Manual de escritura curativa de Manuel Ángel Rodríguez Rodríguez

Manual de escritura curativa de Manuel Ángel Rodríguez Rodríguez

    Hace unos días os hablaba de la literapia, que es el uso terapéutico de la palabra escrita. Generalmente se identifica con la biblioterapia, es decir, con la lectura terapéutica, pero existe también otra forma de literapia que es la escritura terapéutica. Como Henry Miller dejó escrito en Sexus: «Un hombre escribe para expulsar todo el veneno que ha acumulado a causa de su forma de vivir falsa». Muchos pueden ser los efectos beneficiosos de la escritura: puede ayudarnos a organizar nuestro discurso interno, a entendernos mejor a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, a desarrollar nuestra creatividad y la capacidad para encontrar nuevas soluciones a viejos problemas, a reconciliarnos con el pasado ‒recordando, cerrando viejas heridas, imaginando que hicimos lo que no pudimos‒ o con el futuro, a superar temores o simplemente a redefinir nuestra historia ‒saber quiénes somos, de dónde venimos o hacia dónde vamos‒. Y en definitiva, escritura como liberación y catarsis.

    Los psicólogos J. W. Pennebaker y S. K. Beall publicaron allá por el 1986 un estudio donde se defendía que la escritura sobre acontecimientos traumáticos podía tener efectos terapéuticos en la salud a medio plazo. Años más tarde, en 2005, los psicólogos Karen Baikie y Kay Wilhelm publicaron un artículo, titulado «Beneficios para la salud física y emocional de la escritura expresiva», donde se revisaba el trabajo realizado en escritura terapéutica durante los últimos veinte años. Y parece que la estrella es el diario personal, como demuestra el trabajo de Susan Bauer-Wu y su «terapia del diario». Esta doctora del Dana-Faber Cancer Institute de Boston aplicó su terapia a diversos pacientes, haciéndoles escribir cada día media hora sobre sus sensaciones, intimidades y miedos. Aunque muchos enfermos al principio son reacios, los que finalmente realizan este ejercicio se sienten más liberados y con el tiempo tienden a mejorar física y psicológicamente.

    Lo cierto es que el diario ha sido una importante arma para infinidad de escritores ‒Tolstoi, Kafka, Pavese, Virginia Woolf, Unamuno, Pessoa, Musil, André Gide o George Orwell, solo por mencionar algunos‒. ¿Quién no podría decir que la escritura de un diario ayudó a Ana Frank a sobrellevar la agonía de su encierro o a Alejandra Pizarnik a hacer lo mismo con la agonía de sus días?

    Muchos son las obras que han nacido fruto de una enfermedad. Juan Ramón Jiménez escribió Platero y yo cuando estaba convaleciente en Moguer. Tolkien, que luchó en la Primera Guerra Mundial, aprovechó un periodo de hospitalización para escribir El libro de los cuentos perdidos. Guerra y paz fue escrita por Tolstoi mientras se recuperaba de un brazo que se había fracturado al caer de un caballo en una partida de caza. En estos trances escribir libros ayuda. Y mucho. Isabel Allende superó y aceptó la muerte de su hija al escribir sobre su pérdida. Art Buchwald escribió la liberadora Too soon to say goodbye como testimonio de su enfermedad terminal. Y, por supuesto, el caso de Jean-Dominique Bauby, que tras sufrir un problema cardiovascular perdió la movilidad de todo su cuerpo excepto de su párpado izquierdo. Fue a través de ese ojo, a través de su parpadeo, que Bauby encontró la liberación y consiguió dejar por escrito un libro, La escafandra y la mariposa, que nos ha enseñado a todos que incluso en las situaciones más duras se puede vivir con el alma llena de positivismo.

Comentarios

comentarios