«Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie», dejó escrito Theodor. Con palabras parecidas Primo Levi vendría a decir lo mismo. En el caso de Levi lo vivió en sus propias carnes, durante los meses que estuvo prisionero en el campo de concentración de Monowitz, dentro de Auschwitz.
Al igual que él, el psiquiatra judío Viktor Frankl también pasó por Auschwitz, además de por Theresienstadt, por Dachau y por varios campos más. Frankl sobrevivió al exterminio nazi, pero perdió en los campos de concentración a sus padres y a su esposa. Tras su liberación volvió a Viena, donde en 1945 escribió El hombre en busca del sentido. En este libro describe la vida del prisionero de un campo de concentración desde el punto de vista de un psiquiatra. La conclusión a la que llega es que el hombre, incluso en las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, puede encontrar una razón para vivir. En estos casos al hombre se le puede arrebatar todo, excepto una cosa: su libertad interior, y por tanto, su dignidad. A partir de estas hipótesis Frankl desarrolló la Logoterapia, que se considera la Tercera Escuela Vienesa de Psicología, junto con el Psicoanálisis de Freud y la Psicología Individual de Adler.
Boris Cyrulnik, otro neurólogo y psiquiatra procedente de una familia de rusos judíos, también logró sobrevivir al Holocausto, aunque su familia fue exterminada. Consiguió en dos ocasiones evitar ser deportado y con seis años escapó de un campo de concentración, convirtiéndose en un niño huérfano que pasó por distintas casas de acogida. Años después Cyrulnik escribió un libro titulado Los patitos feos en el que desarrolla el concepto de resiliencia, inicialmente aplicándolo a niños.
La resiliencia fue una noción acuñada por la psicóloga norteamericana Emmy Werner en la década de los 60, como resultado de un estudio que hizo en Hawai durante más de treinta años con con niños huérfanos. A pesar de vivir en la miseria, no tener familia ni ir a la escuela, un tercio de los niños conseguía aprender a leer y a escribir e incluso se insertaba con éxito en la sociedad. Así demostraban su capacidad para sobreponerse a las situaciones difíciles. Porque eso es precisamente la resilencia. No es solamente la capacidad para sobreponerse a acontecimientos dolorosos o traumáticos, es, sobre todo, la aptitud para salir fortalecido de ellos. No es conformismo, es la cara beneficiosa del dolor de la que Anthony de Mello habla en su libro El camino hacia la felicidad.
Según Cyrulnik queda esperanza para las personas maltratadas. Su vida no solo puede ser normal, sino maravillosa. El propio Cyrulnik es el ejemplo vivo: de niño superviviente del Holocausto pasó a convertirse en una celebridad, profesor en la Universidad de Var y coordinador de un grupo de investigación en el Hospital de Toulon. Tan solo hay que saber cómo hacerlo. Porque la resilencia no es solo una predisposición natural, también es algo que se enseña, se aprende y se desarrolla.
En fin, lo que la resilencia nos demuestra es que no solo es posible escribir poesía después de Auschwitz, sino que, ante todo, hacerlo es prácticamente un deber moral.
Un artículo muy bonito. No he leído a Cyrulnik, pero sí a Frankl, y me pareció un libro con una fuerza asombrosa. Creo que muchas veces se nos olvida que pese a lo que nos sucede, nos queda siempre la oportunidad de elegir, aunque sólo nos quede elegir cómo llevar una situación forzosa.
Me apunto a Cyrulnik, también para el verano. Como siga así la cosa, me voy a pasar agosto enclaustrada en la biblioteca…
¡Buen fin de semana!
Me alegro mucho de que te haya gustado. Es importante leer libros que nos transmitan positividad y ganas de vivir. Un día de estos dedicaré también un artículo a los libros contrarios. Buen fin de semana también para ti 🙂