Escritores de una única novela

Escritores de una única novela

    Sólo existen dos circunstancias que puedan apartar a un autor de la escritura: la muerte o la vida. Así de simple y así de complicado. Pero eso es precisamente lo que tienen la muerte y la vida. Simple una y complicada la otra. De cualquier manera, ocurre a veces que un escritor alcanza el Olimpo del canon a fuerza de una sola novela. Más que merecido, por cierto. En otros casos la novela es un experimento anecdótico que el escritor acaba descartando. Y después, nada más. Es el club de escritores de una única novela.

    Los primeros miembros de este selecto club son escritores que pusieron punto y final a su obra casi al mismo tiempo que a su vida. Es el caso de Emily Brontë. Aunque publicó un libro de poemas con sus hermanas Anne y Charlotte, la obra que la catapultó a la fama fue Cumbres borrascosas. Sin embargo, un resfriado mal curado, que derivó en tuberculosis, se llevó a la escritora inglesa a la tumba a los 30 años, sin que pudiera escribir más obras. Algo parecido pero diferente ocurrió con Margaret Mitchell. Cierto es que falleció con 49 años atropellada por un taxi, pero no es menos cierto que habían pasado ya doce años desde que le dieran el Pulitzer, en 1937, por su única obra, Lo que el viento se llevó. Puede parecer un caso similar al de Luis Martín-Santos, que murió en un accidente de tráfico, pero aunque se le conozca sobre todo por la novela Tiempo de silencio, también escribió otra, aparecida póstumamente, titulada Tiempo de destrucción.

    Una raza aparte la constituyen los escritores suicidas. John Kennedy Toole se quitó la vida en 1969 ante la angustia que le causó el rechazo de La conjura de los necios. Esta se consideraba su única novela hasta que años más tarde su madre sacara a la luz una obra de juventud que tituló La Biblia de Neón. Otra célebre suicida fue la tortuosa Sylvia Plath, más conocida por su poesía y con una única novela en su haber, La campana de cristal, de carácter autobiográfico.

  
Otros autores sufren lo que voy a llamar el síndrome Borges ‒un invento que hago sobre la marcha‒. Lo que quiero decir es que se acabaron dando cuenta de que la novela no era el género que estaba hecho para ellos. Aunque muchos de sus lectores discrepen, claro está. Casos de Edgar Allan Poe con La narración de Arthur Gordon Pym o de Oscar Wilde con El retrato de Dorian Gray. Una y no más. Después se dedicaron exclusivamente a escribir relatos, ensayos y poesía. Caso también de Giuseppe Tomasi di Lampedusa y su novela El gatopardo o de Walt Whitman con Franklin Evans, el borracho.

   Y hablando de síndromes, hace poco tiempo me refería a lo que Vila-Matas llamó el síndrome Bartleby. Autores que están en la cumbre del éxito y que de un día para otro abandonan la escritura, dejando, en muchos casos, una sola novela. El caso más paradigmático es Harper Lee que tuvo un éxito meteórico que le llevó a ganar el Putlizer en 1961 con su novela Matar a un ruiseñor, del que dicen que Capote escribió algunas partes. Como también callaron dejando una sola novela Salinger con El guardián entre el centeno y Juan Rulfo con Pedro Páramo. En ambos casos los autores escribieron después algunos relatos.

    Por último, no puedo cerrar el tema sin mencionar los casos apócrifos de escritores de una sola novela. Escritores que han pasado a la historia sobre todo por un único título, a pesar de haber escrito más novelas. La fama es lo que tiene. A veces es caprichosa. Por no extenderme demasiado y poner solo algunos ejemplos, no puedo dejar de mencionar a Antoine de Saint-Exupéry con El principito, Chordelos de Laclos con Las amistades peligrosas, Carlo Collodi y su Pinocho, James Mattew Barrie y Peter Pan o Boris Pasternak con su Doctor Zhivago. Todos tienen, por lo menos, una novela más, aunque bastante desconocidas.

    Como decía al principio, sólo dos circunstancias han podido llevar a estos escritores a no repetir género. Tal vez los miedos, frustraciones, incomodidades u otras especies nocturnas. El caso es que, para bien o para mal, sus obras han quedado como rara avis. De esas de las que tanto nos gustan a los que somos cazadores de rarezas.

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