La doble llama de Octavio Paz

La doble llama de Octavio Paz

   En un momento de su ensayo Octavio Paz advierte que nuestra sociedad es prolífica en estudios sobre todo tipo de ciencias y especialidades ‒economía, política, derecho, recursos naturales, enfemedades, demografía, etc.‒, pero es extremadamente raro encontrar reflexiones sobre la historia del amor en Occidente o sobre su situación actual. No sobre sexualidad humana, sino sobre ese sentimiento que durante mil años ha sido el eje de nuestra vida afectiva, imaginaria y real. Eso, desde luego, dice mucho de nuestra civilización. Esa falta es precisamente lo que Octavio Paz pretende suplir con La doble llama, porque según sus palabras, «el ocaso de nuestra imagen del amor sería una catástrofe mayor que el derrumbe de nuestros sistemas económicos y políticos, sería el fin de nuestra civilización».

   Esa doble llama de la que habla el título es en realidad una triple llama: sexo, erotismo y amor. El sexo representa lo más básico, primitivo, lo instintivo. Es lo dionisíaco, frente a lo apolíneo, representado por la civilización. Sexualidad y civilización chocan. Pero al mismo tiempo se necesitan: sin sexo no habría sociedad. Es explosión, pero explosión de vida. Este dios Pan, creación y destrucción al mismo tiempo, solo puede ser comunicable, insertable en la sociedad, a través del erotismo. Aunque en el seno del erotismo también hay una curiosa contradicción: es pura sexualidad pero también es negación de la función reproductiva, de la vida. En cuanto al amor, es más difícil diferenciarlo del erotismo, y ese es en parte el objetivo de La doble llama. La constitución del concepto del amor en Occidente.

   El freno civilizador que se le ha puesto al sexo y al erotismo, ese culto occidental a la castidad, en contra de lo que se cree no proviene del cristianismo sino que es anterior. Su origen se remonta al concepto occidental del amor, sorprendentemente, a Platón y a otras tendencias de la Antigüedad que consideraban al alma como el prisionero inmortal de un cuerpo mortal. De hecho, sin la idea del alma de Platón, expuesta en gran medida en su diálogo El Banquete, nuestra filosofía del amor hubiera tenido una formulación muy distinta a la actual. Pero la idea que tenemos hoy en día del amor no proviene directamente de Platón. El filósofo griego, como Diotima, consideraba el amor desde un punto de vista egoísta, como una vídea de perfeccionamiento del alma, una aventura individual. En Platón el protagonista absoluto es el individuo, nunca vemos al otro porque no importa, porque solo es un instrumento.

   Encontramos algunas excepciones en la Antigüedad. Por ejemplo, Apuleyo, cuya novedad consiste en introducir al otro en la relación amorosa. Una de las primeras apariciones del amor, en el sentido estricto del término, se produce en el cuento de Eros y Psique inserto en El asno de oro. Lo grandioso en la historia de Apuleyo es que Eros, un dios, se enamora de la mortal Psiquis, personificación del alma humana. Es un amor mutuo y correspondido: Eros quiere a Psiquis y Psiquis quiere a Eros. Otro ejemplo sería Catulo, quizá el primer gran poeta amoroso de nuestra civilización, aparecen ya contenidos todos los elementos del amor más moderno: la elección o libertad de los amantes, el desafío o amor como transgresión, y los celos. La contradicción está presente en sus versos con una fuerza desgarradora que no ha perdido ni un ápice de intensidad con el paso de los siglos. El odio y el amor, el deseo y el desprecio. Nuestros sentidos no pueden vivir sin aquello contra lo que nuestra razón nos advierte.

   Y es que aunque el amor es una constante en todas las civilizaciones del mundo la idea que se tiene del amor, el modo de organizar este concepto, sí que puede variar mucho de una sociedad a otra. Octavio Paz sitúa los comienzos del amor occidental, del amor tal y como lo conocemos hoy en día, del amor único, en un espacio y un tiempo muy concretos: en la consagración de la amada del amor cortés de la Provenza de los siglos XI y XII ‒y curiosamente formas análogas de amor, como atracción erótica hacia una sola persona, acabaron surgiendo prácticamente en todo el mundo, en el mundo islámico, la India y el Extremo Oriente‒. Es decir, que según Octavio Paz en menos de dos siglos un puñado de poetas crearon un código de amor que todavía sigue vigente en muchos aspectos.

   La poesía es de todos los géneros literarios el que más íntimamente está unido al amor, porque tiene la capacidad de erotizar al lenguaje y al mundo que refiere, porque la poesía es puro erotismo, una metáfora de la sexualidad animal. La poesía es al lenguaje lo que el erotismo es a la sexualidad. Por eso, la historia de la poesía es inseparable de la historia del amor.

   Estos poetas invirtieron la relación tradicional de los sexos, llamaron a la dama «su señora» y se convirtieron en sus sirvientes. Este cambio fue una verdadera revolución que trastocó las imágenes tradicionales de ambos sexos y cambió la visión del mundo. Fue un paso importante y decisivo hacia la igualdad de los sexos. Es cierto que el amor cortés no confería a las mujeres derechos sociales o políticos, pero sí se tendía a equilibrar la inferioridad social de la mujer con su superioridad en el terreno del amor.

   En un primer momento los poetas eran verdaderos cortesanos y estaban al mismo nivel que las damas, por lo que era posible que el amor se consumara en el goce carnal. Pero más adelante aparece ya la figura del poeta profesional, de un rango inferior al de las damas, lo que hacía que la consumación carnal no fuera ya tan apropiada y se llegó a acentuar cada vez más el idealismo de la relación amorosa. Lógicamente este pensamiento no fue visto con buenos ojos por la Iglesia por muchos motivos. En muchos casos se llegó al extremo del sacrilegio, de la verdadera deificación, confundiendo a la amada con la divinidad, lo terrenal con lo divino y lo temporal con lo eterno.

   En realidad hay más puntos de unión entre sexo y religión de los que pudiera parecer en principio. Ya lo dice Octavio Paz: «Nuestra poesía mística está impregnada de erotismo y nuestra poesía amorosa de religiosidad». No en vano el primer poema erótico conocido, y uno de los más hermosos que se han escrito jamás, aparece recogido en la Biblia. El Cantar de los Cantares ha alimentado la imaginación y la sensualidad del ser humano desde hace más de dos mil años. Y el placer sexual ha estado siempre muy vinculado al deleite del éxtasis místico de la unión con la divinidad. Los poetas místicos han usado imágenes llenas de pasión y sensualidad para expresar unos delirios que tienen mucho en común con los amorosos. En este punto nos apartamos de la tradición grecorromana y nos acercamos más a las tradiciones de musulmanes e hindúes.

   El siguiente pasó lo dieron Dante y Petrarca. Detrás de Dante hay una especie de fábula de Eros y Psique, nos enseñó el proceso de purificación de un alma, que llega a convertirse en inmortal a través del amor. Por otra parte, Petrarca suele considerarse como el primer poeta moderno de la historia de la poesía. Para Octavio Paz toda la poesía europea del amor «puede verse como una serie de glosas, variaciones y transgresiones del Canzoniere» de Petrarca. De Dante y Petrarca hasta los poetas del surrealismo, la tradición del amor ha llegado a nosotros, no solo en poesía sino en cine, en canciones o en mitos populares. Cada poeta, cada escritor, ha ensayado distintas versiones de este concepto del amor y ha aportado nuevas significaciones que se han ido sumando. La literatura es reflejo fiel de los cambios de la sociedad, pero no reflejo pasivo. También los profetiza y aporta contenido a esos cambios. La imagen que tenemos hoy en día del amor, surgida en la Provenza, es la suma de todas las aportaciones hechas en la historia del amor como género literario.

   En el Renacimiento y el Barroco la teoría del amor como pasión se basa sobre todo en dos legados de la Antigüedad: la teoría de los cuatro humores ‒y sus afinidades y repulsiones según los temperamentos sangüíneos‒ y la astrología ‒los estoicos concebían el alma individual como parte de un alma universal que desencadena unas fuerzas de amistad y repulsión‒. En el Romanticismo, y en la modernidad en general, el neoplatonismo renacentista se sustituye por explicaciones de tipo psicológico o fisiológico. Independientemente de esto, el amor se concibe como atracción fatal, donde libertad y predestinación se enlazan de forma misteriosa. Lo cierto es que los románticos nos enseñaron a vivir, a morir, a soñar y, sobre todo, a amar.

   El libertinaje fue como la máscara ilustrada que adoptó el erotismo al llegar a la Edad Moderna. Todo un modo de vida y una filosofía que más que una pasión entendía el erotismo como una crítica moral. Como mejor expresan los libertinos su peculiar idea del erotismo es viviendo, con su propia vida. El discurso filosófico de Sade y sus discípulos nos dice menos sobre los enigmas de la pasión erótica que muchas de las obras de Shakespeare o Stendhal.

   Aunque el siglo XIX fue el siglo de la liberación romántica, también fue el siglo de la represión burguesa y de la moral rigurosa. Hubo que esperar prácticamente al final de la Primera Guerra Mundial para que la sociedad occidental experimentara una absoluta liberación de sus costumbres, sobre todo de las eróticas. Es el triufo definitivo y real de la mujer. Salen a la calle, se cortan el pelo, se suben las faldas y enseñan sus cuerpos. Y, no casualmente, la liberación erótica se ve acompañada de una revolución artística. Aparecen los grandes poetas del amor moderno, un amor que mezcla cuerpo y alma, libertad y sensualidad. Pasa, por ejemplo, con el surrealismo, que usa el erotismo como uno de sus ejes. Y buena parte de lo mejor de la poesía surrealista es poesía erótica, como ocurre con Paul Eluard.

   En la segunda mitad del siglo XX las mujeres ‒junto con los homosexuales‒ han ocupado un lugar activo y público en la lucha por el reconocimiento de sus derechos jurídicos y sociales. La herencia de mayo del 68 pesa mucho en cuanto a la libertad erótica. Pero la visión de Octavio Paz para esta etapa ya no es tan luminosa. Admite que sigue habiendo obras notables, pero son más bien obras crepusculares, que iluminan con una luz ambigua y parecen anunciar el fin de algo. Al mismo tiempo el erotismo se ha visto empañado por el mercantilismo, el lucro y la publicidad. La exhibición del cuerpo humano, incluso de sus partes más íntimas, ha pasado a ser un señuelo comercial, algo que parece escandalizar cada vez menos. En algún momento advierte que la licencia sexual y la moral permisiva «ha degradado a Eros, ha corrompido a la imaginación humana, ha resecado las sensibilidades y ha hecho de la libertad sexual la máscara de la esclavitud de los cuerpos».

   En fin, acaba con un discurso moral en el que habla de castidad, de buenas costumbres y de fortaleza espiritual. Para Octavio Paz los grandes enemigos del amor son la promiscuidad, que lo convierte en pasatiempo, y el dinero, que lo convierte en servidumbre. Independientemente de que se esté de acuerdo o no con el autor, esta última parte se convierte en una especie de moralina panfletaria que no hace justicia a la brillantez de todo lo anteriormente expuesto. Es por eso que las últimas páginas del libro no solo son completamente prescindibles, sino que además es desaconsejable su lectura.

   Libro en busca del autor desconocido

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