Los libros son armas en la guerra de las ideas

Los libros son armas en la guerra de las ideas

   Que la literatura es peligrosa lo demuestra el hecho de que la censura le haya acompañado desde sus inicios. Es imposible enumerar todos los títulos que han pasado por el aro. En muchos casos, años o incluso décadas de espera para salir a la luz. Aunque los motivos que han llevado a la censura a muchos de estos libros ya dan de por sí para elaborar una lista bastante curiosa, normalmente se explica por prejuicios que chocan contra intereses religiosos, políticos o ideológicos. Pero en ese oscuro catálogo de libros prohibidos hay un tipo de literatura que sorprende por encima del resto: la infantil. Quizá porque algunos pensaron que las delicadas mentes infantiles necesitan especialmente ser protegidas frente a la maldad de ese mundo que empiezan a conocer. El caso es que libros que aparentemente fueron planteados desde la inocencia, tras una lectura censora pasan a convertirse en auténticas bombas de destrucción masiva.

   Uno de los casos más conocidos es el de Alicia en el país de las maravillas, prohibido en la provincia china de Hunan en 1931. El artífice de esta genialidad es el general Ho Chien, que consideró inaceptable que los animales del libro hablaran y se comportaran como los seres humanos. Consideraba que colocar a humanos y a animales en el mismo nivel sería desastroso para China. Y menos mal que no cayó en sus manos Rebelión en la granja porque le habría dado un patatús. La ley que prohíbe leer el libro de Lewis Carroll se mantiene hasta nuestros días, por lo que en la zona se recomienda no leer el libro para evitar problemas con las autoridades.

   Otro caso célebre de libro infantil censurado es la saga de Harry Potter. Que las aventuras del joven mago sean censuradas en los Emiratos Árabes bajo la acusación de incentivar a la brujería quizá no sorprenda tanto como las numerosas batallas legales que el primer tomo de la saga tuvo que afrontar en sus comienzos en EEUU, el país de las libertades y de la doble moral. Esta censura se extendió a Canadá, donde una escuela exigió autorización a los padres para que los alumnos pudieran leer unas aventuras que para muchos eran apología no solo de brujería, sino también de magia negra y de satanismo. En Alamogordo, Nuevo México, varios cientos de miembros de la Iglesia de la Comunidad de Cristo incineraron una treintena de ejemplares mientras cantaban himnos religiosos. Para el Pastor Jack Brock Harry Potter era el demonio. El mismo motivo, acusación de brujería, ha llevado a prohibir también Puente hacia Terabithia de Katherine Paterson.

  La dureza de los valores norteamericanos y su sentido excesivo de la protección hacia los niños ha generado polémica y censura no pocas veces. Sino que se lo digan a Roald Dahl. Su libro Charlie y la fábrica de chocolate fue censurado porque mostraba una pobre filosofía de vida. Y sobre James y el melocotón gigante se dijo que promovía las drogas, la violencia y la desobediencia hacia los padres. Este último motivo también llevó a la censura a Una luz en el ático, una colección de poemas que Shel Silverstein publicó en 1981 ilustrados por él mismo. Uno de sus poemas, «Cómo no tener que lavar los platos», se acusó de incitar a los niños a romper los platos para no tener que lavarlos. Además, el tratamiento que se hacía de la muerte en el libro también se consideró polémico.

   Infringir lo políticamente correcto y tal vez herir la sensibilidad de algún colectivo es un argumento de censura que parece sacado de las páginas de Fahrenheit 451, un libro que por cierto fue censurado por contener palabras como «maldito» o «infierno». Algunos de los libros infantiles que se han censurado bajo la acusación de tener contenidos racistas son Tom Sawyer, Las aventuras de Huckleberry Finn, La cabaña del tío Tom o El negrito Sambó. En ocasiones ni siquiera hace falta leer el libro para juzgarlo. Belleza negra de Anna Sewell fue censurado en Sudáfrica simplemente porque el título contenía la palabra «negra».

   Algunos casos de libros censurados son tan absurdos que demuestran que para prohibir algo simplemente basta con tener ganas de prohibir. De otra manera no se entiende que El principito pasara a ser lectura prohibida en Argentina a partir del golpe militar de 1976 porque incitaba una «ilimitada fantasía» y porque la búsqueda de amigos por parte de su protagonista iba contra los mecanismos de control del gobierno militar. Un libro tan inocente como El Lórax de Dr. Seuss fue prohibido en un distrito escolar de California por su excesiva defensa de la ecología (¡!). Pero no sé si esto llega al nivel de desconcierto que crea la prohibición de algunas bibliotecas de Michigan y de Nueva York del libro ¿Dónde está Wally? de Martin Handford porque en una de sus páginas aparece la microscópica imagen de una mujer haciendo toplessen la playa.

   Estos solo son algunos ejemplos, pero como decía al principio, la lista podría ser interminable. Ante semejantes estupideces uno no puede dejar de preguntarse si la maldad ‒como dicen de la belleza‒ está en los libros o en los ojos que los miran.

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