Existe desobediencia civil cuando uno o varios miembros de una sociedad se niegan de forma consciente, deliberada y pacífica a acatar una ley con la que no están de acuerdo y que consideran injusta o ilegítima porque va en contra de sus principios morales. El objetivo es manifestar el desacuerdo desafiándola públicamente para cuestionarla y si es posible invalidarla. Cualquier negativa ante la ley no es desobediencia civil, es necesario que exista compromiso político y deseo de cambio. Los desobedientes, más que delincuentes, son objetores de la ley.
Un concepto que, teniendo en cuenta la situación por la que pasa España, está de plena actualidad. Como el colectivo de médicos que ha decidido desafiar abiertamente la legislación atendiendo a inmigrantes sin papeles porque considera que no hacerlo iría contra su código ético. Quizá sea por su inmediatez que el concepto de desobediencia civil nos parezca tan moderno, pero en realidad se remonta al siglo XVIII, y su creador es, nada más y nada menos, que uno de los padres de la literatura norteamericana, Henry David Thoreau. En 1848 Thoreau publicó una conferencia titulada La desobediencia civil donde exponía sus principios básicos. Él mismo lo aplicó en sus propias carnes, negándose a pagar impuestos en 1846 como protesta frente a la esclavitud y a los desmanes de EEUU, que había entrado en conflicto bélico con México por intereses expansionistas. Thoreau dijo que con sus impuestos no se iba a pagar una guerra y un sistema injustos.
En La civilización del espectáculo Mario Vargas Llosa no parece estar demasiado de acuerdo con la práctica de la desobediencia civil en Estados democráticos, sobre todo porque, como él mismo dice, el sistema tiene habilitados otros cauces para manifestar la protesta y para cambiar las leyes. Además, desde un punto de vista pragmático, no es menos cierto que si el uso de la desobediencia civil se extiende masivamente entre los ciudadanos se podría llegar a paralizar un Estado y a destruir su sistema democrático. Aunque, por otra parte, si un Estado democrático llega a ese punto seguramente es necesario que se colapse para recomenzar desde cero.
Pero basta echar mano a unos cuantos ejemplos para ser conscientes de la importancia que tiene este concepto. La desobediencia civil de Thoreau era uno de los libros de cabecera de Gandhi, que no dudó en poner en práctica su filosofía en la India del imperialismo colonial, invitando a sus compatriotas a desobedecer de forma pacífica las injustas leyes del gobierno británico. Sobre la desobediencia civil dijo Gandhi: «Es un derecho imprescriptible de todo ciudadano. No puede renunciar a ella sin dejar de ser hombre. La democracia no esta hecha para los que se portan como borregos».
La desobediencia civil ha sido fundamental en la historia del siglo XX para superar legislaciones injustamente racistas. Nelson Mandela, por ejemplo, inicia una Campaña de desobediencia civil en 1952 contra la segregación racial del apartheid sudafricano. Su lucha le valió en 1964 una condena a caderna perpetua acusado de sabotaje. En los 27 años que Mandela cumplió condena se convirtió en un símbolo de la lucha por la libertad. Por otra parte, también se declaró contra las leyes raciales injustas de EEUU Martin Luther King, otro devoto seguidor de Thoreau. Luther King, que había sido arrestado por la policía en una veintena de ocasiones y que había sido agredido vacias veces, fue asesinado en 1968 por defender sus ideales.
Estos ejemplos demuestran que cuando la desobediencia civil se basa en ideales nobles el incumplimiento de la ley es moralmente legítimo. Dijo Thoreau, ese escritor cuya efigie está en el Panteón de los Héroes Norteamericanos de la Universidad de Nueva York junto a figuras como George Washington, Benjamin Franklin, Abraham Lincoln: «Todos los hombres reconocen el derecho a negar su lealtad y a oponerse al gobierno cuando su tiranía o su ineficacia sean desmesuradas e insoportables». Unas palabras que, por cierto, fueron ratificadas en 1998 por un presidente de los EEUU, Bill Clinton.
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