Crónicas marcianas de Ray Bradbury

Crónicas marcianas de Ray Bradbury

    Tras la muerte de Ray Bradbury me hice el firme propósito de reseñar Crónicas marcianas, por una parte por valor que tiene como título paradigmático de la ciencia ficción y por otra para que sus dos grandes obras maestras estén incluidas en La piedra de Sísifo. Si se atiende a datos puramente biográficos parece que Ray Bradbury sigue el camino marcado por otros tantos escritores de ciencia ficción: con mayores o menores vicisitudes sus relatos van apareciendo en revistas especializadas, sobre todo en Weird Tales, y en alguna que otra antología, para acabar siendo publicados en forma de libros ‒después de no pocos rechazos editoriales‒. En 1950, dos años después de que George Orwell publicara su 1984, Bradbury consigue publicar sus Crónicas marcianas. Sin embargo, no tuvo tanta suerte como otros grandes maestros del género; a diferencia de Asimov, Arthur C. Clarke y Robert A. Heinlein, fue rechazado por el editor John W. Campbell, a cargo de la prestigiosa revista Astounding Science Fiction. La ciencia ficción que escribía Bradbury estaba muy alejada del cientifismo exigido por Campbell, y que por ejemplo sí es fácil encontrar en la obra de Asimov o de Heinlein, y es precisamente esta característica lo que singulariza a Bradbury como escritor de ciencia ficción. Y aunque 1950 se considere oficialmente como el final de la Edad Dorada de la ciencia ficción, lo cierto es que Bradbury fue uno de los autores que más contribuyó a popularizar el género y sacarlo del círculo minoritario y marginal en que se encontraba. Tanto Crónicas marcianas como Farenheit 451, publicado tres años después, se convirtieron de forma fulminante en auténticos éxitos de venta.

    Las Crónicas marcianas aparecen publicadas en Doubleday, una editorial que había impuesto a Bradbury como condición que el conjunto de relatos que formaban el libro tuvieran un carácter unitario, lo que explica en gran medida la forma en la que está construido el libro. Bradbury, que había estado escribiendo los relatos que compondrían las Crónicas marcianas entre 1945 y 1945, tuvo que reorganizar todo el material que tenía, descartando incluso algunos relatos que posteriormente aparecerían publicados en la antología El hombre ilustrado. El hilo conductor que uniría todas las historias sería la colonización de Marte. Y si bien es cierto que hay una progresión en la colonización del planeta rojo, salvo algunos detalles superficiales, como datos cronológicos, breves alusiones o coincidencia de algunos personajes, es perfectamente posible concebir la mayor parte de relatos como independientes. De hecho, parece como si Bradbury se hubiera propuesto conscientemente hacer relatos de extensión, puntos de vista y estilos muy distintos entre sí. Hay relatos que ocupan media página y otros se demoran en decenas. En algunos abunda la descripción lírica, en otros el humor absurdo, lo que hay tienen crítica social, otros son más filosóficos, y por supuesto hay también espacio para el terror o el misterio. En ocasiones podemos encontrar varias líneas en un mismo cuento.

    Unas de las características más aclamadas de Crónicas marcianas es precisamente la capacidad de Bradbury para hacer poesía con la ciencia ficción, alejado del frío cientifismo de autores como Asimov, que consideraba el conjunto de relatos de Bradbury como una especie de pastoral marciana. Pero el planeta Marte descrito por Bradbury en la primera parte del libro es todo brillo, embelesa los sentidos con un refinamiento y una exquisitez que pocos autores del género han alcanzado. Parece como arrancado de un sueño del Bosco, como en el relato «Noche de verano»: «Las embarcaciones, delicada como flores de bronca, se entrecruzaban en los canales de vino verde, y en las largas, interminables viviendas que se curvaban como serpientes tranquilas entre las lomas, murmuraban perezosamente los amantes, tendidos en los frescos lechos de la noche». Bradbury no parece preocuparse porque exista una coherencia en la descripción de los espacios y más adelante, en «La tercera expedición», hará coincidir el mundo marciano con el paraíso de su propia niñez, con Waukegan, un típico pueblecito norteamericano de los años 20 situado en Illinois, donde el autor estadounidense se crió. Pero este mundo de luces que tiene la primera parte del libro es pura fachada, acaba derritiéndose como la cera, como los propios marcianos, para dar paso a otro nuevo Marte, frágil como el cristal, brumoso, melancólico, de relato de Poe o de Lovecraft, presente como telón de fondo en casi todos los relatos finales.

    Y después están los marcianos. Hay algo familiar en ellos, un aire humano que nos hace sentir que nos encontramos ante un espejo de nuestra propia raza, y desde luego hay mucho de humanos en estos marcianos. Sólo así se explica que en el relato «Ylla» puedan cometer actos terribles en un arrebato de celos o que en «Los hombres de la tierra» se dejen llevar por una absurda burocracia que por desgracia conocemos bien. Desde luego el primer encuentro entre las razas no podría llevarse a cabo con mayor naturalidad, rayana en la desmitificación: un cosmonauta golpeando el puerta de una casa marciana, esperan en el porche, la marciana le abre la puerta y el cosmonauta, sorprendido de que le salude, le pregunta si habla inglés. También se desmitifica el final de la raza marciana, diezmada brutalmente por una simple varicela.

    Pero con los marcianos Bradbury encuentra un filón de oro para explotar el tema de las falsas apariencias. Nada es lo que parece: los marcianos tienen la capacidad de crear ilusiones, aunque si no están en su sano juicio este don se les descontrola, como en «Los hombres de la tierra», e incluso puede parecer que se han convertido en seres humanos, aunque tras las apariencias sigan siendo marcianos. Pero bien utilizado el don puede convertirse en una poderosa arma, un arma para engañar a los desgraciados cosmonautas, algo que ocurre en «La tercera expedición», que tiene un terrible final que lo convierte en uno de los mejores relatos del libro. También se utiliza este don, y con él el tema de las apariencias, en un tono trágico en «El marciano», pero no será suficiente para lograr la supervivencia de una raza que aparentemente está condenada a la extinción ‒esto no queda claro, porque en «Fuera de temporada» vuelven a aparecer los marcianos y todavía parecen quedar unos cuantos‒. La historia de una civilización aplastada por unos conquistadores no es algo nuevo para Bradbury, que seguramente tendría en mente tanto las barbaries cometidas en nombre de la civilización en México como con los indios nativos norteamericanos. Con la conquista del planeta, la raza marciana pasa a convertirse en una presencia fantasmal que está presente en todo momento, pero que sólo aparece en contadas ocasiones, siempre con un velo de melancolía que no parece guardar resentimiento hacia aquellos que los han destruido y que necesariamente hace que los amemos ‒en «Encuentro nocturno», al modo borgiano, se deja entrever que quizá la colonización de Marte no es tal, que quizá los humanos son una ilusión de los marcianos y que el planeta continúa con su esplendor‒.

    Con la colonización Bradbury tiene la oportunidad de denunciar la conquista brutal y el colonialismo ‒la palabra no puede venir mejor‒ salvaje de las civilizaciones occidentales, europeos y norteamericanos. Es el tema central de que quizá sea uno de los relatos más completos del libro, «Aunque siga brillando la luna». En un Marte despoblado y en ruinas los primeros norteamericanos, tan llenos de sí mismos y egocéntricos, no tienen inconvenientes en profanar las antiguas reliquias marcianas, de miles de años de antigüedad. Sólo un personaje, Spender, un aparente lunático, comprende la magnitud de aquello que está por venir, e intenta salvar el planeta virgen, aún a costa de rebelarse contra su propia raza. Pero la colonización es imparable. En un primer momento la colonización se ve de forma idealizada, como una oportunidad para volver a comenzar una nueva humanidad con una nueva moral. El capitán Wilder, antagonista de Spender, así lo ve: «algún día la Tierra será como Marte es ahora. La vida en Marte nos devolverá la cordura; será como una lección práctica de civilización». Pero Spender está en lo cierto, lo que quieren los humanos es convertir Marte en una copia de la Tierra. Paradógicamente esta transformación comienza en «La verde mañana» con la plantación y el crecimiento en una sola noche de miles de árboles. El siguiente relato titulado «Las langostas» deja claro cuál es el destino de Marte: «de los cohetes salieron de prisa los hombres armados de martillos, con las bocas orladas de clavos como animales feroces de dientes de acero, y dispuestos a dar a aquel mundo extraño una forma familiar, dispuestos a derribar todo lo insólito, escupieron los clavos en las manos activas, levantaron a martillazos las casas de madera, clavaron rápidamente los techos que suprimirían el imponente cielo estrellado e instalaron unas persianas verdes que ocultarían la noche. Y cuando los carpinteros terminaron su trabajo, llegaron las mujeres con tiestos de flores y telas de algodón y cacerolas, y el ruido de las vajillas cubrió el silencio de Marte, que esperaba detrás de puertas y ventanas». En «Intermedio» los humanos crean una ciudad completamente igual a una ciudad de Iowa.

    Pero la crítica social de Bradbury va más allá de la denuncia de la voracidad humana. Hay una denuncia también a la moral falsa, hipócrita y peligrosa que anticipa Farenheit 451. Parece que la quema de las obras de arte, especialmente de los libros, es algo que preocupaba a Bradbury porque aparece en dos relatos, en «Los músicos» y en «Usher II». Seguramente Bradbury al escribir Farenheit 451 tenía en mente las Crónicas marcianas y decidió mantener uno de los detalles más acertados del libro: el hecho de que fueran los propios bomberos los verdugos encargados de encender las piras donde ardieran los libros. Con todo, la crítica más descarnada la hace Bradbury contra el racismo enquistado en la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX, en la que a pesar de estar abolida la esclavitud se permitía el linchamiento de blancos a negros. En «Un camino a través del aire» vemos, ante el desprecio de sus vecinos blancos, el desfile de un grupo de afroamericanos que van hacia los cohetes para que les llevarán a Marte y muestra la solidaridad de un grupo que ha tenido que vivir en situaciones de esclavitud.

    El terror también ocupa un importante lugar dentro de las Crónicas marcianas. El ejemplo más evidente sería «Usher II», un homenaje en toda regla a Edgar Allan Poe, considerado por muchos como un pionero de la ciencia ficción. Aunque es el terreno de lo misterioso, lo desconocido, lo incomprensible o incluso lo absurdo donde Bradbury consigue las más altas cotas de terror. Tanto en «El marciano» como en «La tercera expedición» es lo incomprensible de unos seres que tienen la capacidad de adoptar la forma de seres queridos difuntos y cuya verdadera naturaleza e intenciones se desconoce. Es precisamente «La tercera expedición» el relato que Borges, encargado de prologar la mítica edición de Minotauro, señaló como su favorito.

    Pero estas palabras no pretenden ni mucho menos agotar la riqueza que tienen las Crónicas marcianas, a las que se han dedicado cientos de páginas ‒en español existe una buena monografía de José Luis Garci titulada Ray Bradbury un humanista del futuro‒. Bradbury, que bien podría haber sido acusado en su tiempo de imprecisión e ingenuidad científica y tecnológica, se ha ganado por derecho propio un lugar importante dentro de la pléyade de escritores de ciencia ficción, y lo ha hecho de un modo valiente e innovador, con una ciencia ficción que rompía con lo canónico y se convertía en poesía. Precisamente gracias a él se entendió que había otra forma de hacer ciencia ficción. Muchos fueron los escritores que después de él explotaron ‒y continúan haciéndolo hoy en día‒ el camino de la ciencia ficción bradburiana, muchos se declara deudores del autor norteamericano. Porque la grandeza de Bradbury es haber sido maestro no sólo de escritores de ciencia ficción sino aún de aquellos que se interesan por todo lo humano.

    Reto 2012: A leerse el mundo

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