Sin menoscabo para los libros de autoayuda, que como en todos los géneros los habrá mejores y peores, hoy en día usar la la palabra «felicidad» en un título puede inducir al equívoco de considerarlo automáticamente dentro de esta categoría, como de hecho hace la librería de Amazon con El arte de la felicidad del Dalai Lama. Pero no hay que dejarse llevar por las apariencias: La conquista de la felicidad de Bertrand Russell es filosofía y El viaje a la felicidad de Punset es ciencia. En el caso de El arte de la felicidad, pese a la rotundidad de Amazon, no es tan claro que sea autoayuda. Para empezar, hay una doble autoría, que se debe al planteamiento del libro en forma de entrevistas. No es el monólogo del Dalai Lama ofreciendo una serie de prácticas para ser más felicies, sino que se trata de un conjunto de entrevistas con forma narrativa entre el líder espiritual y el psicoterapeuta Howard Cutler ‒que además se encarga de reorganizar el material de las entrevistas‒, de forma que todo el pensamiento del Dalai Lama se enfoca desde el punto de vista de las preocupaciones y objeciones occidentales. De hecho, y aludiendo a su condición de libro de autoayuda, Howard Cutler, a ratos coautor y a ratos escribano, confiesa que en un primer momento quiso dar al libro la forma de una obra de autoayuda convencional, con soluciones claras y sencillas del Dalai Lama a los problemas cotidianos de la vida, pasando por la óptica de un psicoterapeuta occidental, pero a medida que las entrevistas iban desarrollándose y Cutler se iba dando cuenta de que no es tan fácil sacarle al Dalai Lama respuestas de manual, se ve en la obligación de dar al libro una estructura más abierta, algo así como a lo que vaya surgiendo.
Con todo, el pensamiento del Dalai Lama, heredero de una tradición de dos mil quinientos años que no llegar a volver jamás la espalda al mundo actual, queda meridianamente claro. Para ello Cutler incluye resúmenes tanto de conferencias públicas realizadas en Arizona en 1993 como de conversaciones privadas recogidas en el hermoso y tranquilo Dharamsala, omitiendo en ocasiones, para no cansar al lector, referencias profundas a la filosofía del budismo tibetano ‒aunque incluye reseña bibliográfica para los curiosos‒, y añadiendo abundantes digresiones y anécdotas personales para ilustrar las ideas que se van analizando.
El punto de partida del Dalai Lama es sencillo: el propósito fundamental de todo ser humano ‒y es precisamente este propósito lo que nos iguala a todos‒ es la búsqueda de la felicidad, lo cual es beneficioso no sólo para el individuo concreto sino para todos aquellos que le rodean y para el conjunto de la sociedad. Y puesto que la felicidad es un estado mental esa búsqueda no está tan condicionada por los acontecimientos externos como se cree, sino que es una búsqueda interior. El camino parece también fácil, pero no lo es tanto, porque exige mucho trabajo y disciplina ‒no hay que olvidar que hay seres humanos que han dedicado toda su vida a conseguirlo‒: básicamente hay que identificar los factores que conducen a la felicidad y los que conducen al sufrimiento, de forma que podamos potenciar los primeros y evitar los segundos. Así entendido, el sentirse más o menos feliz no depende de la situación en sí misma sino del modo en que es percibida por el individuo.
En medio de una cultura ferozmente consumista como es en la que vivimos, hay que aprender a distinguir entre los deseos positivos y los negativos. Los primeros se basan en necesidades esenciales ‒alimento, vestido o cobijo, por ejemplo‒, mientras que los segundos engloban todo aquello que resulta superfluo o innecesario. Para distinguir unos de otros es necesario realizar una operación mental analizando sus resultados finales, sus consecuencias positivas o negativas, preguntándonos si las decisiones que tomamos nos producirán realmente la felicidad o no. La serenidad mental, al margen de las posesiones materiales, es imprescindible para alcanzar la felicidad. Tal vez parezca un conformismo, pero querer y apreciar lo que tenemos, ya lo dice el Dalai Lama, no significa necesariamente conformarse. Eso sí, el deseo basado en únicamente en el placer físico, una idea que Occidente arrastrará durante el siglo XX alimentada en gran medida por Freud, es un cimiento poco fiable debido a su inestabilidad: hoy existe pero mañana no. Para el budismo todo lo material sobra: no es necesario tener más dinero, éxito, fama, belleza física, etc.; la mente es lo único imprescindible para alcanzar la felicidad.
Para el Dalai Lama una persona que tiende a la felicidad debe practicar la amabilidad y la compasión, hasta alcanzar un espíritu de amistad hacia todos los seres humanos: «Si tienes sentimientos de compasión y deseas ser amable, hay algo que abre automáticamente tu puerta interior y puedes comunicarte mucho más fácilmente con otras personas. Ese sentimiento de cordialidad ayuda a abrirse a los demás. Se descubre entonces que todos los seres humanos son como uno mismo, de modo que puedes relacionarte más fácilmente con ellos». Día a día la mente puede ir fortaleciendo estos sentimientos, hasta el punto de poder «reconfigurar nuestras células nerviosas y cambiar la forma en que funciona nuestro cerebro». Tal vez pueda parecer un planteamiento infantil a ojos científicos, pero el Dalai Lama no tiene ningún temor en romper con la dictadura de la ciencia: cuando le comentan que son sustancias químicas en el cerebro lo que produce los sentimientos parece desconfiar de que nadie sea capaz de desmentirle el camino contrario, que sean los sentimientos el origen de esas sustancias. En todo este proceso la educación y el conocimiento son esenciales ‒frente al reiterado tópico occidental de que el conocimiento produce infelicidad‒.
Frente a la desconfianza en el ser humano que arranca en buena medida en el siglo XVII bajo la influencia de Thomas Hobbes, que consideraba al hombre violento y competitivo, una visión que recoge más tarde Nietzsche y que sin duda ha calado más en nuestra cultura ‒en el aspecto moral más hondo incluso que Kant‒, el positivismo del Dalai Lama ante la naturaleza humana, que considera basada en la benevolencia, la compasión y la empatía, es abrumador. A la luz de la ciencia actual parece que ambos puntos de vista son poco exactos, que el hombre no nace predestinado al bien o al mal, que nace como una tábula rasa sobre la que puede escribirse cualquier destino. Si bien no se da la razón al Dalai Lama sí se rechaza ese negativismo que ha dominado, y con razón, al europeo del siglo XX. Por si quedan dudas sobre el significado del concepto de compasión, que parece tener un matiz de conmiseración o lástima, el Dalai Lama lo explica: es el «reconocimiento de que todos los seres humanos desean, como yo, ser felices y superar el sufrimiento; y también, como me sucede a mí, tienen el derecho natural de satisfacer esa aspiración fundamental. Sobre la base del reconocimiento de esta igualdad, se desarrolla un sentido de afinidad. Tomando eso como fundamento, se puede sentir compasión por el otro, al margen de considerarlo amigo o enemigo. Tal compasión se basa en los derechos fundamentales del otro y no en nuestra proyección mental. De ese modo, se genera amor y compasión, la verdadera compasión». Esta compasión, considerada como el verdadero valor de la vida humana, es la actitud que el ser humano debería intentar desarrollar cuando se relaciona con otros seres humanos.
Sobre las relaciones humanas precisamente trata una parte importante del texto del Dalai Lama. Al referirse a las relaciones íntimas rechaza abiertamente la idealización occidental de las relaciones románticas y apasionadas, porque al centrarse casi exclusivamente en una única persona supone limitar la intimidad con el resto de seres humanos. Y esto va contra el modelo del Dalai Lama, que «se basa en la voluntad de abrirnos a todos nuestros semejantes, a la familia, los amigos y hasta los extraños, creando así vínculos genuinos y profundos basados en nuestra común humanidad». Desde esta óptica, incluso a analizar el enorme porcentaje de matrimonios occidentales fracasados se atreve el monje célibe: la atracción sexual o el romanticismo acaban por desaparecer, así que las relaciones sentimentales duraderas tienen que levantarse sobre unos cimientos sólidos, sobre el conocimiento y respeto mutuo, la responsabilidad y el compromiso. La relación puede dejar de basarse en la pasión intensa y puede dejarse de ver al otro como la personificación de la perfección, pero la estabilidad se basa en el conocimiento verdadero del otro, como un individuo distinto ‒y no fusionado‒, con sus defectos y debilidades.
Una parte importante del pensamiento del Dalai Lama también va dirigido al sufrimiento ‒incluye al odio, la cólera y la ansiedad como formas de sufrimiento‒. Al contrario de lo que podría pensarse por lo dicho hasta el momento, no defiende el aislamiento de todo sufrimiento, sino más bien al contrario. Es útil conocerlo y familiarizarse con él, aceptarlo como una parte natural de la existencia, para preparar la mente ante las adversidades de la vida. Hay que saber cómo surge el sufrimiento y colocarlo en su justo sitio, sin exageraciones ni victimismos que pretendan despertar la atención o la simpatía de los demás. La objetividad a la hora de valorar las situaciones difíciles, conseguida a través del análisis desde perspectivas diferentes, es una cualidad importante porque ayuda a descubrir otros factores detrás de las apariencias, a comprender que todo acontecimiento tiene diferentes aspectos y que todo ‒incluido el sufrimiento‒ tiene una naturaleza relativa. Una de las prácticas que el Dalai Lama propone en este sentido es la comparación, con personas que han pasado por experiencias similares o incluso peores o con problemas de mayor envergadura. Así puede llegar a comprenderse cómo una situación o una persona que inicialmente se han percibido como negativas tengan también aspectos positivos. Por ejemplo, el enemigo es el elemento necesario para poder practicar y desarrollar cualidades tan importantes como la paciencia y la tolerancia; y el sufrimiento puede servir tanto para fortalecernos como para ablandarnos frente al sufrimiento de los demás, profundizando en nuestra conexión con ellos. Otro ejemplo: no hay que olvidar que el puro dolor físico, desde un punto de vista científico, es una reacción del sistema biológico para advertirnos de que algo no va bien y de esta manera protegernos.
Aunque el camino señalado por el Dalai Lama puede conducir a la felicidad, es difícil cambiar ciertos hábitos que se han reproducido durante generaciones en nuestra sociedad. El método más efectivo parece ser el análisis reiterativo de los efectos destructivos del comportamiento negativo. Hay que tener en cuenta que, aunque las actitudes determinan nuestro comportamiento, también puede darse el camino contrario: un cambio en el comportamiento puede cambiar nuestras actitudes. Como se ha dicho, la educación es un punto importante para alcanzar la felicidad. La determinación, el esfuerzo y el tiempo son las auténticas claves para la felicidad. A pesar de todo, no es imposible, no es necesario ser el Dalai Lama ni convertirse en un monje budista para emprender este viaje. Por poco que se haga para reducir las influencias de las emociones negativas es útil para alcanzar una vida más satisfactoria. Sólo hay que confiar en ese maravilloso don que poseemos que es la inteligencia, utilizada de forma positiva, como fuente de un gran potencial humano, «una especie de mecanismo innato que nos permite afrontar cualquier dificultad, sin que importe la situación a la que nos enfrentemos, sin perder la esperanza ni hundirnos en el odio hacia nosotros mismos».
Considero importante cada reflexión del Dalai Lama, lo cual, si lo aplicáramos como personas, podríamos formar un mundo diferente, en el cual exista comprensión y tolerancia.
Wooow que trabajo, muy bueno esta bastante resumido y además todo les lo que habla es muy cierto y objetivo, pienso que la filosofía budista es increíble, ya que al terminar de leer el libro reflexione mas, embarazo ese a cambiar y ser más feliz.