Según el teórico norteamericano Eliseo Vivas «el objeto de la obra de arte sólo puede ser expresado adecuadamente dentro y a través de la propia obra, y cualquier paráfrasis o traducción de este objeto fuera de la propia obra implica una pérdida para el objeto, y en este sentido, la destrucción total de la obra». Varias décadas antes Hemingway ya había parodiado esta idea en un artículo titulado «Cómo condensar a los clásicos», donde habla de un grupo de entusiastas condensadores encargados de maravillas como resumir Los miserables en diez páginas o el Quijote en una columna y media para poner a los clásicos al alcance de hombres de negocios cansados. Si damos la razón a Eliseo Vivas ‒y en el tono de Hemingway se percibe la sorna‒, el entusiasta trabajo de los condensadores no es en realidad la desinteresada puesta en práctica de un deseo generoso e idealista, sino un monumental ataque a bocajarro.
Entonces, cualquier paráfrasis o traducción de una obra significa la pérdida de una parte de la obra y en definitiva una destrucción, sino total, por lo menos parcial de esa obra. Así, cada vez que digo algo de Ovidio, de Cervantes, de Kafka de Borges, mutilo el sentido original de sus palabras –incluso aunque sean literales, porque al descontextualizarlas se rompe el discurso completo‒, o lo que es lo mismo, los destruyo. Y, del mismo modo, cualquiera que diga algo, sea el escritor más prestigioso o sea Periquillo el de los Palotes, sobre estos autores o sobre cualquier otro autor, no hace sino destruirlos. Incluso aquel escritor, hablando de su última novela en una entrevista, también contribuye, tal vez inconscientemente, a la destrucción de su propia obra.
De ser cierto lo que Eliseo Vivas comenta, hablar de un libro es destruirlo. Entonces, debería considerarme un criminal de la literatura. Y este blog no sería más que mi granito de arena particular para la destrucción de la literatura universal.
No hay comentarios