Uno de los muchos cambios que han supuesto las nuevas tecnologías es el modo en que nos acercamos a los libros y a la palabra escrita en general. Una revolución que, tal vez, ni siquiera sea comparable con la invención de la imprenta por Gutenberg en el siglo XV. Y apenas hemos aprendido a gatear. Sin embargo, no han tardado en levantarse voces advirtiendo contra los peligros del nuevo medio. Nicholas Carr en su ensayo Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? afirma que más que una simple modificación de los hábitos lectores, la velocidad y superficialidad de la red actúa sobre nuestro cerebro formateándolo como si fuera un disco duro y haciendo que perdamos por completo la capacidad de concentración. Mario Vargas Llosa en su panegírico de la cultura que es La civilización del espectáculo advierte contra esos mismos efectos perniciosos de Internet.
Supongo que juegos literarios como el de Sampsa Nuotio, que ha convertido a San Google en poeta usando la función de autocompletar del formulario de búsqueda y ha recogido los resultados de su experiencia en Google Poetics harían a Mario Vargas Llosa rasgarse las vestiduras. Y supongo que experimentos como el de la twitteratura, la escritura de novelas en tandas de 140 caracteres, debe parecerles a estos intelectuales de postín el colmo de la superficialidad.
Pero la literatura digital también tiene una cara difícil y minoritaria. Una cara que responde a la teoría del lector activo que Umberto Eco planteara en su ensayo Opera abierta en 1962, años antes de que se inventara Internet, y que posteriormente acabó por perfilar en Lector in fabula en 1979. El lector no se limitará a llenarse de información como si fuera un vaso. Tendrá que participar activamente, evaluar, valorar, elegir sus propios trayectos de lectura, hacer que el texto esté bajo su control o incluso construir su propio texto. El intento de despertar a este tipo de lectores ha dado como resultado libros tan complejos y maravillosos como Rayuela de Cortázar. Y a menor escala los libro-aventuras, aquellas novelitas juveniles donde el lector decidía qué le ocurriría a los personajes saltando por distintos capítulos según las decisiones que tomara.
Es evidente que el cibertexto y el hipertexto, ambos frutos de ese nuevo medio lleno de superficilidad, tendrán mucho que decir en la formación de este nuevo lector activo. Sus posibilidades son prácticamente ilimitadas. En 1997 Espen Aarseth desarrolló este concepto en un ensayo titulado Cibertextos: Perspectivas sobre la literatura ergódica. El término ergódico deriva de las palabras griegas ergon y hodos, que significan respectivamente «trabajo» y «camino». La definición de la literatura ergódica es casi tan compleja o más que la propia literatura ergódica. En ella el lector tiene una participación tan activa que prácticamente se construye un texto y un lector distinto en cada proceso de lectura.
Aarseth afirma que la esencia de este tipo de literatura es la necesidad de un esfuerzo importante por parte del lector y trata de no identificarla necesariamente con los hipertextos y las nuevas tecnologías y pone ejemplos en formato papel y libro de los de toda la vida. Ejemplos que van desde el milenario Libro de las mutaciones a los caligramas de Apollinaire que tienen palabras que pueden leerse en distinto orden, o con el libro de los Cien mil millones de poemas de Queneau. Otro ejemplo bastante actual de literatura ergódica es Only Revolutions de Mark Danielewski, una novela que tiene partes que se lee al revés. A pesar de todo, es evidente que la literatura digital permite, más que ningún otro tipo de literatura, el desarrollo de lo ergódico. Uno de los ejemplos de literatura ergódica en español en la red sería el proyecto metamórfico Gabriella infinita, que se define no ya como hipertexto sino como hipermedia.
Otro concepto de literatura activa más decididamente enfocada hacia lo digital es el de «literatrónica», un acrónimo de «Literatura electrónica» creado por Juan B. Gutiérrez. Sería simplemente la literatura que no puede existir sin el medio electrónico. En el portal Literatrónica encontramos novelas como Condiciones extremas, que según su autor, el propio B. Gutiérrez, es «una obra que se presta para lectura no-lineal gracias a un arreglo circular de eventos».
En fin, es evidente que la lectura digital puede no solo no ser tan superficial como determinados enemigos de las novedades defienden sino que incluso puede llegar a ser mucho más compleja y enriquecedora que la tradicional lectura de papel y libro. Y estoy convencido de que si escritores como Cortázar hubieran conocido las posibilidades de los nuevos medios digitales habrían experimentado con ellos. Por cierto, este artículo es la continuación de este otro, así que te recomiendo que lo leas si te interesa el tema.
No sé. Que la escritura o la lectura digital pueda viene a ser, en el futuro, mucho menos superficial y más digno de respeto crítico me parece bien posible, y tal vez probable, pero no entiendo el salto hasta «incluso puede llegar a ser mucho más compleja y enriquecedora que la tradicional lectura de papel y libro.» La riqueza de una novela como Don Quijote o Rayuela no pierde nada por el hecho de no haber sido escrito en nuestra edad de nuevos medios digitales. Creo que sus riquezas (que son, potencialmente, infínitas) se nutren de los mismos límites de su forma, al mismo modo que los escritores del Oulipo han utilizado varios «constraints» a veces arbitrarios (no usar la letra «e,» como Perec ha hecho un una novela) como técnicas para abrir más posibilidades de creación.
Sí pienso que la escritura digital en algunos casos puede llegar a ser más compleja y enriquecedora que la tradicional en papel, pero he dicho en algunos casos, por supuesto no siempre, el que una novela esté escrita en un libro o en una página web no significa en ningún caso que sea mejor o peor. Eso no quiere decir que Don Quijote o Rayuela sean las grandes obras que son ni que novelas escritas en la era digital sean mejores. Por supuesto que no pierden nada por el hecho de haber sido escritas en papel, y más bien al contrario.
La limitación del medio puede ser enriquecedora siempre y cuando se intente superar esa limitación, siempre que exista como una condición con la que superarse, como ocurre con Oulipo. Pero no nos engañemos, la mayor parte de novelas que se escriben no se suelen plantear este detalle.
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