Es esa es la noticia que ha commocionado al mundo de la literatura. La muerte, lo único cierto, tanto para Artemios Cruces como para Carlos Fuentes, lo único que los iguala a todos, a personajes literarios y a escritores, a creaciones y a creadores, y poco importa que seas un gentleman, que también te visita. Así se escribe el último capítulo de esa novela apasionante que fue la vida de Carlos Fuentes. Un autor que hizo por México lo más grande que puede hacerse por un país: ayudar a construir una identidad. Rulfo lo había hecho a su manera, y también lo hizo, cómo no, Octavio Paz. Pero Fuentes supo ver más allá de un reduccionista provincianismo y dio a México la proyección que se merece, muy en contacto con Europa y con Estados Unidos (aunque sin perder nunca el punto de vista crítico, como buen discípulo de exiliados republicanos españoles).
Como Octavio Paz, Fuentes también coqueteó con el ensayo, pero sus grandes aportaciones son en novela. Al igual que todos los autores del boom, Fuentes supo sacar provecho a las lecciones aprendidas de la Generación Perdida, dando a luz auténticos prodigios en forma de libros. Por encima de sus obras más célebres, La región más transparente (por ser la primera) o La muerte de Artemio Cruz, quiero recordar ese ambicioso proyecto que es Terra Nostra. Merece la pena, también, echar un vistazo a sus relatos, de los que tiene publicados varios volúmenes, con auténticas joyas.
Hoy la llama del boom, todavía viva, brilla un poquito menos.
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