A partir del siglo XVIII comienza a ponerse de moda en la pintura europea un tema satírico conocido como «singerie». Monos disfrazados de humanos. Ni más ni menos. Es el espejo que deforma las costumbres humanas y se complace en la risotada fácil. La demostración plástica de que ni los hombres somos tan hombres ni los monos tan monos. Del pincel y los lienzos de David Teniers, de Jan van Kessel, de Jean-Simeon Chardin o de Jean Antoine Watteau empiezan a desfilar toda clase de monadas antropomórficas. Bailarines, acróbatas, músicos, tahúres, poetas o pintores. Precisamente, de entre todos, es el mono pintor el que arrasa. Autocrítica, que dirán muchos. Y seguramente es verdad que el artista disfruta con el juego de verse a sí mismo trabajando a la simiesca.
Hasta ahí el tema del mono pintor, un divertimento que para algunos historiadores tal vez pudo tener algo de base real. Habrá que esperar hasta los años cincuenta del siglo XX para que Desmond Morris, autor de El mono desnudo y defensor del conductismo en el mundo animal, vuelva a retomar el tema, más en serio que en broma. Morris estaba convencido de que los primates podían entender algunos de los elementos del arte humano y llevó a cabo dentro de su programa Zoo time distintos experimentos con ellos condicionándoles para que hicieran diversos garabatos y dibujos. Entre todos esos experimentos destacó un chimpancé: Congo.
Este primate realizó cerca de 400 pinturas entre los dos y los cuatro años de edad. En este corto periodo de tiempo consiguió algo que no todos los artistas humanos consiguen tras años de esfuerzo: formarse un estilo propio. Así, en muchos de sus cuadros se aprecia una repetición de patrones temáticos con pequeñas variaciones. En lugar de comerse los pinceles o tirarlos al suelo, Congo, como si de un artista humano se tratara, aprendió a cogerlos entre el dedo pulgar y el índice, escogiendo con cuidado dónde los situaba en el lienzo y pintando siempre dentro de sus límites, sin permitir que la pintura saliera por los bordes. También parecía saber cuándo había acabado una obra y a partir de ese momento rehusaba volver a pintar sobre ese cuadro. Morris llegó a dedicarle en 1957 una exposición en el Instituto de Artes Contemporáneas de Londres.
Una década antes, a mediados de los cuarenta, Jean Dubuffet había popularizado el Arte Bruto, obras realizadas por personas que están al margen de cualquier formación académica e incluso al margen de la sociedad. Un arte que podía englobar, por qué no, las obras de nuestros simiescos parientes. Esto explica, en parte, que la obra de Congo despertara el interés de artistas ya consagrados como Joan Miró o Pablo Picasso. De este último se ha dicho que llegó a tener un cuadro de Congo colgado en su estudio. También Dalí, aprovechando la oportunidad para criticar a Pollock, dijo de Congo: «la mano del chimpancé es casi humana, la de Pollock es totalmente animal». Quizá por eso la obra del primate se ha revalorizado enormemente, tanto que finalmente ha llegado hasta Bohams, que en 2005 sacó a subasta tres de sus lienzos junto a obras de Warhol, Renoir o Botero. Muchas de esas obras no se vendieron, pero las de Congo llegaron a la friolera de 21.000 euros. Su comprador, el coleccionista de arte contemporáneo Howard Hong, llegó a afirmar sobre los cuadros: «Su estilo es parecido a las primeras obras de Kandinsky. Lo único que lamento es que Congo no aprendiera a firmar sus obras».
La pregunta a estas alturas es si la obra de Congo puede considerarse verdaderamente arte. Muchos investigadores se han hecho esta misma pregunta y parece admitirse mayoritariamente que, aunque los animales sean capaces de producir cosas agradables y bellas, no es posible utilizar la etiqueta de «arte». Sin embargo, el filósofo Ben Amí Sharfstein no duda en rebatir esta teoría en su libro Pájaros, elefantes y otros artistas. Según Sharfstein la diferencia es que el mono está más interesado en el proceso que en el resultado final, mientras que el humano se interesa por ambos. Pero hay similitudes bastante importantes: hombre y mono pueden llegar a organizan las pinturas de forma similar, utilizando patrones temáticos, ritmos y simetrías.
Quizá, el argumento decisivo utilizado por Sharfstein sea que es completamente imposible distinguir entre la pintura de un hombre y la de un mono. Aunque siempre quedará la duda de saber si este argumento es a favor de los monos o en contra del arte contemporáneo.
[…] después con el disumbrationismo ‒sin contar, además, las innumerables veces que se usarían animales para engañar al mundo del […]