Lectura en la era digital

Lectura en la era digital

    En el siglo IV San Agustín de Hipona se quedó estupefacto cuando vio a san Ambrosio de Millán leyendo en silencio en su celda, porque hasta entonces sólo se leía en voz alta. Lo cuenta en sus Confesiones. Siglos después, a mediados del siglo XV, comienza a extenderse el uso de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg y el mundo se ve obligado a reinventar la manera de transmitir y de acceder a la información. A un ritmo mucho más lento, por supuesto, la sociedad se acabó poniendo patas arriba. Muchos de los cambios que se producen a partir del siglo XVI derivan directamente de estas nuevas formas de escribir y de leer. Siglos después, hoy en día, los cambios se producen a una velocidad vertiginosa. Imposible de seguir para el ojo humano. Inabarcable, que se diría. La era digital ha dinamitado como ningún otro invento anterior las bases de nuestra sociedad, el modo en que nos comunicamos y relacionamos, y, por supuesto, cómo manejamos la información. La escritura y la lectura también han tenido que reinventarse.

    La lectura en la era digital, a diferencia de la clásica, la del libro o el periódico de toda la vida, ha dejado de ser una sola. Porque no es lo mismo leer en la pantalla de un ordenador, en un lector de ebooks o en un smartphone. Igual que en el siglo XV no era lo mismo leer en copias manuscritas que en libros impresos. O peor. Por no hablar de las diferencias entre leer un libro digitalizado, una página web, un blog, un periódico digital, wikipedia, una red social o leer en la nube.

    Aunque es posible hacer cierto factor común. Independientemente del soporte que se utilice, los textos digitales se convierten en muchas ocasiones en hipertextos, fragmentos textuales vinculados entre sí por hipervínculos ‒todo muy hiper‒, de forma que puedan leerse en distinto orden y el lector pueda acceder a ellos desde distintas rutas. El lector no es ya aquel lector pasivo que pasa a la página dos después de haber leído la uno, o porque la ha leído, y que imagina que después vendrá la página tres. Muchas veces tiene que evaluar, valorar, tomar decisiones. E interactuar, eso casi siempre. Una lectura necesitada de escritura. No es ya esa conversación unívoca con gente muerta de la que habla Quevedo en su soneto. La lectura digital está viva, muy viva. Es un acto social más, como una conversación que puede retomarse o enriquecerse en cualquier momento. Como si la lectura, el hipertexto, lo fuéramos construyendo entre todos. Lectores y escritores al unísono. El paradigma del autor clásico y del crítico literario, lógicamente, también se cuestionan. Lo que es una revolución en toda regla, vaya.

    Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho, tiene su lado oscuro. Y muy oscuro. La propia inmesidad de la red, convertida en un laberinto inabarcable para un simple ser humano, es un arma de doble filo. Aunque se haya señalado en muchas ocasiones que además del fragmentarismo otra de las características de los textos digitales es la brevedad, el lingüista José Antonio Millán defiende en La lectura y la sociedad del conocimiento que precisamente la ventaja del nuevo medio es que el autor puede dilatarse en el tema cuanto quiera o necesite. En contrapartida, el lector se ha vuelto cómodo, impaciente y distraído. El nuevo soporte está saturado de asechanzas, invitaciones y distracciones de todo tipo. Lees un fragmento, un hipervínculo llama tu atención y te lanzas a un nuevo fragmento, ad infinitum. La focalización del papel se dispersa como la tela de araña que es Internet.

    Para Julieta Lionetti, de Publishing Perspectives, la relación entre el texto y el lector cambia radicalmente. Este último jamás se encuentra ante la obra entera ni tiene experiencia sensible de su totalidad. Aunque mucho más radical es la visión de Nicholas Carr ante este nuevo tipo de lectura. En su ensayo Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? defiende que el uso continuado de Internet acaba por modificar los modos de lectura y la capacidad de concentración. Para Carr la velocidad y la superficialidad del medio prácticamente formatean nuestro cerebro como si fuera un disco duro, haciendo que perdamos por completo la capacidad de concentración.

    Posiblemente Carr peque de un negativismo excesivamente extremista. Lo cierto es que los últimos estudios elaborados por el Pew Research Center demuestran que las personas que leen en formato digital leen más que las que leen en formato papel. Sea como fuere, todavía se desconocen las implicaciones que tendrán estos nuevos modos de lectura. Lo que sí se sabe ya a ciencia cierta es que implicaciones tendrán. El modo de transmitir la información es determinante en la manera que tenemos de ver y de pensar el mundo. Sólo el tiempo dirá cómo nos afectará en el futuro la lectura digital de cara a la construcción del pensamiento.

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