El 25 de julio de 1911 Bobby Leach se tiró por las cataratas del Niágara dentro de un barril. La idea no era original ni mucho menos: diez años antes Annie Edson Taylor había hecho lo propio a los 63 años de edad ‒no se si impresiona más ver a esa rotunda señora posando en las fotografías o el relato que Emma Donoghe le dedicó‒. Después de seis meses en el hospital, Bobby Leach se convirtió en una mediocre estrella de vodevil: recorrió decenas de barracas, circos, teatros y salas de conferencia, posando orgulloso junto a su barril y narrando las vicisitudes de su gratuita hazaña.
En 1926, mientras se encontraba en una de sus giras por Nueva Zelanda, se resbaló con una cáscara de naranja y murió. Bueno, en realidad no murió al instante sino dos meses después. Se partió la pierna, se le infectó, se le gangrenó, tuvieron que amputársela y finalmente murió. En ese orden.
Lo que la historia de Bobby Leach nos enseña es que no hay proeza lo suficientemente absurda si hay alguien dispuesto a admirarla. Y, por supuesto, a no subestimar las pieles de naranja. Amén de dejarnos a todos los escritores del mundo un maravilloso personaje secundario.
[…] Jung como protagonista‒. Aquí mismo se han relatado varios casos de sincronicidad, como el de Bobby Leach, que sobrevivió a una caída por las cataratas del Niágara para morir pocos años después al […]