Si hay un lugar en Buenos Aires donde todavía se respira Borges es la ex Biblioteca Nacional. Porque el Buenos Aires del Fervor, con sus callejas de compadritos y malevos, no es ya lo que era. Pero la Biblioteca, majestuosa, desafía al tiempo. Vacía, eso sí. Y triste, como un libro cerrado y abandonado a su suerte en una estantería. Esa Biblioteca que estuvo dirigida por tres sabios ciegos ‒José Marmol, Paul Groussac y el propio Borges‒. Donde, según se cuenta, en uno de sus anaqueles se ocultó el libro de arena, el volumen de infinitas páginas, para librar al mundo de su horror. Aquí, y no en otro sitio, había que homenajear a Borges. Eso pensó Christian Boltanski. Y manos a la obra.
Boltanski decidió tomar al pie de la letra aquella greguería de Ramón Gómez de la Serna que define el libro como un pájaro de más de cien alas para volar. Y vaya si vuelan. Como las casas de Laurent Chehere. O más bien como en ese famoso corto de animación titulado Los fantásticos libros voladores de Mr. Morris Lessmore. Ni corto ni perezoso, Boltanski suspendió del techo de la Biblioteca más de 500 libros, de todos los tamaños, colores, olores, precios, idiomas, épocas e incluso sabores. Entreabiertos, con hojas ligeramente al aire, mecidas con la brisa de varios ventiladores, como pájaros hechos de papel con alas que ondulan vivas. ¡Y voilà! La instalación se titula Flying books y se subtitula Homenaje a Borges.
Dicen que para que un libro vuele basta dar con el lector adecuado. Tal vez no sean los libros los que vuelan, quizá sea el lector, por aquello de que se le llena la cabeza de pájaros. Si todavía no crees nada de lo que digo, te invito a dar un paseo virtual por la antigua Biblioteca Nacional de Buenos Aires y que lo veas con tus propios ojos. Si quieres también puedes echarle un vistazo al siguiente vídeo.
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