Javier Muguerza recuerda en La aventura de la moralidad que ya José Enrique Rodríguez Ibáñez había aceptado tres interpretaciones para el grabado de Goya que reza con la leyenda «El sueño de la razón produce monstruos». Tomando como punto de partida la Ilustración ‒o lo que es lo mismo, la Modernidad‒, cabría hablar de una interpretación preilustrada, otra plenamente ilustrada y una última postilustrada. En la primera los monstruos del grabado se deben al delirio racional del hombre, a su olvido de las doctrinas de la tradición, por lo que, como reaccionaria, casi podría calificarse de antilustrada. La segunda, acaso la del propio Goya, achaca los monstruos al sueño pasivo de la razón humana, a merced de las tinieblas del oscurantismo.
Pero a ojos postmodernos se hace necesaria una lectura postmoderna, entendiendo en realidad como postmodernidad una forma de postilustración. Es una interpretación que va más allá de la inocente fe ciega en la racionalidad. Según este sentido, la razón no tiene necesariamente que hacernos más sabios ni mejores, como demuestra la crónica de horrores acontecidos a lo largo del siglo XX, que no parecen enmendarse con lo que llevamos del siglo XXI.
Kant, como ilustrado que fue, también se habría adherido a la segunda interpretación, pero su actualidad le permite también adaptarse a la tercera. Aunque Kant no desconfíe de la moderna razón en los extremos a los que llegan Adorno o Horkheimer, sí fue pionero en la advertencia de que en la razón no solo hay «luces» sino también «sombras». Así, si se entiende la postmodernidad como el resquebrajamiento de la razón ilustrada, o todos somos un poco postilustrados, con Goya, o no somos conscientes de cómo es el mundo en el que vivimos.
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