Mucho se ha hablado de los recortes en educación y poco o demasiado poco de cuestiones que parecen secundarias frente a los grandes temas económicos, debates para generar crispación o desviar la atención, que dirían las mentes bienpensantes, pero lo cierto es que no todo lo importante va a ser minimizar gastos y aumentar ingresos. No hay que olvidar que la pelota de la educación está ahora en el otro campo y el gobierno no va a dejar pasar la jugada para poder poner su sello en el tan traído y llevado sistema. Que al cambio de partido en el gobierno le sigue inmediatamente un cambio en el sistema educativo es algo que desgraciadamente ya todos hemos asumido. Las medidas anunciadas por José Ignacio Wert son por una parte la forma en la que el nuevo gobierno advierte «ya estamos aquí, y vamos a hacer las cosas a nuestro modo», y por otra son los pequeños arreglos que se hacen al traje para que encaje en la nueva talla. Porque en lo relativo a lo básico hay más o menos consenso, pero son esos pequeños detalles ideológicos –que aunque unos y otros se empeñen en decir que hay que dejar ideologías al margen de la educación‒ los que pueden perfilar definitivamente a los votantes del mañana.
Una asignatura de una hora a la semana es suficiente para sembrar la discordia. Según Wert en el nuevo temario de Educación para la Ciudadanía, que pasará a llamarse Educación Cívica y Constitucional, se eliminan aquellos contenidos sobre conflictos sociales y desigualdades que chirrían a las mentes bienpensantes, se eliminan las referencias homosexuales y, cómo no, se incorpora un alegato de la iniciativa privada y una crítica al nacionalismo excluyente. Así se comienza la guerra con los gobiernos autonómicos: Andalucía, Cataluña y País Vasco anuncian su intención de aplicar su propio temario de la asignatura. Por su parte, en Madrid se plantea eliminar directamente la asignatura, porque como dice la consejera del PP Lucía Figar, esta asignatura no ha dado más que dolores de cabeza y los alumnos necesitan reforzar materias troncales como la lengua, las matemáticas o el inglés. Lo que no dice Lucía Figar, ni tampoco ninguna de las mentes bienpensantes, a las que se les llena la boca con la palabra «adoctrinamiento», es si los alumnos necesitan reforzar esas troncales antes que dar una hora de Religión a la semana, de esas que no adoctrinan, que ya están las familias o las catequesis para esos menesteres.
Por eso, mi propuesta para acabar con los supuestos dolores de cabeza es la siguiente. Pongamos en pareja las asignaturas adoctrinadoras y que sean las propias familias las que decidan. La defensa de la asignatura de Religión se basa en la libertad de las familias para decidir si sus hijos deben ser adoctrinados con esta materia. La supuesta alternativa a la Religión se ha planteado desde las alturas burocráticas para que sea una castaña, se prohíbe hacer cosas entretenidas, no vaya a ser que los niños se cambien de materia en masa y el profesor de Religión se quede más solo que Jesús en el desierto. A cambio, ponemos una materia con absoluta y completa libertad de cátedra –la única–, ya sea para ver un documental de Escrivá de Balaguer o para hacer en ganchillo la imagen de Santa Genoveva. Que los alumnos puedan decidir si Religión o Educación para la Ciudadanía, que puedan elegir a cuál de las dos Españas pertenecen. Y que después de eso que se callen de una maldita vez uno y otros con la tontería del adoctrinamiento, que no son capaces de ver la viga en el ojo propio pero sí la paja en el ajeno.
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