injusta, porque esconde un matiz de determinismo perverso. Divide el estado en estratos sociales, y cada uno de ellos recibe un tipo de educación que dependerá de la función que desempeñe en el futuro. No todos pueden llegar a ser dirigentes, no tanto por cualidades personales sino por desigualdad de oportunidades desde la raíz.

   Pero la lección que seguramente sí pueda sacarse de Platón es doble. Por una parte la necesidad de tener un gobierno formado por los mejor preparados (algo que en teoría es evidente pero que en la práctica no parece serlo tanto por la chapucería española) y la interdependencia entre los conceptos de política y de ética. Esto último quedó definitivamente por el camino en algún momento, pero no hay que olvidar que cuanto mayor es la responsabilidad tanto o más debe serlo el sentido ético.

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